Mateo llora sin parar. Está inquieto, más ansioso de lo normal para una niño de cuatro meses de vida. El biberón le dura un suspiro en la boca. No lo quiere. Se agita en el capazo. Se mueve sin cesar en brazos. Es un trastorno habitual porque está superando el síndrome de abstinencia. Su madre era drogadicta. "Ya nos avisaron, pero acaba con mi energía", dice su madre de acogida, que cuida de él hasta que sus padres biológicos se recuperen de sus problemas con las drogas o, en caso de que no lo logren, hasta que entre en fase de adopción.

Mateo es uno de los 155 bebés de menos de 2 años que están bajo la tutela de la Xunta de Galicia. En total, la Administración tiene bajo su custodia legal 1.507 menores por motivos que van desde el abandono familiar, el maltrato, trastornos psicológicos de sus progenitores, la drogadicción de estos o las dificultades económicas de su familia. Cuando los servicios sociales municipales, los profesores o el pediatra detectan que algo va mal (malnutrición, falta de higiene, golpes o comportamientos antisociales) activan un protocolo y avisan a la Xunta. "Cuando conocemos una situación de desprotección hacemos un estudio para acreditarla. En función de la situación podemos iniciar un plan de trabajo con los padres para que cambien de actitud y en caso de que el riesgo sea alto, podemos asumir la tutela", indica Alberto Pereira, coordinador del área de menores de Vigo.

En los casos graves la Xunta interviene de inmediato, como el martes de la semana pasada, cuando un hombre disparó en la cara a su esposa, de 32 años, en una calle de A Coruña y huyó con el arma en la mano. Hubo tres víctimas más: sus hijas. Las tres se encuentran en estos momentos en un centro de menores de la Xunta, que ha asumido su tutela.

La Administración sólo asume la custodia en los casos de desamparo más grave, pero éstos son más habituales de lo que parece. Además de los 45 bebés de menos de un año y los 110 de entre uno y dos que tutela, están en esta situación 283 de entre tres y seis; 428 entre siete y once; 252 entre doce y catorce; y 389 entre quince y dieciocho.

En otros casos, las madres renuncian a sus hijos al nacer. Cada año se producen en Galicia veinte casos como estos, de acuerdo con los datos de la Consellería de Traballo e Benestar, desde donde recuerdan que la renuncia no se oficializa hasta 30 días después del parto.

Los niños tutelados siguen con su vida habitual, que pasa por la escolarización habitual a partir de los tres años, y la Administración les ofrece dos alternativas: vivir en un centro o con una familia de acogida con la que convivir mientras sus padres arreglan su situación o se decide que entren en un programa de adopciones.

La primera opción para el acogimiento pasa por la familia propia del menor, aunque si nadie puede hacerse cargo se opta por la familia ajena. De los 1.395 acogimientos registrados en Galicia el año pasado, 1.247 se realizaron en familia extensa y 148 en familia ajena, según Traballo e Benestar. "Suelen acogerlo por un máximo de un año, pero cada caso puede variar", explica Pereira.

Los bebés suponen una problemática específica porque requieren una atención constante las 24 horas. De hecho, la asociación Familias Acolledoras de Galicia ha pedido a la Administración que los menores de tres años no pasen por un centro. "Cuando regresan con los padres están mucho más activos que si hubiesen estado en un centro", indica Belén Valladares mientras duerme la niña de tres meses a la que acoge.

La Xunta dispone de un centro en Lugo y otro en Ourense para atender exclusivamente los menores de tres años y otro en A Coruña para los que no alcanzan los seis.

Las familias que se incorporan a esta iniciativa solidaria superan un examen similar al realizado para lograr el certificado de idoneidad para la adopción. "Pero no lo es. El horizonte es que vuelvan a casa", añade Pereira, que reconoce la existencia de casos en que las familias han querido adoptar a un menor acogido. "Excepcionalmente podría podría darse el caso, pero no es el objetivo", dice.

Cuidarlos y educarlos forma parte de la tarea de los padres de acogida. Y no siempre es fácil debido a la problemática de los menores. "El niño maltratado establece un vínculo fuerte con el maltratador, es muy común que, a pesar de todo, tenga un deseo intenso de pasar el fin de semana en casa", revela Pereira, quien asegura que los más pequeños pueden tener una adaptación más difícil al "confundir realidad y fantasía".

El programa obliga a que los menores mantengan un contacto regular con los padres biológicos para evitar confusiones. "Un niño de 6 años sabe distinguirlos perfectamente de su familia de acogimiento", concluye. El objetivo es que recuperen su vida.