Esta vez fue Barcelona. En una pauta bien marcada por atentados anteriores en grandes ciudades europeas, el terrorismo islamista dejó ayer sobre el suelo de las Ramblas de la capital catalana al menos trece muertos, cinco de ellos niños, y más de un centenar de heridos, quince graves, veintitrés menos graves y el resto leves. Es el peor ataque registrado en España desde el 11 de marzo de 2004, cuando la explosión de varios trenes en Madrid dejó 192 muertos y más de 2.000 heridos.

En las horas de confusión que siguieron al atropello fue detenido por su relación con el atentado Driss Oukabir Soprano, marsellés de origen magrebí residente en Gerona con cuya documentación fue alquilada la furgoneta que ayer se transformó en arma mortífera. Los mossos detuvieron a un segundo sospechoso en Tarragona, mientras que un tercero, inicialmente relacionado, fue localizado muerto en un coche a tres kilómetros del control de policía que se saltó. Ninguno de los detenidos es el conductor del vehículo.

La masacre barcelonesa se desencadenó sobre las cinco de la tarde, cuando una furgoneta Fiat blanca procedente de la plaza de Cataluña accedió al paseo central de las Ramblas, a esa hora repleta de paseantes en una Barcelona desbordada por el turismo. El vehículo cubrió a gran velocidad poco más de 500 metros, hasta llegar casi a la altura del Liceo. Fue un recorrido sinuoso, zigzagueante, con el objetivo de alcanzar al mayor número posible de víctimas. Testigos presenciales relataron cómo vieron salir por el aire a algunos de los viandantes atropellados. Sobre el suelo quedaron cuerpos desmadejados y heridos incapaces de levantarse cubiertos de sangre. Las primeras impresiones avanzaban ya decenas de heridos. El recuento comenzó anticipando dos muertos que a media tarde se elevaron ya a trece, con posibilidad de aumentar a tenor de la gravedad de quince de los más de cien heridos. Entre los fallecidos, todavía pendientes de identificación, figuran tres alemanes y un belga.

Tras los atropellos se desató el caos en el corazón de Barcelona. Personas en estampida, comercios y bares con persianas bajadas para protegerse ante posibles nuevos ataques, ausencia de transporte público al cerrarse las estaciones de metro en toda la zona, convirtieron los lugares habitualmente más animados de la capital catalana en un espacio acordonado y tomado por la policía. Fue un bloqueo que se mantuvo hasta cerca de la medianoche, casi siete horas después de los atropellos que muchos de quienes en ese momento se encontraban en el perímetro pasaron confinados en el lugar donde los sorprendió el atentado.

En un primer momento, hubo una alerta ante la posibilidad de que el conductor del vehículo se hubiera atrincherado con rehenes en un establecimiento de comida turca cercano al mercado de La Boquería. La alarma se disipó a lo largo de la tarde y el jefe de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero relató a última hora de la noche que la persona que conducía la furgoneta abandonó la zona sin gritar consigna alguna. Trapero confirmó la detención de dos personas. una en Ripoll y otra en Alcanar, en Tarragona, relacionado con una explosión de gas que dejó un muerto y hundió un edificio en el que se encontraron explosivos.

Ninguno de los detenidos sería el conductor, según Trapero. El jefe de los mossos desvincula del atentado, en principio, a la persona hallada muerta en un vehículo en San Just Desvernes. El coche se saltó un control de los establecidos alrededor de Barcelona siguiendo el protocolo antiterrorista y arrolló a dos agentes. Recibió diversos impactos en el tiroteo posterior y fue localizado luego a tres kilómetro del punto de control, con el conductor muerto en su interior.

Barcelona se convirtió en las últimas semanas un foco de atención continua. A la creciente tensión política que provoca el proceso en torno al referéndum soberanista de octubre se sumó la campaña contra el turismo de jóvenes vinculados a la organización radical de la CUP. A ello se añade el colapso del aeropuerto de El Prat y las largas esperas de los viajeros por el conflicto de los empleados de seguridad. La brutalidad del atentado tuvo como efecto inmediato disipar las batallas menores. Mientras Carles Puigdemont cancelaba sus vacaciones en Cadaqués para retornar a la capital, de Madrid partían con el mismo destino el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, su "segunda", Soraya Sáenz de Santamaría y el titular de Interior, Juan Ignacio Zoido. Los trabajadores del aeropuerto del Prat decidieron tras el atentado suspender la huelga.