Una y otra vez, sin dejar de sonreír, Ángel Fernández abraza y besa a su perra "Jara", que ha ido a recogerlo al aeropuerto de Vigo, junto con el resto de su familia. "Mirad que contenta está", cuenta, ilusionado, ante los medios de comunicación el contramaestre del Playa de Bakio desde el coche que lo llevará, por fin, a su casa, a Baiona, donde lo primero que tenía previsto hacer tras la odisea de la última semana y media era darse una ducha. Los ocho tripulantes gallegos del atunero vasco secuestrado por piratas somalíes en el Índico descansan ya con los suyos. Piden tranquilidad, que se les respete durante unos días para asimilar todo lo que ha ocurrido. "Por la cabeza se me pasaba que no volvía a ver esta tierra. Ninguno lo creíamos. No veíamos el regreso a casa", confiesa Ángel.

De las Islas Seychelles, a Madrid. De allí, a Peinador, donde aterrizaron ayer pasadas las 11.20 horas en medio de una gran expectación, con medio centenar de parientes esperándolos, el presidente de la Xunta, la conselleira de Pesca y el delegado del Gobierno en Galicia, y otros cincuenta periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión. Un viaje muy, muy largo para los marineros, cansados, agotados física y psicológicamente. El patrón de la embarcación, Amadeo Álvarez, reconoce que está tomando pastillas para poder dormir. "Lo más difícil ha sido aguantar las insolencias de esta gente", se queja. "Para ellos, la vida vale menos que una cucaracha y nos trataron muy mal". Por si acaso, una ambulancia del 061 les esperaba también a su llegada al aeródromo vigués. Finalmente, no fue necesaria.

Y eso que los momentos que se vivieron durante el reencuentro entre los marineros y sus familias fueron muy intensos. En privado primero. Apenas salían las palabras. Sí las lágrimas. Los abrazos. "Indescriptible con palabras, compañero", resumía el contramaestre, encargado de una pequeña rueda de prensa, donde insistió en varias ocasiones en pedir a los periodistas que no acudieran a los hogares de la tripulación "en cinco o seis días, o siete si queréis". "Después podemos hablar tranquilamente"

"Nos apresaron cuanto estábamos cenando", cuenta Ángel Fernández. "No nos dieron opción a nada. Con las lanzagranadas atravesaron el puente y reventaron todos los aparatos". "Nos ametrallaron -continúa- con kalashnikov, que, la verdad, las tienen bastante en desuso, pero les funcionan. Y a partir de ahí fuimos sus rehenes". Los ocho marineros gallegos, los cinco vascos y los trece africanos no tuvieron "opción a nada". Durante la primera jornada de cautiverio, para ir al baño, apenas un par de minutos. Lo mismo que para llamar a casa "y sólo cuando venía el que se consideraba su jefe". Comieron. El día a día se ceñía al camarote y al comedor. "No podíamos salir a cubierta, donde estaban apostados ellos. Por dentro siempre procuraban andar sin armas".

El contramaestre dio más detalles sobre el ya famoso gesto que los piratas les hacían, un ademán de cortales el cuello, cada vez que se negaban a algo. "Dame el móvil, nos exigían. Decías que no. Y se lo dabas sí o sí. Porque si no se lo dabas por las buenas, ellos lo cogían por las malas". Pasaron miedo. Sobre todo, en el momento del abordaje y antes de la liberación. "Porque nos tiraron a todos en cubierta, nos apuntaron con las metralletas y si nos levantábamos antes de diez o veinte minutos nos cepillaban a todos".

Ya con medio susto pasado, Ángel Fernández, Amadeo Álvarez y el resto de los tripulantes gallegos del Playa de Bakio reiteran que estaban en aguas comunitarias. Conscientes del peligro. "Joder, ¡y tanto!", exclama el contramaestre. Nunca habían experimentado una situación así en los más de veinte años que llevan faenando en el Índico. Ninguno sabe nada del rescate. Si saben, no lo quieren decir. "Lo ignoro, yo estuve secuestrado, no sé si se pagó, si se dialogó o si nos soltaron porque quisieron". Y el tema queda zanjado.

La pesadilla no les quita de la cabeza la vuelta al trabajo en la zona. "¡Hombre, coño, es el lugar donde trabajo!", dice Ángel Fernández. Todavía no saben cuándo. Antes quedan muchas cosas por relatar a los familiares y por disfrutar. Iria y Brenda Senra, las hijas gemelas de Cándido, otro de los marineros, cuentan las horas para celebrar con su padre su décimosexto cumpleaños. Ayer no paraban de besarle y saltar sobre él. "Es que no dijo que creyó que no nos volvería a ver", cuentan, con lágrimas en los ojos.

Habla el Gobierno

El mensaje que se lanza desde el Gobierno sigue siendo el mismo. La vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, se negó ayer de nuevo a confirmar o desmentir si el Ejecutivo pagó un rescate para liberar a los tripulantes del atunero vasco. "El Gobierno ha hecho todo lo que debía hacer y nada de lo que no debía hacer".

"El objetivo prioritario en todo momento era traer a los secuestrados sanos y salvos", reitera Fernández de la Vega. "Objetivo conseguido", añadió, después de manifestar la satisfacción del Ejecutivo por que los trece pescadores "estén ya al fin en casa". Los matices tendrán que esperar hasta la comparecencia parlamentaria que, "en su momento", harán el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, y la ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, Elena Espinosa. "Facilitarán todas las explicaciones", dijo la vicepresidenta.

Otra amenaza

En medio de la resaca del secuestro del Playa de Bakio y los primeros contactos en la UE y la OTAN para buscar una solución conjunta a la protección de la flota pesquera ante los cada vez más numerosos ataques piratas, la red terrorista Al Qaeda quiere potenciar su actividad frente a las costas somalíes y anima en la web The Islamic Faluja -desde la que ya reivindicó la autoría de varios atentados- a sus simpatizantes a atacar objetivos marítimos europeos frente al país africano. "La lucha contra objetivos marítimos europeos es el paso fundamental para restablecer el denominado califato islámico", señala en el comunicado. Como ejemplo, los terroristas citan el atunero español y el yate de lujo francés asaltado hace unas semanas, a principios de abril, y aunque no insta a cometer secuestros similares sí que ordena a sus seguidores extender su actividad por la zona, como ya sucediese en 2000 con el buque estadounidenses Cole o en 2002 contra el petrolero francés Limburg.