julio pérez  Vigo

Luisi y Nacera están muy pendientes de la larga cola que se acumula ante la ventanilla del padrón del concello de Vigo. Cualquier pista en la forma de vestir, en los rasgos de la cara o la forma del cuerpo es buena para acercarse y ofrecer ayuda. Son inmigrantes, llevan ya muchos años en Galicia, y porque conocen de primera mano toda la complicada trastienda que para un extranjero supone arreglar los papeles, a ellas les cuesta menos echar una mano. "¿Sabías que tienes que renovar el trámite del censo cada dos años?", preguntan a Gladys, ecuatoriana, que espera pacientemente su turno. "No, me enteré por mi hermana. Es que nadie nos explica nada", responde. Luisi, que lleva la Asociación de Madres Latinas en la ciudad, y Nacera, de origen argelino, están para eso. Son dos de las 24 voluntarias que trabajan en un proyecto pionero de formación de mediadores para ayudar al colectivo en el día a día. En cosas tan cotidianas como cubrir un impreso o ir al médico que se convierten en obstáculos casi insalvables a causa del idioma o de las costumbres.

La iniciativa salió de los propios inmigrantes que residen en Vigo. La agrupación que preside Luisi Motta se encargó de canalizar las peticiones de ayuda al ayuntamiento hace ya tres años. Y el esfuerzo ha dado su fruto. "Hasta ahora estábamos haciendo ya esta labor extraoficialmente, entre nosotros, muchas veces con un trabajo de madre a madre", cuenta Luisi. El programa les ha permitido dar un paso más, organizarse, contar con el apoyo de la Administración local y acercarse a todos los escenarios en los que se necesita tu colaboración. Desde las oficinas municipales hoy, hasta los colegios, donde son el mejor apoyo de los gabinetes de orientación para enfrentarse a problemas de integración, o los servicios sociales.

Linda es otra de las inmigrantes que tienen cita en el padrón. "Piden un rosario de cosas...", se queja. "¡A poco me preguntan que cuántos dientes tenía mi abuela!". En el pequeño grupo que se ha formado alrededor nadie puede disimular la risa, aunque sepan que en el fondo lo que viven muchas veces con los trámites burocráticos sea un calvario. Lleva cuatro años en España, pendiente ahora de poder traer a su hijo que está a punto de cumplir los 18 años, el límite impuesto para poder beneficiarse de la reagrupación familiar. Trabaja y comparte piso con otros extranjeros, todo un problema ante las autoridades para completar el proceso, junto con los 3.000 euros que tiene que abonar por "miles de cosas" que le exigen. "La oficina de inmigración, ¿qué ha hecho por ti?", planea Nacera. Pero Linda no tenía ni idea de que existiera, de que allí le pudieran solucionar algo. "¡Creí que era la policía!".

Los mediadores para la inmigración que están haciendo prácticas como Nacera y Luisi se han encontrado con "un montón" de situaciones así. De extranjeros "perdidos". Una mujer rumana que llegó hasta la ventanilla del padrón para preguntar dónde podía comprar una leche especial que necesitaba uno de sus hijos "porque en la farmacia no le entendían". "Otros que se van a hablar con los conserjes del ayuntamiento porque los confunden con los concejales", cuenta la presidenta de Madres Latinas. "Nosotros -añade Nacera- podemos servir también como intérpretes. Por eso nos estamos preparando".

Las dos están convencidas de que la integración pasa por la voluntad de ambas partes. "Es que hay gente a la que nos acercamos en la cola y que se enfada por confundirla con un inmigrante", aseguran. "Hemos aprendido a aprender, utilizamos la comunicación como vía del entendimiento. No somos -defienden- sólo gastronomía, fiestas y bailes".