"Los que buscan la secesión no saben lo que hacen porque no saben lo que deshacen". Jugando con las palabras, el presidente del Instituto de Estudios Económicos (IEE), José Luis Feito, formula así la conclusión de su hipótesis sobre una Cataluña sin España. El camino argumental que va a dar a esa idea se desarrolla en el informe "La cuestión catalana, hoy", elaborado por el IEE a partir de la acumulación de los puntos de vista de ocho profesores y expertos economistas que recibieron el encargo de proyectarse hacia el futuro a la búsqueda de las repercusiones que tendría la independencia para Cataluña desde el punto de vista del análisis macroeconómico. El examen, resumiendo mucho, desemboca en aquella frase, la última del prólogo que firma Feito. Contra la idealización del porvenir que pintan los partidarios del secesionismo, el estudio se pone en situación y traza los perfiles de una Cataluña más pobre. Sería un Estado nuevo necesariamente fuera de la Unión Europea, afirman, con un posible descenso de las exportaciones, un riesgo de abandono de empresas, pérdidas de empleos e inflación y un coste que el presidente del IEE cifra en el veinte por ciento del producto interior bruto actual de la comunidad autónoma. Pero lo peor, precisa el texto, sería el callejón sin salida monetario, similar en su gravedad si el país que surja del proceso independentista adopta el euro que si opta por su propia moneda.

Antes de entrar en materia, el documento se detiene en el desmontaje de algunos de los preceptos del catecismo secesionista catalán, empezando por el supuesto "grillete fiscal" con el que España asfixia económicamente a Cataluña. En 2007, precisa Feito, la renta per cápita catalana alcanzó el 120 por ciento de la media de la Unión Europea, superior a la de Alemania y a la de Italia. La cifra resulta de un incremento que en las tres décadas que habían pasado desde 1978 no igualaba ningún país de la OCDE. "¿Cómo es posible -se pregunta el presidente del IEE- que una región "expoliada" durante todos y cada uno de esos 30 años, a razón de un ocho por ciento de su PIB anual según sostienen los secesionistas, haya podido crecer mucho más intensamente que casi cualquier otro país del mundo?".

Sin respuesta, el análisis del futuro económico de la Cataluña libre empieza por la impresión de que "la capacidad de las empresas catalanas para vender en España bajaría". En su exposición dentro del informe, Oriol Amat, catedrático de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad Pompeu Fabra, calcula que la comunidad catalana vende en el resto de España el 34,5 por ciento de sus transacciones totales. Tal y como lo explica Joaquín Trigo, director general del Instituto y uno de los redactores del documento, "Cataluña vende muchísimo en el resto de España y compra muy poco, mientras que en el extranjero vende bastante, pero compra muchísimo más. O sea, que puede comprar más de lo que vende en el extranjero gracias al superávit que tiene en España". Con esa situación de partida, resulta probable que con una hipotética independencia las empresas catalanas quisieran venir a otras partes de España, con la pérdida de empleo que eso conllevaría en la región. Si esto se rompe y se establece por el medio una barrera fiscal, tendrían que pagar esos impuestos en España: la capacidad fiscal de Cataluña bajaría".

El capítulo siguiente en la factura del precio de la secesión viene impuesto por la intuición del mundo lleno de peligros que espera al nuevo Estado independiente fuera del paraguas protector de la Unión Europea. Perdería, enlaza Trigo, "todas las facilidades y las ventajas que ahora tiene por estar dentro de la UE, prebendas en cuanto a sus relaciones no sólo con los países de la Unión, sino también con todos los entes que tienen relaciones comerciales con ella". El nuevo Estado, dicen, tendría dos opciones igualmente nocivas, instaurar una nueva moneda o adoptar el euro. En el primer caso, al decir del director general del IEE, "de entrada, la moneda de un país que se va de otro no se conoce, y hasta que no sea una divisa reconocida nadie querrá comprarla, así que todo lo que tenga que adquirir de fuera sería más caro y lo que deba vender, más barato". Teniendo en cuenta que Cataluña debería importar la mayor parte de sus bienes y servicios, las consecuencias se miden en términos de inflación, empobrecimiento o disminución de la competitividad exterior.

Por eso "no es de extrañar", escribe José Luis Feito, "que los secesionistas den por sentado que una Cataluña independiente seguiría utilizando el euro". Pero el panorama no es mejor, sostienen los autores, toda vez que fuera de la UE el nuevo Estado no tendría acceso a las ventajas que conceden las instituciones europeas a la hora de financiar un déficit y una deuda que habrían ido incrementándose. La insostenibilidad de todo eso llevaría tarde o temprano a la institución de un banco central y a la adopción de una nueva moneda.

El presidente del IEE resume su balance en la certeza de que el Estado catalán desgajado de España estaría expuesto a tres "shocks" capaces cada uno de ellos por separado de "tumbar cualquier economía por próspera que fuera". El primero es el golpe "provocado por la salida de un país con el que se han compartido instituciones y mercados durante algunos cientos de años. El segundo, su salida del área económica y política de la UE. El tercero, consecuencia del anterior, su salida de la eurozona".