Son hijos del exilio a los que una guerra fraticida truncó su vida por la base aunque hoy, en Vigo con sus hijos y nietos, vivan una existencia familiar y feliz lejos de aquella memoria de la infancia. Son los únicos "niños de la guerra" que quedan en Galicia, o al menos ellos no conocen otros y ya tuvieron tiempo desde su vuelta a Vigo, en 1957, tras 20 años en esa segunda patria suya siempre amada porque les abrió sus brazos sin fisuras que fue la Unión_Soviética. No hay en su rostro ni en sus palabras ni un rastro de resentimiento, odio o rencor, sino lo contrario: afectos.

Como ingeniero agrónomo, él consiguió un trabajo en_Zeltia de Porriño que mantuvo hasta su jubilación._Dos hijos nacidos en Rusia trajeron con ellos, y un tercero nació después en la ciudad olívica. Y uno ya les ha dado un nieto. ¿Por qué en_Vigo? El padre de José Luis estuvo destinado en esta ciudad desde 1924 hasta 1934 en la delegación vasca de Hilaturas de Fabra Coats, justo en el mismo local de Alfonso XIII que luego ocupó la Policía Nacional y ahora un restaurante.

Memoria de la guerra

Viven en_Coia. Ambos nacieron en los años 20, pero Rosario sigue exhalando una especie de fortaleza de "aya" vasca. Y el acento. José Luis, por su parte, mantiene esa apostura que, dice ella, siempre tuvo: chaqueta y corbata al levantarse, y, cada día leer FARO DE_VIGO. Y siempre que puede algún periódico en idioma ruso.

Si vamos al origen de su historia había que retroceder al año 1936, cuando ante el asedio del Norte republicano la Cruz Roja Internacional sugiere el traslado de niños fuera de España._Ella de Sestao y él de Bilbao, al año siguiente ya sabían ambos lo que era el silbar de las balas, las sirenas ante los bombardeos, el refugio raudo en los túneles o allá donde hubiera protección a sus pequeños cuerpos._Ese mismo año, sus padres deciden que salgan de allí como sea. Con otros cientos de niños partieron en el "Habana" con destinos diferentes._Rosario, con una hermana y José Luis con otro._El de los dos,_Leningrado.

Dura travesía, bien protegidos por servicios sanitarios pero durmiendo en el suelo y escoltados por dos buques de guerra ingleses hasta aguas francesas para evitar ser atrapados por algún barco del bando sublevado. En_Le Havre cambian de barco, a un carguero vietnamita en cuyas bodegas dormían sobre colchonetas._Mar del_Norte, vuelta desde el canal de Kiel por la prohibición de los alemanes, paso por los estrechos de Skaterrak y_Katerrak en una travesía llena de nostalgias, miedos, mareos y vómitos...

Atrás quedaban sus padres y otros hermanos, unos en el frente republicano, otros refugiados en una masía o esperando un fin incierto en sus propias casas bilbaínas. Por delante, desde que llegaron a Leningrado, una vida por hacer lejos de los suyos, huérfanos forzados de una guerra incivil que rompió a España.

"Tras desembarcar en Leningrado", cuenta José Luis, "nos llevaron a unos cien kilómetros de Moscú en la línea de esta ciudad con_Kiev, a la Casa de Niños número 5._Allí nos conocimos Rusario y yo, ella con 12 y yo con 13 años, más o menos._La llegada de los nazis varios años más tarde hizo que me trasladaran con otros niños a Moscú para hacer luego una peregrinación de 35 días hasta Samarkanda, en Asia Central._Fue en 1941 cuando las tropas alemanas recibieron la orden de penetrar en territorio soviético", relata.

Si se le pregunta a cualquiera de los dos qué guardan hacia aquella hoy inexistente Unión_Soviética, sólo saben deletrear dos palabras que lo sintetizan todo: amor y agradecimiento._No es una cuestión ideológica, no._Es la respuesta normal del corazón a un país que, según cuentan, les trató maravillosamente, mejor que a los propios niños rusos. Médicos, ropas, comida, estudios... "Incluso se preocuparon porque siguiéramos estudiando en lengua española para prepararnos la vuelta".