Hace unos años se puso de moda un programa de televisión en el que una "supernanny" intentaba encauzar los problemas de convivencia en familias malavenidas. Unas veces los padres eran un auténtico desastre. Otras, los hijos eran un horror. Pero en la mayoría de los casos el fallo no estaba en una sola de las partes, era la familia al completo la que no sabía convivir.

España debería llamar a una "supernanny" que ponga unas gotas de inteligencia emocional en el debate soberanista catalán. Solo así se podrá evitar el inminente choque de trenes entre una parte y el todo. Las recetas de la "supernnany" eran aparentemente diferentes en cada episodio, adaptadas a cada familia en la que aterrizaba, pero las claves siempre eran las mismas. Cada uno de los miembros de la familia tenía que dejar de ver al resto como enemigos y no podía sentir como ofensas cada comportamiento o idea que le causaba rechazo de los otros. Y había que actuar así aunque el otro le siguiese considerando como un enemigo.

La espiral independentista puede basarse en fantasías animadas desde hace décadas por un grupo de fanáticos. Pero a las ideas peregrinas de un adolescente o a las locuras más o menos transitorias de cualquier miembro de una familia no se responde con un bofetón o con un desprecio. Salvo que quieras que la familia salte por los aires.

A los catalanes hay que tratarlos como lo que son, españoles como los demás, como nosotros. Con sus propias peculiaridades, pero como el resto de españoles tenemos las nuestras. Sin penalizarles por esas diferencias, pero también sin beneficiarles por ellas. Igual que para contentar a un miembro de la familia no podemos agraviar al resto.

Las más de tres décadas de autonomías han provocado la paradoja de que los catalanes se sientan agraviados por lo que los soberanistas llaman "España" y que el resto de los españoles crean que el Estado les considera como ciudadanos de segunda frente a los privilegiados de Cataluña.

Esa deriva suicida de reproches mutuos se ha agudizado en los últimos años. El sentimiento de que Cataluña quiere las ventajas del Estado español sin aportar nada a cambio, antes limitado a los más derechistas, se ha generalizado. Y, sobre todo, la idea de que "España nos roba" se ha extendido a la gran mayoría de los catalanes, incluso a quienes hablan en castellano y a los inmigrantes llegados de otras zonas del país.

Es absurdo esperar que Mas, con su errónea deriva independentista, de un paso atrás a favor de la convivencia. Pero eso no puede ser una disculpa para que el resto se quede parado a la espera de que estalle todo. El resto de España debe ganar a esos catalanes de buena fe que han sido inducidos hacia una deriva soberanista sin salida. En vez de acentuar su frustración habría que tratar de ayudarles a salir con dignidad de sus errores, sin penalizarles por seguir a unos líderes irresponsables. Necesitamos las recetas de una "supernanny" para desenmarañar el lío en que nos ha metido la demagogia soberanista.