El primero de los dos encendidos aplausos que rompieron el siempre estricto protocolo de la ofrenda ante el Apóstol Santiago aquel 25 de julio de 1976 brotó del recordatorio de monseñor Ángel Suquía a la renuncia solo unos días antes del privilegio que Juan Carlos I heredó del franquismo para proponer ante la Santa Sede nuevos obispos. El gesto se interpretó entonces por la vocación de marcar las distancias entre lo civil y lo religioso en un país que todavía no se confesaba legalmente como laico. La segunda ovación -"Más encendida", según cuentan las crónicas de la jornada-, vino también en respuesta a las palabras del entonces responsable de la diócesis compostelana cuando habló de la inminente amnistía solicitada por el monarca para algunos de los presos políticos encarcelados durante el régimen. A ninguna de las dos cuestiones se refirió el Rey durante su discurso previo en una catedral sin llenar y con el eco de las manifestaciones del Día da Patria Galega por las calles de la ciudad, bajo el férreo control de las fuerzas del orden. "Mis acciones se han de basar en una verdadera caridad -prometió-, en una entrega total a todos los españoles".

Las poco más de 500 palabras del estreno del Rey como oferente ante el Apóstol son un inmejorable reflejo de la convulsa realidad que azotaba al país. Ni un año había pasado desde la muerte de Franco y su posterior coronación. Cada mensaje se leía con lupa y cada movimiento acarreaba el calificativo de "histórico". Así que su discurso se esperaba con expectación. "Deseamos preservar y confirmar lo mejor de nuestra tradición; deseamos que España se modernice, y sepa alumbrar en todo y también en lo espiritual, una visión renovadora de la vida social -aseguraba-. Queremos hacer reinar la justicia, procuramos y buscamos la paz, la reconciliación, la convivencia generosa en la libertad y el orden, la tolerancia del respeto mutuo y en la fortaleza de un Estado seguro y eficaz".

"Nunca falló en un Año Santo desde entonces", cuenta Xosé Antonio Sánchez Bugallo, parlamentario socialista y alcalde de Santiago entre 1998 y 2011. Y conseguirlo no fue, según el exregidor, difícil. Cuando el ayuntamiento se ponía en contacto con Casa Real, "ellos ya tenían la cita en la agenda". Seis visitas coincidentes con el día grande de la comunidad. De ahí que esos seis discursos del monarca evidencien el salto de una sociedad en blanco y negro al technicolor. La historia de Galicia y de España en las últimas cuatro décadas.

"Para Santiago ha sido un protector y un amigo impagable. Siempre un apoyo extraordinario, de forma consciente o no", relata Sánchez Bugallo. La capital gallega es una constante en las visitas del monarca a la región. Especialmente relevante fue la de junio de 1991. Además de cortar la cinta en la Fundación de Camilo José Cela en Padrón en compañía del Nobel y recorrer la Ruta fluvial Jacobea desde Cesures, los Reyes presidieron la constitución del Patronato de la ciudad, junto con el presidente Felipe González, con el objetivo de canalizar los 50.000 millones de las antiguas pesetas en obras nuevas, pensando en el despegue del turismo de cara al Xacobeo de 1993. Con anécdota. El guión marcado por el concello omitió la comparecencia de Manuel Fraga. El Rey ya había clausurado la sesión. Pero, aún así, intentó que el jefe del Ejecutivo autonómico tomara la palabra. "Te lo pido por favor...", apeló. Fraga se negó "por respeto" al Rey. "¿Enfadado?", le preguntaron los periodistas al de Vilalba. "Todo lo contrario -respondió-. Para eso servimos los viejos embajadores".

"Sin duda, lo más destacable del Rey es su bonhomía. Lo respiras a su lado -continúa Xosé Sánchez Bugallo-. Su sentido del humor es tan grande que vives con él situaciones difíciles de imaginar". El socialista aún se ríe cuando recuerda una conversación que vivió con él y con uno de sus tenientes de alcalde, "que estaba intentando convencerle de que el príncipe tenía que casarse en Santiago. "Al principio me preocupé por la reacción que podría tener. ¡Pero acabaron discutiendo de los pros y los contras! -vuelve a reír- Me parecía imposible que pudiera estar sucediendo".

Por esos "estrechos vínculos que siempre han unido a la Corona con Galicia, en especial con la ciudad de Santiago", monseñor Julián Barrio ha coincidido en innumerables ocasiones con los monarcas. A través de un comunicado, el arzobispo santiagués expresó ayer "su gratitud" a Juan Carlos de Borbón "por el cariño mostrado a Compostela, reflejado en tantas ocasiones en las que quiso hacerse presente en nuestra catedral para hacer la ofrenda nacional al Apóstol Santiago, singularmente en todos los Años Santos Jacobeos". "Lo primero que corresponde en estos momentos, tras conocer la decisión del Rey de poner fin a su reinado -apunta-, es mostrar nuestro agradecimiento por el generoso trabajo y servicio llevado a cabo por el monarca en estos largos años".

