Nunca ha demostrado la menor prisa por reinar, pero sabía que le tocaría el turno. Felipe de Borbón, el futuro Felipe VI, será un rey diferente. Fue el primer Príncipe de Asturias que juró la Constitución y será el primer rey de una España esencialmente democrática. La España del siglo XXI llega con problemas del siglo XXI. El primer reto será protagonizar la transición tranquila. El segundo, mejorar la imagen de la Monarquía, castigada en los últimos tres años y casi siempre por errores propios. El tercero, probablemente, la inevitable cuestión catalana.

La presencia de los Príncipes de Asturias en Cataluña se ha intensificado en los últimos tiempos. El día en que en el Congreso se debatía la procedencia de la consulta catalana, Felipe de Borbón brindaba en Barcelona junto al presidente de la Generalitat y rodeado de empresarios. Es de suponer un papel activo del nuevo rey en medio del atasco político, y todo ello sin olvidar que el rey reina pero no gobierna.

Lleva muchos años de entrenamiento. Le han enseñado a ser prudente, tiene cintura, domina la escena y cultiva la imagen (sobre si le queda bien o no la barba ya canosa hay gustos). Su protagonismo como interlocutor institucional con los países de Hispanoamérica le sitúa en una posición de privilegio en esa área cultural y de negocio muy sensible para los intereses españoles. Su perfecto dominio del inglés y el francés le da soltura de puertas para afuera.

Su carrera como Príncipe, a punto de finalizar, se remata sin un error de bulto. En estos años ha ganado paciencia y ha perdido frialdad. De su madre, la Reina, se dice que es una gran profesional; vale el calificativo para el futuro rey.

Llega al trono de una España en crisis, en el momento más delicado de la credibilidad del sistema político desde la instauración de la democracia. Partidos a la baja, desánimo ciudadano, seis millones de parados y un descontento que quedó patente en los resultados de las últimas elecciones europeas.

La Monarquía, entre juzgados y safaris, pierde adeptos, aunque está por ver que la opción republicana triunfara en un referéndum nacional.

Un rey para un mundo global, que hereda el problema latente del vecino Marruecos y las fronteras permeables de Ceuta y Melilla. Felipe nació en 1968, el año de ETA. El terrorismo también se adecuó a los nuevos tiempos, se ha vuelto menos "local" y más planetario.

Felipe compartirá con su padre un inicio de reinado lleno de incertidumbres, aunque las circunstancias no sean ni parecidas. Por fortuna. Lo suyo tendrá pinta de examen para el que llega con la lección aprendida. Su imagen exterior es magnífica, pero el partido se juega en casa.