Hace cinco años que José Ignacio sufrió un derrame cerebral que le dejó hemipléjico. Ahora no puede mover el lado izquierdo del cuerpo y necesita una silla de ruedas para desplazarse. Su mujer, María, ha tenido que replantearse la vida. Abogada de profesión, tiene que ganarle tiempo al día para poder con todo lo que supone tener una persona dependiente en casa. José Ignacio va por las mañanas a los locales de una asociación viguesa para hacer actividades. "Hay que levantarlo y ayudarle a asearse", recuerda María. Por las tardes está en casa. "Al principio pagaba a un chico que estaba con él", cuenta. Una situación que pudo "aguantar" durante dos años. "Pero es que eso no puede sostenerse económicamente". Apareció la ley y decidió pedir una ayuda. Su papeleo concluyó en mayo de 2007. En septiembre, cuatro meses más tarde, llegó a sus manos la resolución favorable del grado de dependencia. Desde Vicepresidencia ya le han avisado de que la ayuda supondrá que pierda los complementos que tiene la pensión de su marido. Y, en todo caso, que la cuantía no será elevada. "Si son 30 o 40 euros, pues es nuestra. Queremos lo que nos corresponde". De su peregrinaje burocrático saca una conclusión: "Hay gente atendiendo que se preocupa, pero no son suficientes".