Irene Montero, la flamante portavoz de Podemos en el Congreso, no es partidaria de asaltar el cielo, sino de "quemarlo, si es preciso", para tener "una vida que merezca ser vivida". En su ideario vital, por lo tanto, pesa menos Marx que Rimbaud: la "verdadera vida" que el poeta francés quería para sí es la que esta madrileña de 29 años recién cumplidos desea para todos.

Mano derecha de Pablo Iglesias (es su influyente jefa de gabinete y, según algunos medios, también su pareja), ha hecho suya la obsesión que el líder contrajo al ver frustrados sus planes de llegar a la Moncloa: no desgastar las culeras de los pantalones en los escaños, poner la movilización por delante de las tareas legislativas. Por eso en el reciente Vistalegre II animó a sus compañeros a gustar más del "asfalto" que de la "moqueta".

La pareja Iglesias-Montero destrona, pues, a la pareja Iglesias-Errejón, pero además certifica el rumbo netamente izquierdista, sin veleidades socialdemócratas o "transversalistas", que obtuvo el plácet del partido en la asamblea de Carabanchel.

La trayectoria de Montero avala el acendramiento de lo reivindicativo en el nuevo Podemos: nacida en Madrid en febrero de 1988, se afilió a las juventudes del PCE a los 16 años, para después ir robusteciendo carácter, sucesivamente, en las protestas contra el Plan Bolonia, la acampada del 15-M en la Puerta del Sol y, lo más importante, las acciones contra los desahucios.

Pero quizá lo esencial llegó más tarde, cuando, ya diputada, tomó parte en las fracasadas negociaciones para formar gobierno con el PSOE. De esa frustrante experiencia Montero extrajo la conclusión de que los socialistas nunca tuvieron el pacto como objetivo, sino como coartada. Allí se plantó la semilla de la división que ha terminado relegando a Errejón y aupándola a ella y al resto de los "conspiradores" que el sector del exportavoz identifica como responsables de su arrumbamiento.

Su otra tarea pendiente es feminizar la vida política. Y sin cortapisas etimológicas. El diputado del PP Ángel González lo sabe bien, porque desde el miércoles no consta como maleducado o agresivo, sino como "machirulo".