A la una y seis minutos, con el repique de las campanas de la Catedral de La Almudena de música de fondo y el sol reluciente del Corpus madrileño tamizado por tupidas cortinas granate, los nuevos Reyes de España tomaron un primer contacto visual con el trono que ya les pertenece. Con sus tronos, porque en el Salón del Trono del Palacio Real hay dos, elevados del suelo por una breve escalinata a cuyos pies, a lo largo de dos horas exactas, Felipe VI y Doña Letizia estrecharon ayer, una por una y sin apear la sonrisa, las manos de los bastantes más de 2.000 invitados a la recepción real más multitudinaria que se recuerda en Palacio. Ni el Rey ni la Reina se sentaron en los sitiales que por derecho le corresponden desde ayer. De pie, de espaldas a ellos, con la única tregua de un receso de apenas veinte minutos, atendieron a los convocados a medida que estos iban pasando en rigurosa fila por delante de ellos y de sus tronos. Dos mil se dice pronto, pero puede que sea ahí donde decidieron parar de contar, porque puede que hubiera muchos más. Muchos y diferentes, tanto como lo son el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que fue el primero en cumplir, de los empleados de Palacio que pasaron los últimos. Tanto como el cantante David Bisbal y el jugador de baloncesto Pau Gasol. O como unos cuantos toreros y varios banqueros, y estos a un batallón de políticos, con cargo o jubilados, y un historietista, una hilera de columnistas, una actriz, unos atletas, una fila pintoresca de embajadores extranjeros. La extracción de los asistentes variaba como de un diseñador de moda a un capitán general del Ejército. O del humorista José Mota a monseñor Rouco Varela. O de todos ellos a dos niños a los que alguien llevó al acto solemne con pantalones cortos, zapatillas de deporte y camiseta. O del presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, a Isabel Preysler, que se acercaron a saludar a los Reyes en amigable charla a medida que avanzaban por la cola de la recepción.

Dos horas. Exactas, como si la cadencia del tiempo de saludo por persona estuviera medida al segundo. De la una y seis a las tres y seis. Dos horas en pie y un amplísimo repertorio de sonrisas para una multitud que, igual dentro que fuera de Palacio, no quiso esperar para rendir honores a la nueva monarquía renovada. Mientras en el exterior relucía el jueves del Corpus madrileño, Don Felipe y Doña Letizia entraron en el Salón del Trono y justo después de saludar a los de fuera desde el balcón principal del edificio se pusieron manos a la obra con los de dentro. Manos y más manos, manos por millares, casi tantas manos como sonrisas, parabienes, enhorabuenas e inclinaciones de cabeza a los dos lados del saludo.

En este cuadro son nuevos los Reyes, pero permanece la escenografía. El Salón del Trono, primera planta del Palacio, ventanales al patio de la Armería y a la catedral de la Almudena, un espacio rectangular, diáfano y enmoquetado, es el único del palacio que mantiene la decoración intacta desde el siglo XVIII. Ayer, el festejo cambió a los Reyes, por supuesto, y un mínimo detalle en los tronos "estilo Carlos III": en la parte superior del respaldo, donde hasta el miércoles estaban grabadas las efigies de perfil de don Juan Carlos y doña Sofía, ayer lucían por primera vez sendas coronas. Por lo demás, todo igual. El besamanos transcurrió bajo "La Gloria de la Monarquía Española" que Tiépolo pintó en el techo, ante las estatuas de resabios mitológicos que Diego de Velázquez encargó a los mejores escultores de la Roma barroca para decorar el antiguo Alcázar de los Austrias, que ocupaba el solar del Palacio Real hasta que se incendió en la Nochebuena de 1734. Hay grandes espejos en todos los muros, relojes de pie, candelabros y arriba dos enormes lámparas. Del balcón exterior cuelga un tapiz con el escudo de armas del nuevo Rey.

