“¿Cómo vas a ser madre si no puedes ni cuidar de ti?”. Es duro pero, tal y como cuentan mujeres gallegas con algún tipo de discapacidad, esa frase refleja el pensamiento “en pleno siglo XXI” de muchas familias y parte de la sociedad.

Más allá de las barreras físicas, que se superan “poco a poco” con inversiones en infraestructuras, adaptación de espacios públicos, ayudas a la dependencia y subvenciones para la inserción laboral, existe un gran muro, intangible y difícil de percibir, que frena el desarrollo personal y laboral de los discapacitados: los tabúes de los demás sobre sus carencias. El corsé de los estereotipos se agrava, en muchas ocasiones, en el propio seno familiar, con una sobreprotección hacia las personas discapacitadas que les impide realizarse. Crecer. En definitiva: ser libres.

El 58% de las casi 200.000 personas con discapacidades físicas, sensoriales y psíquicas que registra el censo gallego son mujeres. No obstante, según datos de la Confederación Galega de Persoas con Discapacidade (COGAMI), la inserción laboral no se corresponde con el porcentaje mayoritario: sigue siendo más elevada en hombres. Ellas viven con doble dificultad: ser mujer y discapacitada. Para muchas, la maternidad y la sexualidad son dos ámbitos prohibidos. Además de las trabas para “salir de casa”, socializarse, formarse y acceder al mercado laboral, atender a su propia biología y deseos como mujer no es fácil. “Se les deniega, se les anima a que no sean madres por su menor autonomía, un concepto de autonomía mal entendido, claro”, explica Mónica Álvarez, orientadora laboral involucrada en ayudar a otras mujeres que, como ella, tienen una discapacidad y, a diferencia, carecen de formación, recursos y apoyo.

Falta de autoestima

“La clave es el empoderamiento de la mujer; dotarla de instrumentos para incrementar su autoestima y autoconfianza. Esa es la base para que todo el resto fluya: en lo personal y en lo laboral”, sostiene Álvarez San Primitivo, quien explica que la mujer con algún problema físico o psíquico, sobre todo en el ámbito rural, tiene una “discapacidad multisectorial”.

“La familia es fundamental para que esta persona se desarrolle. Muchos progenitores creen que con una pensión basta. Ahí se acaba su futuro y se quedan encerradas en casa, sin contacto con la realidad. Esta sobreprotección hace que ellas mismas no sean ni siquiera conscientes ni realistas con sus propias expectativas”, añade Álvarez. ¿Por qué ese miedo a entrar en el mundo real, socializarse y compartir? “Suele ser un miedo irracional ante lo desconocido. Desinformación. Ves a esa hija más vulnerable. La tratas diferente. Son prejuicios. Durante muchos años fueron los demás los que les negaron la maternidad. De hecho, la principal preocupación de ciertas familias es que no se quedaran embarazadas. Y así se les coartaba también la socialización, por temor”, explica la orientadora.

El aislamiento se vincula, inevitablemente, con la autoestima, y, a modo de eslabón que cierra el círculo, con la negación de la sexualidad. “Si no estás en la sociedad ni tienes información, el sexo no existe. Incluso hay reparos a la palabra en sí. En esto entran de nuevo las familias, porque conocerse sexualmente todavía se relaciona con maternidad, cuando no todas buscamos ser madres con el sexo, claro. Es más, imagina las dificultades hoy en día, con la cultura de la belleza que hay. ¿Qué papel tenemos las discapacitadas en estos estándares de cuerpos 10? Muchas tienen una visión distorsionada y negativa de su cuerpo y eso impide vivir la sexualidad de una forma plena”, comenta Mónica.