"Me acuerdo de algunas cosas, pero de otras no; de la mayoría ya no me acuerdo" confesó Adolfo Suárez a un amigo hace algo más de diez años. El hombre que había sido historia viva de España tenía la mente en blanco. Hoy todos lo recuerdan. El político tan denostado en el momento decisivo de su carrera ahora recibe el reconocimiento, unánime y emocionado, de la nación. En todo caso, el ciudadano enigmático se ha ido para siempre y quizá nunca se despejen los interrogantes que le rodearon.

Suárez tenía rasgos mesiánicos y un gran encanto personal. En 1958, con apenas 26 años, ya decía que iba a ser presidente del Gobierno. Presumía de republicanismo y de su amistad con Claudio Sánchez Albornoz, presidente en el exilio de la II República. Salió de abajo, de una humilde cuna. Vino al mundo en la villa abulense de Cebreros en 1932, en el seno de una familia modesta, estudió Derecho y ya en noviembre de 1964 fue nombrado secretario de la asesoría de Televisión Española que presidía Torcuato Fernández Miranda. Solo unos meses después pasa a ser director de programas de TVE. Y a los dos años es elegido procurador en Cortes por Ávila contra el candidato oficialista. Hace una campaña a la americana y pasa a ser director de la primera cadena de TVE. Los nombramientos y cargos se suceden vertiginosamente, es nombrado gobernador civil de Segovia y regresa a TVE ya como director general. En tiempo récord da salto tras salto.

Nunca hay casualidades. Carrero Blanco, mano derecha del general Franco, contó que había nombrado a Suárez director general de TVE por sugerencia expresa de Juan Carlos, entonces Príncipe de España. "Es lo único que me ha pedido el Príncipe" llegó a confesar el almirante. ¿Todo estaba planeado desde tan atrás? Para uno de sus colaboradores la virtud sobresaliente de Adolfo Suárez era "ver a lo lejos, trazar un programa, fijar un objetivo y cumplirlo". No se dejaba guiar. No era el pícaro oportunista tantas veces pintado. Por ejemplo la boda de Carmen Martínez Bordiú, nieta de Franco, con Alfonso de Borbón, primo del Príncipe y potencial rival en la sucesión, no fue transmitida en directo por TVE porque Suárez se negó. Tales eran su firmeza y lealtad al futuro Rey. Esa noche TVE emitió la película "Un gánster para un tirano" que dio pie a una nube de suspicacias.

En la televisión pública, no había otra, su más cercana colaboradora era Carmen Díez de Rivera, hija secreta de Ramón Serrano Súñer, el cuñadísimo. Después fue su jefa de gabinete en Moncloa. Considerada como la musa de la transición, tenía acceso directo al Rey. Llegó a ser el puente más rápido y seguro entre la jefatura del Estado y la presidencia del Gobierno.

El asesinato de Carrero y el ascenso de Arias Navarro dejan al Príncipe aislado. Y a Suárez. El influyente Fernando Herrero Tejedor ficha al abulense, por petición de Juan Carlos, como vicesecretario general del Movimiento. Suárez ya tenía en mente una de sus frases para la historia: "Vamos a elevar a la categoría de normal lo que a nivel de calle es normal". La transición sociológica y económica estaba hecha. Faltaba la política y estaba llamado a capitanearla.

Arias era inviable así que presentó su dimisión el 1 de julio de 1976. El Consejo del Reino, presidido por Fernández Miranda, eligió una terna para elevarla al Rey. En la votación, Silva, democristiano, logró 15 votos; López Bravo, tecnócrata, 14 y Suárez, azul, 12. El Rey llamó a Suárez, que fue hasta la Zarzuela en el Seat 127 de su esposa Amparo Illana. Don Juan Carlos se escondió para gastarle una broma. Salió al fin y dijo: "Adolfo, deseo que me hagas un favor... quiero que seas presidente del Gobierno". Suárez respondió: "¡Uf, ya era hora, señor!". Y es que existía una verdadera intimidad entre los dos personajes. A los pocos días dijo otra de sus frases famosas: "Vamos a hacer una obra política que va a asombrar al mundo".

Fue mal recibido. De aquella el historiador Ricardo de la Cierva exclamó: "¡Qué error, qué inmenso error!". Las Cortes aprobaron la ley de reforma política justo un año después de la muerte de Franco por 425 votos favor, 59 en contra y 13 abstenciones. Suárez pasó del Fetén al Ducados, siguió con su catarata de tazas de café y continuó sin apenas comer nada. El 27 de febrero mantuvo un encuentro secreto de seis horas con Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista. Allí se decidió la legalización de la única oposición efectiva que se materializa el Sábado Santo. El general Armada, que tanto protagonismo tendría el 23-F, discute con Suárez y tiene que dejar el entorno del Rey. Fernández Miranda dimite como presidente de las Cortes -le han dejado sin espacio- y rompe con su protegido cuando estaban al caer las primeras elecciones generales libres después de cuarenta años. El Gobierno de penenes cruza su cabo de Hornos.

