Incorporado a Madrid después de de nueve largos años en tres embajadas tuve la suerte, destinado a la Oficina de Información de Exteriores, de viajar con el entonces presidente Suárez. Eran tiempos en que España estaba de moda, nuestra transición a la democracia era seguida con auténtico interés en Europa y en Iberoamérica y el hombre que era un claro protagonista de la misma, Suárez, era mirado con curiosidad, admirado e invitado a viajar al exterior.

Pude, primero en Exteriores y después en la Presidencia cuando me fichó, hacer numerosos viajes al exterior con él. El presidente no dejaba indiferente a sus interlocutores ni a los medios de información que le buscaban con denuedo. Era un producto de la dictadura pero, aunque en un primer momento fue contemplado con escepticismo, daba la creciente impresión de que se proponía en serio traer la democracia.

Hizo un viaje muy mediático a Cuba con una turba de periodistas españoles, estadounidenses e incluso europeos. Los líderes occidentales no pisaban Cuba pero Suárez no quería aislar a un miembro de la familia iberoamericana. Fidel estaba esponjado con su invitado y tuvo la ocurrencia, colándose en la rueda de prensa de Suárez, de alabar al jefe del Estado anterior (Franco) que "no se había doblegado al imperialismo yanqui" y había mantenido el comercio y los lazos (Iberia, etc..) con la isla. Los periodistas españoles estaban alucinados del piropo descarado hacia el general Franco.

En París, el altanero Giscard intentó ningunear a Suárez empeñándose, en claro desprecio de nuestra nueva situación constitucional, en tratar los temas con el Rey. Suárez actuó con enorme dignidad consciente de nuestra dependencia de Francia en cuestiones vitales, entrada en el Mercado Común, terrorismo (eran los tiempos en que Francia no concedía extradiciones, los terroristas se paseaban muy ufanos al otro lado de la frontera y precisamente en aquellas fechas el diputado Rupérez había sido raptado por los etarras y podía encontrase en el país vecino). La actitud de Francia en ambas cuestiones, paternalista, egoísta, insolidaria? sería inconcebible en nuestros días pero Suárez aguantó el chaparrón aunque no dejó de mostrar a otros amigos europeos que el comportamiento galo no era muy edificante. Con el alemán Schmitd nuestro presidente hizo, sin embargo, muy buenas migas. El teutón sugirió al americano Carter que oyese al español en los temas del Oriente Medio y las relaciones con los árabes. El líder español no parecía en un primer momento tener ninguna prisa por entrar en la OTAN, el ingreso en el Mercado Común le acuciaba más, pero los dirigentes alemanes y otros europeos fueron comprensivos hacia el tiempo que se tomaba España. Al final de su mandato Suárez daría instrucciones al ministro Pérez Llorca para que activase el tema atlántico. Sería Calvo Sotelo el que, contra viento y marea, y con la oposición del PSOE, nos metió en la Organización de Defensa de Occidente

Acompañé asimismo al fallecido presidente a Irak, Siria, Arabia Saudita, donde Suárez, consciente de la deuda que la comunidad internacional tenía con los palestinos y manifestándolo sin tapujos, fue muy apreciado.

Pero fue en Iberoamérica, sobre todo, donde cortaría orejas. Su capacidad de persuasión brotaba sin cortapisas cuando no necesitaba traducción y en aquella parte del mundo el tránsito español a la democracia despertaba sanas envidias y ganas de emulación. Si los españoles lo han hecho por qué no podríamos hacerlo nosotros, parecían preguntarse los demócratas de Argentina, Chile, etc? Recuerdo pequeñas oleadas de gente que quería invadir el palco en el que se encontraba Suárez el día en que fue invitado al hipódromo de Lima, al cardenal de Quito derribando involuntariamente a una persona en el palacio presidencial cuando pensó que Suárez se marchaba ya sin poderlo saludar y el entusiasmo en Santa Marta, la ciudad de Colombia en la que murió Bolívar y a la que habíamos acudido para conmemorar un aniversario de ese prócer de la independencia, cuando sus habitantes pedían a gritos que Suárez saliera al balcón de la Alcaldía sin mencionar a ningún otro de la media docena de presidentes que habían llegado para la efemérides. Suárez, modestamente, como un buen torero, los arrastró con él al balcón para que saludaran pero los colombianos seguían gritando "Suárez, Suárez"? Faltaban un par de semanas para su inopinada dimisión y el presidente, aparentemente un tanto cansado, no dio muestras visibles de tener tomada esa trascendental decisión.

En todos los desplazamientos, Suárez, nada engolado, mostró, en sus intervenciones en público, en las charlas en el avión, en las frecuentes conversaciones después de la cena oficial con los miembros de nuestras diferentes embajadas a los que encandilaba y ante los que gustaba de responder sobre todos los detalles de la azarosa aventura democrática que el pilotaba, un altruista sentido del Estado, era su encomiable obsesión, y una envidiable capacidad de seducción. En una habitación de veinticinco personas siempre pensabas que se estaba dirigiendo a ti.

A Suárez le encantaba la política exterior. Estuvo concentrado en otros temas. Pero fue sensato y, sin embargo, audaz en muchas cuestiones que abordó de aquella. España le debe mucho.