Triste. Pensativo. Enfadado. Muy enfadado. Hace sólo un par de horas que habló con el armador del Playa de Bakio, con el dueño del atunero vasco con ocho marineros gallegos a bordo que vaga por el Índico a merced de un grupo de piratas somalíes, y le es imposible no recordar lo que uno de sus barcos vivió hace seis años en la zona y que, por fortuna y por la pericia del capitán, evitó que se repitiese el verano pasado. "Es una auténtica pesadilla, horrible. Una pesadilla de la que ni hablamos entre nosotros", cuenta este empresario vigués, con la escrupulosa condición de seguir en el más absoluto anonimato, desgraciadamente conocedor de esta especie de mafia de los océanos, más propia de una película en blanco y negro que del siglo en el que vivimos.

"El armador me dijo que todo está dentro de la normalidad que puede existir en este tipo de situaciones. Esperando instrucciones, que muevan ficha. Si piden rescate, cuánto y dónde", cuenta. A él no le quedó "otro remedio" que pagar. En Londres. No dice cuánto. Se habló entonces en el sector que fue "una millonada". Cuesta sacarle detalles. "Lo que sí quiero que quede claro y en voz muy alta es que en este país no se protege a la flota pesquera. En este país de calamidad donde los gobernantes no entran en razón. Ni antes los del PP ni ahora los del PSOE, que no se trata de colores políticos". "¿Por qué -pregunta- sólo reaccionamos sólo cuando ocurre una desgracia?".

"¿Cómo trataron a los marineros que iban en tu barco?", le preguntamos. "Ni idea". Un tema tabú. Los expertos en el fenómeno de la piratería en el Índico aseguran que los raptores suelen ser corteses, aunque no todos son iguales. Ni todos se llaman a sí mismos piratas. El armador vigués no lo sabe porque "la pesadilla, tan mala, tan mala" no se toca. Para olvidarla.

Eran 11. Se acercaron al atunero, con casi una treintena de tripulación, a bordo de una "fishing-control", lo más parecido que allí hay a lo que aquí sería una embarcación de la Inspección. Y les pidieron que parasen. Estaban en aguas internacionales, con todos los permisos para faenar y, además, en aquel momento ni siquiera estaban pescando. "Pecamos de pardillos", lamenta. Fueron días difíciles, que volvían ayer a la memoria con el secuestro del Playa de Bakio, o a principios de mes, cuando las víctimas fueron los 30 pasajeros de un crucero de lujo francés. La experiencia es un grado y cuando el barco gallego se reencontró con el peligro de nuevo hace unos meses, logró darles esquinazo con un acelerón de velocidad.

"Los atuneros tenemos la imagen de ser los Formula 1 de la pesca, porque nos movemos de un lado para otro, por la capacidad de nuestros barcos. Siempre se nos ha considerado unos privilegiados, pero no es así", dice, molesto, el armador de Vigo. "Todo lo contrario. Porque si no nos hubiéramos movido nos hubieran comido otras flotas". Medita en alto cómo estarán las familias de los marineros gallegos y el resto de la tripulación. "Ellos lo estarán pasando mal, pero aquí las noticias llegan a cuentagotas", se queja.