Suárez toma el mando y maneja con energía la recién fundada Unión de Centro Democrático (UCD). El escenario cambia. Pasa del presidente del Rey al Rey del presidente. Es el tiempo de una de sus frases más celebradas: "Puedo prometer y prometo". Gana las primeras elecciones generales el 15 de junio de 1977, está plenamente homologado. También España está homologada en las coordenadas de la democracia. Aún sin Constitución, se diría que el Rey está un escalón más abajo que el político. Adolfo Suárez no pierde el tiempo, el 25 de octubre se firman los transcendentales Pactos de la Moncloa para la reforma de la economía española.

Suárez come en La Zarzuela un día a la semana con los Reyes, después despachan y rematan la jornada con una película del Oeste. En Moncloa, los domingos paella y a la caída de la tarde mus con el general Gutiérrez Mellado, el capellán Justel y el mayordomo. Juega al tenis con Manolo Santana y al golf con Severiano Ballesteros.

La verdadera lucha partidista aparece una vez que las grandes cuestiones consensuadas y reflejadas en la Constitución están resueltas. La izquierda quiere llegar al poder, los conservadores de siempre rechazan al presidente, la derecha democrática aspira a relevarle y el Rey pierde protagonismo. Suárez empieza a quedarse solo, la crisis económica arrecia y el terrorismo va a más, durante el difícil año de 1980 ETA asesina a 92 personas, fundamentalmente militares, guardias civiles y policías. El Rey transmite un mensaje: "No hay que cambiar a Adolfo, pero Adolfo debe cambiar".

La operación para relevarlo está abierta. Francia habla con Zarzuela, Alemania con Ferraz y en la UCD hay más conspiradores que leales. La idea es un Gobierno de concentración o de salvación nacional presidido, muy probablemente, por el general Armada. La carrera hacia el 23-F está abierta.

El periodista Luis Herrero cuenta que Suárez "cada vez que regresaba del palacio de la Zarzuela traía el rostro demudado sobre todo durante los últimos meses. El Rey trataba de conseguir desesperadamente que el Gobierno nombrara al general Alfonso Armada segundo jefe del Estado Mayor del Ejército. Adolfo se negaba en redondo. El jefe del Estado estaba convencido de que había un golpe militar en trámite y que la única persona capaz de desbaratarlo era Armada. El jefe del Gobierno estaba convencido, por su parte, de que las cosas eran justo al revés: el golpe militar lo estaba alimentando el propio Armada". Suárez está dispuesto a dar la batalla pero descubre que varios diputados de UCD apoyan una moción de censura de acuerdo con la oposición. La han firmado y se guarda en una caja fuerte. El presidente del Gobierno dimite el 29 de enero. El 3 de febrero, ya en precario, el ministro Agustín Rodríguez Sahagún firma la orden por la que se nombra a Armada segundo jefe del Estado Mayor del Ejército. Suárez lo llama y le recrimina con dureza esa acción, Sahagún "acaba anegado en un mar de lágrimas". Apenas veinte días después Armada daba el golpe de Estado.

Y es que, como indica el periodista Abel Hernández, "fue acribillado y destrozado por todos: la banca, la Iglesia, la prensa, los militares, la oposición y los mandarines de su propio partido. Todo el que tenía una factura pendiente se la pasó. Y el Rey le quitó la mano del hombro". Quizá lo peor fue, unos meses antes, el intento de Fernando Abril, su número dos, de desplazarlo para ocupar la presidencia del Gobierno.

Después de dimitir, Suárez reúne dinero y dispone una avioneta para que su familia pueda volar a Portugal de urgencia si, como temía, se produce un golpe de Estado. El golpe ciertamente se produjo y le cogió en su escaño. Se portó con la dignidad del cargo, como un valiente, quizá porque el hábito sí hace al monje.

El Rey le había concedido el título de Duque de Suárez con Grandeza de España a cambio del abandono de la política. No cumple, ya que el 31 de julio de 1982 Suárez, con su círculo más íntimo, funda el Centro Democrático y Social (CDS). En octubre es elegido diputado por Madrid y repite hasta 1991 en que los malos resultados le llevan a dejar la presidencia del partido. Fue por entonces cuando dijo "quererme menos y votarme más". Abandona la política. Recibe el premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1996. Su esposa Amparo Illana fallece de cáncer en 2001 y su hija mayor, en 2004.

El político Gabriel Camuñas ha pintado un retrato especialmente interesante de Suárez y contra corriente: "Sabía hablar de todo, de toros, de música, de fútbol, de televisión. Todo lo conocía. Tenía una gran cultura, sabía de literatura y era una persona extraordinariamente simpática". Olvidó y lo olvidaron, ahora suenan las campanas de la memoria colectiva.