Es improbable que la acusada Cristina de Borbón tuviese prisa por seguir los pasos de La Paca hacia un macrojuzgado de quita y pon como el que improvisaron hace tres años en Son Rossinyol para juzgar a un clan de narcos mallorquín. Pero aunque sea más que improbable la prisa por verse en el juicio que ayer todavía trataba de evitar, la realidad es que la hija y hermana de reyes madrugó más que ningún otro acusado para acudir a la cita con la Justicia y con el retrato de su hermano, Felipe VI, cuya efigie preside la sala.

Eran las ocho y diez de la mañana. Acababa de salir el sol de un día que amenazaba vendaval de viento y de noticias, cuando aparecían en escena la infanta y su marido. En su amanacer más tétrico, el que muchos escépticos de la Justicia nunca creyeron llegar a ver, ambos se bajaban de un coche azul oscuro, muy parecido al que en su día dejó a Urdangarin en la cuesta de los juzgados.

Aunque la cita con la ley quedaba ayer lejos de la rampa icónica. Tocaba juicio poligonero en Son Rossinyol, para más señas en la Escuela Balear de Administraciones Públicas, un edificio de cuatro plantas, ayer tomado por la Policía y por los más sospechosos del lugar, esos periodistas mil veces registrados.

Olvidada ya hace tiempo la historia del héroe olímpico que desposa a la princesa más guapa, querida y simpática de su borbónica camada, comparecía ayer en su lugar una pareja de mediana edad y lustros de convivencia, prototípica en gestos y formas: ni se tocan, ni se miran, ni se hablan. Acusada ella, acusado él. Poco maquillada ella, un tanto demacrado él. De luto negro, granate y gris ella, de luto azul oscuro casi negro él. Silentes y discretos ambos, que los tiempos de cortar cintas, aguantar aduladores genuflexos y repartir sonrisas entre bermudas y yates de Portals hace tiempo que quedaron atrás.

Ayer la realidad era más fría. Gélida. El exduque de Palma, despojado por su rey y cuñado del ducado que le creó su también rey y yerno en la isla de sus líos, le abre la puerta hacía el banquillo a su esposa, la exduquesa y hermana real. Se la abre literal y metafóricamente. La metáfora que alude a la infanta puesta por su marido a las puertas de la Justicia hay que rastrearla más lejos. Primero aflora en 2007 y los tiempos de Matas, los del Palma Arena saqueado. Y más tarde en el año 2010 y el escándalo revelado por el tesón del juez Castro y la Fiscalía que desnudaron al cuñado real que obtenía fondos públicos gracias a la imagen regia de su yerno, de su cuñado y de su mujer.

Desde ayer, la imagen de su mujer e infanta mide rango con la de la Paca y su clan de narcos, los que estrenaron la sala especial, habilitada y blindada del mismo modo. Aquella vez, se trataba de proteger a todos de 50 sospechosos con sangre en su historial y evitar fugas de acusados que venían de la trena. Ayer se trataba de proteger a los acusados de más caché. Por ello era más difícil entrar en el lugar que salir de él.

A La Paca el escenario le fue bien. Esquivó la cárcel en aquel juicio (luego el Supremo la devolvió a las rejas). La ciudadana de Borbón aspiraba ayer a esquivar el resto del juicio. En los próximos días se verá si lo logró. Ayer lo que se le vio fue su gesto serio en los veinte pasos que dio entre el coche y esa puerta a la Justicia que le abrió su marido, el mismo que, según su defensa y su fiscal Horrach, hacía lo que la esposa no sabía.

Muchos minutos después, a las 8.52 horas, entraba la otra pareja del caso, la que sí está claro que compartirá banquillo durante los meses de juicio: Diego Torres, socio de Urdangarin, y Ana María Tejeiro, una esposa que sí sabía de su marido, según acusación fiscal. Viste look de oficinista él. Luce elegancia negra ella, que el día pinta oscuro para todos los encausados que cruzan la puerta más mediática del mes. A los socios de Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón les seguía poco después el origen del dinero perdido, el expresident y convicto Jaume Matas, serio y recién confesado por el fiscal. El exministro del PP bajaba de un taxi y entraba como se ha quedado tras tanto juicio, tanto interrogatorio, y tantas acusaciones a sus subordinados: solo, a la sombra de sus abogados de este mes.

| Peligro: periodistas. Esta vez no tuvo ni que hacerse el sordo: a Matas no le insultaron al entrar. Ni a él ni a nadie. En la calle solo embarullan coches, claxones de camionero y murmullos de periodistas, el público figurante encargado de informar al público televidente, oyente, ausente. En la puerta está convocada una manifestación. Son cuatro manifestantes. Ni tres, ni cinco: cuatro. Dos, Francisco Solano y Miquel Mascaró, portan banderas republicanas y exigen a la infanta de Borbón "que devuelva el dinero". Otro, un conocido activista de los yayoflautas, luce pañuelo rojo y pide "Justicia para todos".

A la puerta, despliegue de vehículos policiales. Y de todas las televisiones y radios. Por duplicado, triplicado y casi decuplicado. Quedaba así poco sitio para el público. A las 9.10, la policía aún buscaba a un ciudadano para completar el aforo de 38 personas que permite un juzgado provisional de 200 metros. Lo encontraron rápido: era el único que quedaba en la puerta.

| Mucha prensa, poco público. A pie de juicio había ayer cientos de locutores, cámaras, plumillas y fotógrafos: en el listado oficial de medios figuran casi 600 profesionales.

Dentro, la infanta aguanta la sesión con el gesto impasible de quien ha sido entrenada para ello. A unos metros se retuerce más su marido, que antes de empezar había intercambiado cuchicheos con su socio Diego Torres, el que amenaza con hundirle. Lo que pasa en la corrupción, queda en la corrupción, que diría Butragueño. El cuñado real cruza y descruza las piernas. Mueve las manos. Gesticula de cuando en vez. Se rasca y suspira. Ella mira como quien no ve ni oye. Parece tan cuajada en la ausencia zen como el mismísimo Matas. Aparentemente tranquila, solo luce reflejos cuanto toca ser la primera en salir al descanso de las 11.20 horas. Se esfuma como cuando apareció, sin mirar al hombre de cuyos negocios dice que nada sabía, su marido.

Ni ella ni él abandonan el juzgado desmontable en ningún momento. Ni para comer, cuando jueces, fiscales, acusados, policías, periodistas y curiosos se mezclan para engullir los menús de hambriento de los bares del lugar.

Allí estaba la hermana del Rey, acusada de tercera fila pese al empeño del fiscal y los abogados públicos en dedicarle la mayor parte de su tiempo de exposición. Gracias a ellos, la ciudadana y procesada de Borbón ya no podrá decir más que no sabía lo que pasaba en Nóos. Lo escuchó ayer durante catorce horas de sesión maratoniana. Quizá vuelva a probarlo dentro de un mes.