Los metales pesados son un grupo de elementos químicos que presentan alta densidad y que en altas concentraciones son tóxicos y bioacumulativos, ya que se acumulan en el organismo y no se eliminan ni por heces, ni por sudoración ni por orina.

Los más susceptibles de estar presentes en el agua de consumo humano son el mercurio, níquel, cobre, plomo y cromo, aunque también pueden aparecer otros como el hierro, arsénico, cadmio, etc.

La contaminación del agua por presencia de metales pesados puede ser debida a causas de origen natural o antropogénico. En el primer caso, el incremento de la concentración se debe a un proceso de enriquecimiento natural, cuando el agua atraviesa sustratos que contienen metales en su composición.

En el segundo caso, la contaminación se debe a la acción humana, principalmente a la actividad minera e industrial, a aguas residuales y lixiviados que llegan, por arrastre, hasta manantiales o aguas de los ríos. En las zonas con una gran actividad agrícola, en la que se utilizan plaguicidas, puede existir también una contaminación de manantiales y aguas de ríos cercanos.

Hoy en día, todavía existen inmuebles antiguos con tuberías de metales pesados como el plomo, cuyo empleo era muy habitual en la década de los 70 y los 80. En este sentido, la disolución del metal pesado de la conducción en el agua puede dar lugar a un aumento de su concentración en el agua.

La medición de los metales pesados en aguas y en alimentos se puede llevar a cabo por diferentes técnicas. Una de ellas es la Espectrofotometría de Masas con Plasma de Acoplamiento Inductivo, para la que se utiliza un equipo de última generación, ICP-Masas. Reflejo del compormiso por la innovación y la calidad de VithasLab.

“Esta técnica es muy precisa y fiable, con bajos límites de cuantificación”, explica Ruth Castro, directora de Laboratorio de División de Medioambiente y Bromatología de un laboratorio vigués.

Hay ciertos indicios que pueden hacernos pensar que nuestras aguas contienen altas concentraciones de metales pesados. Por ejemplo, algunos de ellos dan lugar a coloraciones que, en ocasiones, podemos detectar. Así, es muy habitual observar cercos azulados o parduzcos en las piletas de nuestros cuartos de baño.

Ahora bien, no todas las aguas contaminadas con metales pesados presentan coloración, y en ocasiones, si las hay, no conseguimos detectarlas. “Por ello, se recomienda una vigilancia de las aguas de consumo humano, analizándolas para comprobar que los valores de metales pesados registrados se encuentran por debajo del valor límite legal”, apunta Castro.

Cómo reducir la exposición

Por otra parte, se pueden tomar ciertas precauciones para reducir la exposición a los metales pesados contenidos en el agua:

-Dejar correr el agua del grifo antes de beberla, especialmente si no se ha utilizado en las últimas horas. Esto se debe a que el estancamiento de las aguas favorece el aumento de la concentración de los metales pesados.

-No beber el agua caliente procedente del grifo. Habitualmente, los metales pesados se presentan en mayor concentración en agua caliente, ya que presenta una mayor capacidad de disolución de metales pesados.

-Aislar bien las conducciones y manantiales para evitar que, por escorrentía, lleguen aguas contaminadas de vertederos, de lixiviados, aguas contaminadas con plaguicidas etc.

-Si el problema está en que nuestras tuberías son de algún metal pesado se recomienda la sustitución de las conducciones.

-Los manantiales o pozos deben estar alejados de vertederos o de aguas residuales.

-Hoy en día existen tratamientos que pueden reducir las altas concentraciones de ciertos metales pesados en las aguas de consumo humano.

Efectos del cobre y el plomo en el cuerpo humano

El cobre es un oligoelemento esencial para el ser humano que actúa como cofactor necesario para muchas enzimas y proteínas. Sin embargo, su exceso puede llegar a ser tóxico por su gran capacidad oxidativa.

La ingesta total diaria habitual de cobre es de 1 a 3 mg, de los que se absorben solo del 10 al 50%, pasando del intestino delgado al torrente circulatorio. “La enfermedad de Wilson se caracteriza por una alteración en el metabolismo del cobre que ocasiona su acúmulo en diferentes tejidos, principalmente hígado, núcleos basales y córnea. Los principales síntomas suelen ser hepáticos en las primeras fases de la enfermedad y neurológicos o neuropsiquiátricos en estadios más avanzados”, explica el doctor Tomás Camacho, jefe de Servicio de Análisis Clínicos del laboratorio.

El tratamiento actual se basa disminuir el depósito de cobre tisular, prevenir la acumulación continuada y conseguir reducir o tratar eficazmente las complicaciones derivadas. El éxito del tratamiento depende del momento del diagnóstico y de la evolución que haya alcanzado la enfermedad; para ello es fundamental el tratamiento quelante con D-penicilamina y la trientina.

Por su parte, las personas con un exceso de plomo en el organismo acuden a los servicios de salud por dolor abdominal, astenia, cefalea irritabilidad, dificultad en la concentración y estreñimiento, entre otros.

“El diagnóstico de la intoxicación suele ser difícil, ya que el cuadro clínico es sutil y los síntomas inespecíficos. En cuanto a los análisis de laboratorio toxicológico se prefiere usar el análisis de plomo en sangre y la zinc-protoporfirina. El tratamiento consiste en el alejamiento de la fuente de exposición y el tratamiento quelante si la plumbemia es mayor de 60 microgramos/dL”, apostilla el doctor Camacho.