A la una y seis, para el último capítulo de la proclamación después de la Zarzuela, el Congreso y las calles de Madrid, los Reyes pisaron la moqueta del Salón del Trono y caminaron cogidos del brazo hasta los dos tronos, que ocupan el centro de la estancia. Él, con el uniforme de gran etiqueta de capitán general que lució en la ceremonia, pero sin gorra ni guantes; ella, con el sobrio vestido blanco que paseó por todos los actos de la proclamación. Los dos solos, sin sus hijas ni los Reyes salientes, que acababan de acompañarles en el saludo a la multitud desde el balcón de palacio. Empezaron por estrechar de nuevo la mano del presidente del Gobierno y de su esposa, Elvira Fernández. Siguieron, por orden, otras altas autoridades del Estado como los presidentes del Congreso y del Senado, Jesús Posada y Pío García Escudero, respectivamente, y sus acompañantes, y los del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, Carlos Lesmes y Francisco Pérez de los Cobos. Luego, todo en fila de a uno, saliendo sin cesar de la derecha y yéndose por la izquierda tras saludar y cruzar la sala, aquella puerta escupió en las dos horas siguientes miles más desordenados. De entrada, todos los expresidentes del Gobierno, el banquero Emilio Botín o el embajador de Estados Unidos, James Costos. En ocasiones se formaban pequeños "atascos" en cuanto Felipe VI o la Reina Letizia se demoraban mínimamente en algún saludo. O cuando el invitado pretendía consumir más tiempo del debido. A ambos les ocurrió eso con personalidades cercanas a la Casa Real y a la pareja, como el director emérito vitalicio de la Fundación Príncipe de Asturias, Graciano García, o la escritora María Teresa Álvarez, viuda del exjefe de la Casa del Rey Sabino Fernández Campo.

Estuvieron también, entre otros muchos, el a ctual presidente y la directora de la Fundación, Matías Rodríguez Inciarte y Teresa Sanjurjo, el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, o el director de Informativos de TVE, Julio Somoano.

Antes o después de ellos, pasaron asimismo periodistas como Lalo Azcona o Diego Carcedo, la directora del departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud, María Neira, o el consejero de Liberbank Felipe Fernández. Y los políticos. Del mundo empresarial, asistieron a la recepción Esther Alcocer Koplowitz y los directivos de Repsol, Antoni Brufau; Santander, Emilio Botín; BBVA, Francisco González; Iberdrola, José Ignacio Sánchez Galán.

En este desfile heterogéneo, donde la puerta de la derecha igual dejaba paso a una estrella de la música como Alejandro Sanz que a un humilde diputado de provincias que se aproximaba enfocando la escena con el móvil, el termómetro de la popularidad son los flashes de las cámaras fotográficas. Suben con Sanz y con su esposa embarazada -Raquel Perera-, con Bisbal, las nadadoras Mireia Belmonte y Teresa Perales, que llegaron juntas, con los atletas Marta Domínguez y Abel Antón, el campeón olímpico de gimnasia Gervasio Deferr, con Luis Alfonso de Borbón, primo segundo del nuevo Rey. Y con el cariñoso saludo a Adolfo Suárez Illana, hijo del expresidente del Gobierno, con la llegada de los toreros Enrique Ponce, El Juli y Juan José Padilla o del banquero Emilio Botín.

Lo mismo con un líder socialista que sale, Alfredo Pérez Rubalcaba, que con otro que quiere entrar, Eduardo Madina. Pasarán, entre otros muchísimos, el empresario Juan Miguel Villar-Mir, José Montilla, Carmen Alborch, Alicia Sánchez-Camacho -la líder del PP catalán-, con su hijo pequeño, la actriz Ana Duato, Emilio Aragón, Esperanza Aguirre, Manolo Santana, el lehendakari Urkullu no...

-¡Hombre!

Es Miguel Indurain, y la exclamación de Felipe VI se hace notar en el Salón del Trono. Sonríe y echa la cabeza hacia atrás. Entre gestos, genuflexiones femeninas, inclinaciones de cabeza masculinas, muy pocos abrazos por la premura de tiempo, aquello del "besamanos" solo es literal algunas veces, como cuando el científico Santiago Grisolía se inclina a besar la mano a Doña Letizia. Tal vez también cuando el nuevo Rey besó el anillo del cardenal Rouco Varela.

Fueron en total apreciablemente más de dos millares, pero tampoco estuvieron todos. Los miles que estuvieron ya son bastantes más de los que se congregan aquí mismo en los momentos más solemnes y multitudinarios que se recuerdan en Palacio, sobre todo en la fiesta de la Hispanidad del 12 de octubre, pero incluso había más invitados. Unos faltaron algunos por voluntad propia, como los diputados de IU, y otros por incompatibilidad de calendario, como el tenista Rafael Nadal.

Todo terminó con los invitados en un almuerzo informal, con miniaturas gastronómicas que contenían guiños a algunas comunidades autónomas, como el cava catalán o el fino andaluz.