Igual que Moisés separó las aguas del Mar Rojo, los nubarrones que encapotaban ayer el cielo se apartaron al paso del nuevo presidente de la Xunta para dejar que unos tímidos rayos de sol se colaran en la Plaza del Obradoiro, donde 5.000 personas aguardaban expectantes la llegada de Núñez Feijóo. La tregua meteorológica duró lo justo para que el recién estrenado jefe del Ejecutivo gallego ratificase, visiblemente emocionado, su compromiso con los ciudadanos y con los principios del galleguismo que defiende. No le faltó calor humano. Desde la primera fila lo arroparon sus dos familias. La política representada por Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Manuel Fraga, Ana Pastor o Alberto Ruiz Gallardón pero también la afectiva: sus padres, Saturnino y Sira, su hermana Micaela, su sobrina y, por supuesto, su novia Carmen Gámir.

Fue su puesta de largo como presidente de la Xunta, pero no hubo mucha pompa. Sólo un palco y sesenta gaiteiros de la Real Banda de Gaitas de la Diputación de Ourense que lo recibieron con un redoble de tambor, al tiempo que Feijóo se abría paso en el Obradoiro entre los miles de personas que reclamaban del dirigente popular un beso, una foto o un simple saludo. Allí lo esperaban sus fans, desde un grupo de mujeres que aseguraban ser las “niñas de Feijóo”, hasta vecinos de Porriño, Arousa o Baiona enarbolando pancartas de apoyo al nuevo presidente, a quienes algunos no dudaron en reivindicar como el “Obama, gallego”.

Y lo aclamaron como tal. Entre los 5.000 asistentes no faltaron representantes del mundo de la cultura y también conocidos empresarios, entre ellos el presidente y el vicepresidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán y Juan Luis Arregui, además del presidente de Sacyr, Luis del Rivero, y el presidente de la Confederación de Empresarios de Galicia, Antonio Fontenla. Completaban el listado de autoridades otras figuras políticas como el ex presidente Xerardo Fernández Albor, el alcalde de Santiago, Xosé Sánchez Bugallo y ex conselleiros del Gobierno de Fraga como Jesús Pérez Varela, Jaime Pita, Dositeo Rodríguez, José Antonio Orza, entre otros.

Todos guardaron silencio cuando la Banda de Gaitas entonó el Antiguo Himno de Galicia. Y a continuación, Feijóo subió al escenario, bebió agua y se dirigió a los presentes en un discurso más visceral que el pronunciado minutos antes en el Parlamento de Galicia.

Ya en O Hórreo, sin embargo, no había podido contener la emoción. Su voz se quebró cuando ensalzó a la generación de gallegos que “padeció la penuria de la postguerra” y que se esforzó trabajando para dejar “un legado mejor” a sus hijos. Quizás fue el recuerdo de sus padres lo que en ese momento le obligó a interrumpir su discurso durante unos segundos.

Con los sentimientos ya a flor de piel, Feijóo se enfrentó de nuevo al público en la Plaza del Obradoiro, donde logró mantener el tipo refugiándose en las palabras de terceros: citó al escritor gallego Ramón Piñeiro para reivindicar el “galleguismo transformador”, al poeta portugués Pessoa y al clásico Terencio del que recordó la frase: “soy hombre, nada humano me es ajeno”.

Pero ninguna de estas sentencias recibió tantas ovaciones de los asistentes como cuando Feijóo sacó el tema lingüístico. “El gallego debe ser instrumento de unión, nunca de imposición”, proclamó. “Eso, es, eso, es”, jalearon desde el público.

Terminó su intervención con la mano en el pecho y por segunda vez durante esa mañana volvió a sonar el Himno de Galicia. La primera se escuchó en el Parlamento y, a diferencia de lo ocurrido en la toma de posesión del bipartito, no sonó la versión abreviada sino la totalidad del texto de Pondal.

Aún no se había apagado el eco de las gaitas y desde el público ya peleaban por romper la barrera de seguridad y acercarse a saludar a Feijóo. La avalancha de admiradores no amedrentó al nuevo presidente de la Xunta que se dejó achuchar, abrazar, besar y fotografiar, hasta que los agentes que se ocupaban de su seguridad lo sacaron de entre la multitud, donde uno de los asistentes tuvo incluso que recibir atención médica.