Son aldeanos, pero están orgullosos de su condición. Muchos han nacido en estas aldeas de menos de una decena de habitantes esparcidas por toda Galicia, e incluso algunos han encontrado su vocación en la plácida vida en el campo, que no cambian por el bullicio ni el estrés de las grandes ciudades.

A pesar de las cada vez mayores cifras de abandono rural en la comunidad gallega -tan sólo en la provincia de A Coruña existen más de 500 aldeas deshabitadas- todavía hay muchos ciudadanos que buscan la tranquilidad y la seguridad que les proporciona vivir en una pequeña aldea, en muchos casos en la que son los únicos habitantes.

Es el caso de Alsira Fociños, que desde hace más de 40 años reside en Vilartó, en la parroquia cambresa de Santa María de Vigo. A pesar de que tanto ella como su marido vivían en Arzúa, un pueblo que hoy en día tiene 7.000 habitantes, decidieron comprar una casa en esta aldea, que entonces no estaba tan desierta. "Nos gustó esto y lo compramos", asegura. Entonces, había otras tres casas en la aldea, pero ahora ella y su hijo son los únicos habitantes de Vilartó. "La gente poco a poco se ha ido marchando, y ahora es más aburrido que antes", reconoce. Sin embargo, ella no tiene pensado marcharse, y disfruta de las ventajas de vivir en el campo, como el poder plantar sus propias verduras "para tener que comer".

En Esfarrapa, en el concello coruñés de Culleredo, viven también sólo dos personas, a pesar de que la aldea está formada por seis casas.

"Los de una casa vienen sólo el fin de semana, otros están en Francia y sólo vuelven en verano, otra vecina se fue a vivir a Coruña...", narra Olga García, la única habitante en la actualidad de la aldea junto a su hermano. "Nosotros nacimos aquí y ya nos quedamos, comenta". Confiesa que le encanta vivir aquí, y que no se ha planteado mudarse, mientras enumera las ventajas de la vida en Esfarrapa.

"Es un sitio tranquilo, yo llevo 30 años en esta casa y nunca ha habido ningún robo", afirma. Sin embargo, sí han tenido algún que otro "susto", como cuando un hombre quiso entrar a robar en su vivienda, aunque uno de sus perros se enfrentó a él, y ella consiguió cerrar la puerta y meterse dentro de la casa.

"Yo soy muy de tener perros y gallinas, y me gusta plantar mis propias verduras en mi invernadero, y eso en la ciudad no puedo hacerlo", comenta. Aún así, también tiene sus quejas, y lamenta la situación de "abandono" a la que los tienen sometidos los gobernantes. "Aquí no han llegado las luces de navidad, a pesar de que las han colocado en todos los pueblos y lugares del concello", critica. "Pasó lo mismo con un camino que nos cerraron, pero yo ya estoy cansada de pelear para nada", añade.

Este abandono lo suscribe también Miguel Ríos, un treintañero que en enero estará viviendo con su mujer y su hija en A Cañota, una aldea de tan sólo cinco casas en la parroquia de San Xián, en Carral. "Los ayuntamientos deberían cuidar más estos lugares para que la gente no se vaya", opina. Su caso sin embargo es el contrario, ya que él ha decidido regresar a su aldea natal, donde hace un año y medio comenzó a edificar su casa en el terreno heredado de su padre. "Creo que la gente cada vez tira más para los pueblos, escapando de la ciudad", dice Ríos, a quien siempre le gustó el campo. "Prefiero la tranquilidad que ofrece, y además aquí los vecinos nos conocemos todos", añade.

Tranquilidad

"Buscaba un sitio más tranquilo donde vivir", comenta Ángel Valcárcel, uno de los diez vecinos que residen en Aldea de Arriba, en la parroquia de Meixigo, en Cambre. Él llegó procedente de O Burgo hace nueve años, escapando del gentío de esta cada vez más poblada ciudad dormitorio coruñesa. "Allí no podía ni dejar la furgoneta", confiesa este carpintero, que comenta que la mayoría de sus clientes están en A Coruña. "Tanto me daba desplazarme desde O Burgo que desde Aldea de Arriba", confiesa. Aún así, lamenta el estado de "abandono e incomunicación" en que se halla la aldea, y el tener que desplazarse hasta Guísamo para coger la autopista, "por culpa de los políticos que no cumplen sus promesas". "Al Ayuntamiento no le interesa ayudarnos, somos muy pocos", critica.

Su vecina, Elizabeth Guillén, no tiene quejas políticas, aunque en su caso tuvo otro tipo de "problemas". "El primer año lo pasé fatal", confiesa esta sevillana que llegó a la aldea cambresa hace tres años y medio, para vivir con su marido en una casa que comparte con su cuñada, el esposo de ésta y sus tres hijos. "No me gustaba nada el lugar, es muy diferente el sur", dice, aunque reconoce que ahora lo lleva mejor y se ha acostumbrado a vivir en un lugar tan pequeño.

Otra que se ha acostumbrado es Evangelina García, pues hace ya 50 años que llegó a Aldea de arriba junto a su esposo, ahora fallecido. "Nosotros éramos labradores, y teníamos vacas, gallinas, cerdos...", comenta esta mujer que ahora "sólo" sale de casa "para ir al médico a Cambre".