Después de la ofrenda apostólica de 1976, el monarca se queda en Galicia para, precisamente, participar en el Consejo de Ministros que avaló la amnistía. La reunión del Gobierno que abrió la puerta al mandato de Adolfo Suárez. Juan Carlos I aprovechó para inaugurar en aquella semana la avenida del Ejército herculina, la Escuela de Arquitectura y participar en un consejo de política económica y social de la autonomía. Fue también su primera cita con Vigo. "Bien conozco vuestros múltiples problemas, la vieja lucha de la ciudad con las dificultades del terreno", proclamó desde el balcón principal de la sede municipal que acababa de estrenar.

La concesión de la Medalla de Oro de Galicia en junio de 1985 selló la estrecha relación del Rey con la comunidad. "La recibo como una prenda de incalculable valor que refleja la identidad y vinculación de la Corona con esta tierra -señalaba-. No me la dais, por tanto, como un recuerdo solamente, sino que para mí representa un compromiso activo que me unirá siempre a vosotros". El presidente de la Xunta de entonces, Xerardo Fernández Albor, le imponía la condecoración delante de la reina y las dos infantas. Justo después de que el monarca pasara revista a las tropas en la Plaza del Obradoiro.

"Se dice con razón que Galicia es pueblo bien dolido porque ha sabido oponer a las dificultades de la Historia, corazón y coraje. Constituís un pueblo que ha respondido siempre con las mejores armas en la lucha por su supervivencia: la entrega a los demás, el respeto al trabajo de las generaciones anteriores y el amor, profundo amor, al solar propio -añadió-. Por eso os digo que, como Rey de España, yo quiero ejercer de gallego: serlo desde el sentimiento y la unión más fuerte con vosotros y vuestros hijos".

Ese viaje de 1985 venía cargado de citas. Desde el Pazo de Raxoi, Juan Carlos de Borbón emprendió rumbo a A Coruña para participar en el desfile militar del Día de las Fuerzas Armadas. A bordo del yate Azor, flanqueado por dos corbatas en las que estaban las infantas, los monarcas contemplaron el llamativo desfile aeronaval. Hasta bastante tiempo después no se supo que aquel 2 de junio los cimientos de España podrían haber sufrido otro duro revés. Pese a que nunca se llegaron a aclarar los detalles, el CESID logró desmantelar un plan para otro golpe de Estado impulsado, presuntamente, por un grupo de altos mandos militares, que pretendían asesinar a los Reyes, sus hijas, al presidente González y al resto de la cúpula gubernamental que acudió a la celebración. El secreto se impuso para evitar daños a la frágil democracia en España y hasta 1997, Felipe González, ya en la oposición, no confirmó que la intentona había sido real.

El desastre del Prestige, a finales de 2002, y la tragedia de Angrois, el pasado 2013, le permitirían al monarca comprobar cómo de hondos son esos sentimientos que esbozó en su agradecimiento a la medalla de Galicia. Al lado de la reina, Juan Carlos de Borbón visitaba a los heridos en el Hospital Clínico de Santiago. "Toda España está pendiente de esto y todos los españoles se unen al dolor de las familias de los muertos -apuntaba en un encuentro ante los medios de comunicación-. Lo único que puedo decir es que tenemos unidos a todos los españoles en este momento y estamos con todas las víctimas, con las familias y con los amigos de las víctimas".

El Rey ha estado muchas de las principales industrias gallegas. Desde la fábrica de Citroën, a las instalaciones de la conservera Jealsa, pasando por Coren. En algunas de esas visitas, presumiendo que venía"como un turista más". Como un peregrino. El 25 de julio de 2010 pasará a la historia como despedida ante el Apóstol. Paradójicamente, con un discurso plagado de reminiscencias al primero, al de 1976, aunque con un escenario totalmente diferente. Con la crisis en uno de sus puntos más álgidos y la amenaza a todo lo logrado para el bienestar social. "No es tiempo de desánimo sino de mucho trabajo y dedicación; tiempo de rigor y de grandes valores éticos, para reemprender juntos, con solidez y planteamientos integradores, el camino de progreso, empleo y mayor bienestar", pidió. Su ya última ofrenda. Y que a punto estuvo de no protagonizar por las "condiciones de salud muy precarias" tras una de sus intervenciones quirúrgicas. De hecho, lo que sí hubo que cambiar fue la convocatoria del patronato de Santiago previsto el día anterior. "Se echó entonces la culpa a Zapatero -relata Sánchez Bugallo-. Pero lo cierto es que era el Rey el que no podía".