Etarras y narcos. Son los nuevos líderes entre rejas. Por su peligrosidad, están clasificados como presos FIES, una categoría que implica controles extra con llamadas y correspondencia intervenidas y que no permite la concesión de permisos carcelarios. Pero el perfil de los actuales cabecillas en los penales ya nada tiene que ver con el que encarna Luis Tosar en "Celda 211". Los nuevos "Malamadre" no se rebelan contra el sistema penitenciario en busca de mejores condiciones de vida en el penal o el traslado a otras prisiones. "Ahora actúan en la sombra y su objetivo es conseguir, a través de la mejora de la conducta, la reclasificación de grado", aseguran desde la cárcel coruñesa de Teixeiro, que junto con el de A Lama (Pontevedra), es de las más masificadas del país.

Los últimos motines ocurridos en las prisiones españolas se remontan a los 90. Uno de los más graves se produjo en 1990 en la cárcel de máxima seguridad de Fontcalent (Alicante), cuando un grupo de internos secuestró a cuatro funcionarios y dos maestras. En la revuelta falleció un preso y dos resultaron heridos. El motín terminó con la irrupción de la Guardia Civil.

Desde entonces, los funcionarios tuvieron que resolver decenas de revueltas en las cárceles. La última, el pasado jueves en el penal lucense de Monterroso. Según explicó ayer su director, Víctor Fraga, un interno exhibió "una pequeña desobediencia", secundada por dos compañeros. El recluso no atendió a los requerimientos del funcionario para levantarse de la cama y se enfrentó al trabajador. Fue avisado el jefe de servicio, quien, con la ayuda de otros funcionarios, tomó "el control de la situación". Hubo un forcejeo, que el director definió de "manos limpias", para restituir la situación producida por la respuesta "airada" de los internos. Ahora los tres reclusos están pendientes del traslado a otro centro, como propuso la Junta de Tratamiento.

Pero este tipo de incidentes, apuntan desde Instituciones Penitenciarias, no pueden calificarse de motín, ya que, aunque puedan tomar a funcionarios como rehenes para forzar una negociación, no están planificados por una mayoría de internos.

En los 80 y 90, el estado de abandono de las cárceles las convertía en "caldo de cultivo" de revueltas. El régimen de vida para el preso, admiten desde Instituciones Penitenciarias, era más duro. "Apenas había beneficios carcelarios, se robaba de todo, se comía mal y había mucha promiscuidad porque apenas se concedían comunicaciones", apuntan desde Teixeiro.

Las cárceles del siglo XXI nada tienen que ver con esas prisiones. Ni el perfil del recluso es el mismo. "Malamadre" encarna el arquetípico preso reincidente que campaba a sus anchas y que no atendía más a que a su propio código ético. "Era gente desesperada que no tenía nada que perder. Sin olvidar los estragos de la heroína. La manera que tenían de rebelarse contra las condiciones tan duras que había en la cárcel era a través de motines", apuntan desde Prisiones. Ahora, a través de los talleres ocupaciones, las condenas –dicen– tratan de garantizar la reinserción del recluso.

El papel que ahora cumplen las cárceles, según apuntan Silvia Alonso y José Antonio Gómez, directores de los penales de Teixeiro y A Lama, respectivamente, es evitar que surjan nuevos "Malamadre". "Se les ofrece futuro y esperanza, que es lo fundamental para evitar el peligro que supone tener personas desesperadas que no tengan nada que perder", asegura Alonso. Gómez lo corrobora: "Intentamos que los presos tengan un horizonte y luchen por salir adelante. Trabajamos para que las prisiones de hoy sean el polo opuesto de lo que refleja la película".

Sobre los abusos a presos por parte de los funcionarios, Alonso mantiene que "es algo excepcional". "Estamos en un Estado de Derecho con múltiples sistemas de control de la actuación del funcionario como servidor público. Desde la propia institución, en el caso de darse alguna situación irregular, se ataja", sentencia. La "práctica totalidad" de los funcionarios –añade– tienen un trato "correcto, firme y tranquilo" con los presos.

Uno de los alicientes que en la actualidad tienen los presos son los beneficios carcelarios, como permisos o comunicaciones con familiares y amigos. Sólo se conceden a aquellos que cumplen los requisitos. Así de tajante se manifiesta Silvia Alonso, ante las cesiones por parte de los funcionarios a los presos que les facilitan información que pone de manifiesto Celda 211. "Los beneficios se conceden a los reclusos que cumplen los requisitos y tienen una buena evolución. Pero no es para pagar favores", concluye.