Ponferrada es un volcán en cuyo río de lava se refleja toda España. Después de la moción de censura que expulsó al PP del principal Ayuntamiento berciano, por una fisura de la corteza social ponferradina se abre paso un magma sulfuroso, incandescente y destructor donde se mezcla sin solución de continuidad buena parte de los problemas candentes de este país: el desprestigio galopante de los representantes públicos, la corrupción empresarial y política, el estallido de la burbuja inmobiliaria, la violencia contra las mujeres, la desazón ciudadana frente a la crisis, el paro, la desindustrialización... Por la superficie de Ponferrada corre ahora, a la vista de todos y para cabreo ciudadano, el mismo río subterráneo que reconcome a la mayoría de españoles.

La erupción se produjo el pasado viernes tras la mezcla de los siguientes elementos: 8 ediles socialistas, con Samuel Folgueral a la cabeza, arrebataron la Alcaldía al popular Carlos López Riesco (12 concejales) con el apoyo de los 5 representantes de Independientes Agrupados de Ponferrada (IAP), liderados por el exalcalde Ismael Álvarez.

La tierra se abrió y de ella salió todo esto a chorro: la dirección federal del PSOE, que había bendecido y monitorizado la operación, ordenó entonces a Folgueral dar marcha atrás a toda máquina. Rubalcaba aseguró que no había estado al tanto de los detalles y proclamó que no podía tolerar que los suyos se fueran a la cama con quien hace una década era el paradigma nacional del machismo más repugnante: Ismael Álvarez, exalcalde popular de Ponferrada, condenado en 2002 por acosar a Nevenka Fernández, la que fuera su fulgurante concejala de Hacienda. Un libro del escritor Juan José Millás sobre el caso convirtió a Ismael Álvarez en uno de los malvados oficiales del país.

El poder no se puede obtener a cualquier precio, clamaron destacadas líderes socialistas como Carme Chacón. De paso, era una buena oportunidad para dar un bofetón a Rubalcaba en la cara de los ediles ponferradinos. Los ocho concejales socialistas bercianos desoyeron la exigencia del líder nacional y abandonaron el PSOE. Eran exsocialistas gobernando con Ismael Álvarez, un exdirigente popular. Gobierno de rebotados. Tierra de nadie. El foco nacional volvía a ponerse sobre Ponferrada, como ocurrió con el "caso Nevenka". Era el momento justo de volver a sacar todos los trapos sucios acumulados desde entonces.

"No hay derecho a esto, a que te metan en esta túrmix, a que se monte este reality show". Folgueral tiene el gesto agriado. Asegura que va a seguir en la Alcaldía por sus vecinos. Insiste en que todos los órganos del Partido Socialista estaban al tanto de la operación. No entiende nada. Subraya que en el pacto estaba incluido que Ismael Álvarez abandonase la concejalía, lo que anularía el argumento de cohabitar con un maltratador. No obstante, matiza que Álvarez no fue inhabilitado en 2002 (la legislación vigente no lo permitió, todo se saldó con una multa de 14.000 euros) y que en las últimas elecciones municipales obtuvo 5.700 votos. "No es justo lo que nos están haciendo tal y como está Ponferrada, con la minería en su lecho de muerte y el declive del sector industrial. Tenemos 13.500 parados, ese es nuestro verdadero problema", incide Folgueral, regidor de la capital berciana, con 68.000 habitantes.

-En Ponferrada, sus convecinos dicen que esta moción fue la venganza de Ismael Álvarez contra Carlos López Riesco.

-No lo sé. Yo sé que la relación entre ellos no es buena -se evade Folgueral.

Si no es venganza, se parece bastante. López Riesco era el teniente de alcalde de Álvarez cuando estalló el "caso Nevenka" y fue quien lo sucedió en la Alcaldía con la promesa de seguir su programa "como un catecismo". Empezó a convertir el Ayuntamiento en su territorio, como antes había sido el de su mentor. Varios familiares de López Riesco (su cuñado, su prima y dos hermanos) trabajan en el Ayuntamiento o en empresas municipales. Con el tiempo, tras la condena de Álvarez por acoso a Nevenka y su salida temporal de la política, Riesco hizo apostasía de la fe "ismaelita" y todo empezó a torcerse entre ellos. En 2011, Ismael Álvarez regresó con una agrupación que lleva sus iniciales (lo mismo que los dos hoteles que regenta en la ciudad) y le arrebató la mayoría absoluta al PP. Dejó un tiempo gobernar en minoría a Riesco y ahora le ha dado el golpe de gracia. En el PP ponferradino dicen que no entienden nada y subrayan que ellos no gobernaron con el apoyo del exalcalde, contra lo que sostienen los socialistas.

