Doce horas de infarto y desconcierto en un comité tenso y bronco pusieron fin a Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, el primero elegido en primarias abiertas, y abrieron una etapa de gestora en manos del presidente asturiano, Javier Fernández, que anoche ya se reunía con los barones para designar los miembros. El PSOE abre una nueva etapa con el objetivo de sellar las graves heridas internas y evitar a toda costa unas terceras elecciones.

La de ayer fue una larga jornada sin debate político: solo el choque de dos posiciones enfrentadas e irreconciliables que trataban de aplazar el momento de inclinar la balanza con la fuerza de los votos. Las intervenciones, algunas entre abucheos e interrupciones, solo intentaban arañar una mínima posición de flaqueza en el contrario. De un lado, Pedro Sánchez, flanqueado por sus 17 miembros afines de la Ejecutiva, trataba de mantener que solo cabía votar el orden del día. Del otro, los principales barones territoriales y la poderosa federación andaluza buscaban poner fin a los intentos de Sánchez de formar un gobierno alternativo al PP buscando socios en el soberanismo.

Y como telón de fondo, el abismo de unas terceras elecciones: un final probable de seguir adelante Sánchez con sus planes y que los barones querían evitar a toda costa. Afuera, el ruido de militantes, afines y curiosos varios que coreaban a gritos un "No es no" o "Pedro, Pedro", que se les heló cuando conocieron el resultado final.

Fue un comité federal a trompicones, que parecía atascarse sin solución mientras se instalaba el desánimo y el desconcierto entre los integrantes del cónclave, el más relevante del partido. Las continuas desavenencias entre los "críticos" y los "sanchistas" impedían cualquier avance. Costó sacar adelante la Mesa. Se cuestionó cuántos de los presentes podían votar, ya que los "críticos" no reconocían a los miembros que quedaban de la ejecutiva de Sánchez. Como contrapartida, este llegó a proponer que los 17 dimisionarios afines a los barones que precipitaron la crisis se incorporasen al comité, algo que no aceptaron los críticos "ya que supondría legitimar a una ejecutiva que ya no se reconoce válida". Recesos y más recesos.

Mientras, afuera, el guirigay que ya había recibido con insultos a los integrantes del comité (a gritos de "golpista" o "traidor"), incluso confundiendo a afines a Sánchez con críticos, elevaba el tono en cada salida del interior de la sede socialista de Ferraz. "Yo no salgo para enfrentarme a ese circo", reconocían integrantes del comité federal. Con el paso de las horas se sucedieron los intentos de una y otra parte que terminaban bloqueados. En realidad, ambos contendientes medían sus fuerzas.

La elección de voto secreto o a mano alzada era relevante. Según algunas fuentes, Díaz temía que el voto en urna propiciase fugas de los suyos hacia Sánchez. Con el paso de las horas, el PSOE se encallaba, tensaba sus costuras a punto de romperse. Pero a partir de las seis de la tarde las cosas se precipitaron. En dos horas Sánchez cayó fulminado. El detonante fue la decisión de los afines al aún secretario general de forzar una votación. "Sacaron unas urnas y las colocaron, sin ninguna garantía de cómo se llevaba la votación", relataron los críticos. La votación comenzó entre gritos de "pucherazo". Tal fue el clima entonces, la sensación interna de caos y bochorno, que José Antonio Pérez Tapias, el exdirigente de Izquierda Socialista que compitió con Sánchez por liderar el PSOE, abandonó Ferraz. "El partido está roto. No veo solución", declaró abatido. "Se está votando y ni siquiera sé qué se vota", confesó.

En un clima muy tenso, terminaron por retirarse las urnas y los críticos lanzaron su órdago final: una moción de censura. Para ello necesitaban obtener las firmas de al menos el 20% de los integrantes del comité. Y lograron más del 50%, la evidencia de que tenían en su mano la mayoría.

Los "sanchistas" frenaron el golpe y la mesa (de tres miembros y de los que dos son afines al hoy exsecretario general) argumentó que no admitía las firmas, porque estatutariamente debían presentarse en un comité ordinario y no en un extraordinario, según algunas fuentes. El argumento era un bálsamo: estaba claro quién dominaba. Algunas fuentes afirmaron que incluso Sánchez llegó a admitir ante la presidenta andaluza su abandono si Almunia presidía una gestora. La presidenta andaluza lo rechazó. El movimiento definitivo fue una votación a mano alzada sobre la celebración del congreso. Abatidos tras horas de discusión, terminó aceptándose. Y fue el fin. Los críticos obtuvieron 133 votos contrarios al congreso exprés planteado por Sánchez y sus afines 107. Alzaron la mano incluso los miembros de la ejecutiva cuya presencia estuvo en discusión al comienzo de la jornada. Sánchez sólo pudo dirigirse al comité para anunciar su dimisión.

Después todo fue muy rápido. Liquidado Sánchez ya solo cabía constituir la gestora que al principio se discutía. Hubo dudas de si proclamar una provisional, pero finalmente se optó por conformar una presidida por Fernández.

Sánchez compareció ante los medios sin dar pie a preguntas, sonriente y tranquilo. Pidió a la militancia del PSOE que mantenga el "orgullo" de pertenecer al partido y recalcó que la gestora tendrá todo su "apoyo leal".

Pero la gestora no tendrá una tarea fácil. Primero "coser" el partido y, sobre todo, establecer una estrategia que impida llegar a unas terceras elecciones. Cómo lo hará, aún es una incógnita, pero Fernández ya advirtió el pasado viernes que solo había dos opciones: un gobierno del PP o la vuelta a las urnas.

Al término de la jornada, el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, afirmó que: "He hablado con Sánchez tras su dimisión y me ha dicho que piensa presentarse a las primarias". César Luena también señaló que: "Pido a los militantes que cuando tengan voto lo ejerzan; yo apoyaré a Pedro siempre"; mientras Mique Iceta indicó que "la dimisión era inevitable".