No hay ni un sólo momento del día en el que Luis (nombre ficticio por petición de la madre) pueda estar solo. Lleva 31 años postrado en una cama. Los mismos que tiene. Nació con una anoxia de parto: le faltó oxígeno en el momento de la expulsión y el resultado fue fatal. Sufre una parálisis profunda. "No habla, no anda, no come...", cuenta su madre. Para hacer un recado, aunque sea rápido, tiene que echar mano de alguien, porque a Luis le dan convulsiones. Los martes y jueves por la tarde le acompaña un cuidador. El único momento de tregua para la familia del joven. Los fines de semana la cosa se complica. "¿Quién quiere trabajar un sábado y un domingo cuidando un dependiente? Poca gente", se pregunta y responde la madre. "Y además es carísimo", añade. En busca de un apoyo económico para poder resistir, la familia de Luis recurrió a la Ley de Dependencia, pero le sucedió lo mismo que a Magdalena: le pedían una valoración, cuando ya estaba evaluado desde hacía muchísimo tiempo por la Administración con una minusvalía del 99%. "Desde el principio tuvieron que ver su expediente, el de una persona que no tiene curación posible y que depende de alguien las 24 horas", explica. Pero, ajena a la realidad, la Administración le exigió "papeleo, más papeleo, y más papeleo... Si ahora me hace falta uno, ahora me hace falta el otro. Tuve que ir tres veces al asistente social". Pese a todo el mareo, aún confía en que la prestación llegue pronto y con carácter retroactivo. "Eso es lo que nos dijeron, pero nadie sabe nada".