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Puerta de entrada al reinado carmesí

Los días históricos como la proclamación de Felipe VI se escriben con antelación, se ciñen al libreto y tienen vestuario caro y mucha figuración

Los Reyes de España y, tras ellos, la Princesa Leonor y su hermana, la Infanta Sofía, entran en el Congreso de los Diputados. // Modem Press

Hubo quien se hizo el "selfie" en el cuarto de estar ante la televisión y la proclamación planas para dejar constancia de su asistencia a un día histórico. Los vencedores escriben la historia y la mayoría de los días históricos se escriben con antelación y se desarrolla según el libreto. Para entender una cosa tan infrecuente como la sucesión dinástica -meter algo tan antiguo dentro de la segunda década del siglo XXI, tan de última generación- hay que encontrar parecidos rituales razonables y reconocer el original por la copia.

El día empezó como una primera comunión de las de antes, con un joven vestido de militar y fajado por su padre. Se cuenta que los nuevos Reyes no echarán de casa a los viejos Reyes. Cada uno seguirá en su casa y Dios en la de los viejos Reyes, porque los nuevos van de laicos a jurar. La promoción interna que se vive en el negocio familiar de los Borbones -proveedores de hijos para la Casa Real española desde 1700- se traduce en que el despacho de Juan Carlos I pasa a ser utilizado por Felipe VI.

La retransmisión siguió como una cabalgata por el secarral de Madrid, con los Reyes a bordo de una carroza en forma de Rolls Royce "carroza" de Patrimonio Nacional. El paisaje mejoró al hacerse urbano y pasar por el Madrid más vistoso, cortado al tráfico como por una manifestación pero sin quejas visibles de los honrados comerciantes.

Los Reyes y sus hijas viajaron en coches distintos, de ida a cubierto, de regreso en descapotable. El Rey, alto; la Reina, guapa, y las niñas, monas y educadas. Los premiosos cronistas no precisaron si habían tomado Biodramina en el coche de atrás. Destacaron, en cambio, el inicio de un reinado carmesí que se muestra ya en el escudo de armas del nuevo Rey y en el color del fondo de la matrícula de un coche añoso del que ni el RACE ni Tráfico dirán que es peligroso y contaminante.

Los Reyes llegan lentamente a la Carrera de San Jerónimo por la calle Cedaceros, donde les espera, al sol y con chaqué, el presidente del Gobierno. Planazo en Cedaceros. Entran en el Congreso de los Diputados por la puerta de los Leones, bajo inmenso dosel blasonado, sobre larga alfombra roja, entre ácaros, si se permite dar esta visión microscópica como se permitió la visión telescópica de los 120 francotiradores que no tuvieron trabajo o puntería porque no hubo bajas que lamentar.

En un hemiciclo apretado, caben cuatro electos por cada tres escaños, hay familiares invitados, poderes nacionales y autonómicos, representantes del Estado y de la Iglesia. Descontados los primeros planos reales, son las primeras caras que se ven en la transmisión. Fuera, la gente; dentro, las personas. Fuera, el pueblo; dentro, sus representantes. A los que dicen que no les representan ni se les representó. Un tal García de la Concha charlaba con un tal Blázquez, procedentes los dos de la Iglesia, el primero derivado hacia la lengua y el segundo aupado a la Conferencia Episcopal.

Para cubrir a la vez la llegada y la espera, las imágenes de televisión con pantalla partida agitaron el corazón del telespectador de series por miedo a que sucediera un atentado terrorista como en la ficción paranoica "24", a la que recordaba.

Es todo tan simbólico que los símbolos simbolizan. Se miran pero no se tocan. Ni la corona -que es tumular- se ciñe, ni el cetro -que no es cetro sino bastón de mando- se empuña. Entran papá, mamá y las nenas, recibidos con aplausos largos y cerrados que agradecen.

Interviene el presidente del Congreso, Jesús Posada, con sus epéntesis de Carlos Larrañaga, y le sigue el joven Rey, que conserva sus gallos de Príncipe. Su discurso empieza como el de los premios Goya, con largos reconocimientos a la familia, que hacen que la Reina Sofía se levante y agradezca y que Elena de Borbón se emocione. Se nota la ausencia de la Infanta Cristina por el pinchazo de su auto de procesamiento.

En su primer día de trabajo, el discurso del Rey es vago. Se nota la pluma del Gobierno, que evita disimular su retórica. Enuncia todo, describe, cita los problemas pero no acude a soluciones. Al pasar del discurso de agradecimiento al sermón de la misa, los ojos se distraen en la ternura de las piernas que cuelgan de las sillas regias. Princesa por sorpresa.

Los diputados de todos los partidos presentes aplauden el discurso que ha escrito el Gobierno, y Fernando Ónega se chiva de que los nacionalistas se han ahorrado las palmas de aprobación o de cortesía. La sesión se levantó cuando ya todos estaban de pie.

Vuelven al sol de Madrid, que trabaja en primavera con potencia de verano para dar brillo a medallas militares, cascos con penacho y petos con sidol. El teatro de calle forma un desfile austero abierto por gastadores, con lanceros, coraceros, rojos, azules, verde guardia civil y lomos y crines de caballos de blanco roto, a juego con el vestido de la Reina Letizia. Secciones de viento repiten la marcha.

Rumbo al Palacio Real se recorre el kilómetro y medio de la Gran Vía, larga para el acomodo de la gente y muy ancha para que se pueda hablar de multitudes en un día del Corpus, festivo en Madrid. La vista aérea con el auto en medio de la calzada sobre la doble raya continua le hace parecer un coche de Scalextric que salta, manso, los semáforos en rojo.

Llegando a palacio atruenan las salvas con forma simbólica. Son las 21 de Rey, no las 19 de Príncipe, pero, como el discurso, carecen de contenido.

La espera del balcón, por balcón, recuerda a la bendición papal y lo subrayan las campanas católicas de la Almudena. Como en la Semana Santa, se produce el encuentro de una figura paterna y otra filial. En su primer día de jubilado, el viejo Rey se dio el madrugón pero libró la mañana con solo un par de recados: la faja y el balcón. Saludos y besos.

El pueblo ha hecho de pueblo todo el tiempo, sin cara ni ojos, masa que vitorea y porta enseñas, suda y se abanica, destella en calvas morenas y en brillos rubios. Paraguas que son parasoles, tirantes flojos y agua mineral. En palacio, sombra y vino español.

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