Alejandro prepara las maletas para irse un mes a Irlanda. Su reto es echarse una novia allá y practicar inglés con una nativa. También quiere tomarse “unas cuantas pintas y recuperar fuerzas”, después de un curso agotador, que ha tenido su justa recompensa. Este joven compostelano ha sacado la mejor nota de selectividad de toda Galicia, un 9,88, que sumado al diez de su expediente académico, le garantiza la entrada en la carrera de sus deseos, Medicina, pues su media final es de 9,95.

Alejandro Ribero de Aguilar está contento y satisfecho por ser el número uno, pero su historial académico jalonado de éxitos le ha hecho inmune a la victoria, así que recibe la noticia con alegría contenida y sin grandes explosiones de ánimo. Con 18 años, es el primer gallego que ha firmado un estudio sobre los tardígrados, que son “microorganismos animales de una décima de milímetro que se encuentran en musgos y líquenes y viven en condiciones extremas, por ejemplo aguantan temperaturas de 200 grados y una década sin agua”.

Con este trabajo de investigación compite en un concurso a nivel estatal del Instituto de la Juventud, pero ya ha sido distinguido con dos premios autonómicos, el primero a los dieciséis años por idear una jeringuilla con una aguja que se retrae y “así se evitan pinchazos accidentales” y después por diseñar un sistema electrónico integrado en el panel de los automóviles para conductores sordos que advierte de la frecuencia y procedencia de las señales acústicas del exterior, por ejemplo bocinazos.

Alejandro tiene tiempo para esto y para sacar una matrícula de honor detrás de otra, pero también para leer, recomienda 1984 de George Orwell, para ir al cine, le encanta Woody Allen, escuchar música, no se cansa de poner a Queen, chatear con sus amigos en la red, o participar en algún botellón, pero admite que las buenas notas no vienen solas. A Alejandro, que asegura que no le gusta estudiar, sino aprender, desvela que la clave de su éxito es la “constancia y la tenacidad”, y para ser el expediente más brillante reconoce que ha “sacrificado tiempo de ocio con sus amigos”, pero para él vale la pena.

Va a estudiar lo que quiere (Medicina) y ser el dueño de su futuro. “Puede que haya una buena materia prima como dicen mis padres, pero también hay mucho trabajo detrás. Mi expediente es de diez porque dedico muchas horas al estudio y soy constante”, explica Alejandro, molesto porque vive en un país donde se “recompensa la mediocridad y no se valora el mérito y la capacidad, sino cómo puede ser que haya premios fin de carrera mileuristas o en el paro”, se pregunta.

“Rechazo el carpe diem que tanto se pregona entre los jóvenes, lo que hagamos hoy repercute en el resto de nuestra vida”, reflexiona con una madurez inaudita para sus años Alejandro, que con dieciocho meses hablaba fluidamente y memorizaba frases de Asterix y Obelix, y cuyos profesores le aconsejaban adelantar curso o sumarse a programas especiales para superdotados, pero sus padres, conscientes de que su hijo tiene “una inteligencia superior a la media”, renunciaron a estas opciones, al verle “muy integrado” con sus compañeros de aula.

Alejandro, que se confiesa “muy exigente y supercompetitivo consigo mismo”, no practica la falsa modestia, pero quiere ser justo y razona que su caso es la confluencia de “las sinergias” positivas de sus progenitores, un enfermero y una administrativa, y de sus profesores. En su opinión, “un buen estudiante no nace, se hace y el docente es el 80% de la asignatura”. Además presume de padre, que desde pequeño le “hiperestimuló”, alentando su curiosidad intelectual.