José Gavela, de 38 años, empleado en un local en la calle del Reloj, alude a una parte muy importante en este conflicto: "Lo que yo no entiendo es cómo un maltratador pudo obtener casi 6.000 votos. ¿Cómo puede haber gente que lo haya votado?", se pregunta.

Unos metros más allá, en una peluquería solo para caballeros, fundada en 1929 y que va por la tercera generación de propietarios, espera la respuesta. Luis Boya, nieto del fundador del negocio, corta el pelo a Manuel Rodríguez, durante veinte años edil popular en Ponferrada. El cliente calla y solo hablará al final para asegurar que "no hay que asustarse", que las cosas de políticos vuelven su cauce. El peluquero asegura que Ismael fue un buen gestor, que transformó la ciudad de arriba abajo, "aunque también es verdad que aquellos eran buenos tiempos". ¿Pero la condena por acoso no cuenta? "De lo otro yo no sé...". Sonríe y corta pelo cano.

Hay explicaciones de todo tipo para el arraigo social de un líder político demonizado fuera de Ponferrada. "¿Sabe lo que le digo? Le digo que le votaron las mujeres. Nevenka era muy guapa, había que verla, tan joven... Y yo creo que muchas mujeres votaron a Ismael para fastidiarla a ella", explica una comerciante de la zona que prefiere mantener el anonimato.

Lo cierto es que muchos ponferradinos, pese a condenar la actuación de su exalcalde, reconocen sus méritos. Ponferrada cambió de pies a cabeza con Ismael Álvarez al frente entre 1995 y 2002. Eran los años de la bonanza. La vida iba a ladrillazo limpio. Aquel pueblo minero consiguió hechuras de ciudad. Se peatonalizó y adecentó en el centro y creció, sobre todo hacia el norte. Pero se creció tanto que ahora ha convertido en paradigma de la desmesura urbanística. Hay que ver, por ejemplo, la torre de La Rosaleda, una fabulosa erección arquitectónica de 30 plantas y 107 metros de altura (una cuarta parte que el Empire State de Nueva York). Es el techo de Castilla y León, una promoción fallida del grupo Mall, que ahora está prácticamente vacía. Los pocos inquilinos que quedan tuvieron que enfrentarse a un corte de agua y luz durante una semana por impagos de la empresa promotora. Se orientaron con linternas en el estómago de este gigante, tuvieron que subir y bajar cientos de escaleras, sin poder disponer de esos fabulosos ascensores que volaban a una velocidad de 2,5 metros por segundo. El mármol de los baños se cubre de olvido.

El arquitecto Juan Francisco Álvarez Quirós diseñó la torre como "un gran tronco de árbol con dos mochilas, tan alto como un faro en busca del mar". Cierto: nada rivaliza con ella y su fachada de madera marrón, con aire de sarcófago. La torre puede con todo. Pudo también con la constructora que la acometió, Begar, propiedad del empresario José Luis Ulibarri, implicado en el caso "Gürtel" al igual que los propietarios de otra constructora ponferradina, Teconsa.

El lugar aúna tal cúmulo de desgracias económicas, tales vientos de sospechas de favores a constructoras (Ulibarri) con destino a los tribunales, que causa un cierto escalofrío y el vértigo de la caida libre desde la azotea del país opulentísimo que fuimos. "Todo esto que veis es dinero negro, negro, negro", dice José Trabado, uno de los pocos inquilinos que aún viven en la torre mientras contempla la avenida de perspectiva soviética, flanqueada por bloques de viviendas de doce plantas y mucha persiana bajada, que se postra a los pies de la torre de La Rosaleda. Alguien ha hecho una pintada memorable: "El pisito ha muerto (1985-2010)". Es una esquela que parece adornada por una cruz. No. Es la silueta de una grúa.

Unos metros más allá en esa avenida a nombre de Juan Carlos I, el joven Diego Vega, cazadora de cuero y entero vestido de negro, tira la basura en un contenedor. "¿Que qué me parece este barrio? Bazofia". Cae el vidrio que ha llevado a reciclar. Se gira. "¿Y la moción de censura? Qué te voy a decir, que esta gente, Ismael y López Riesco, me llevan vacilando toda la vida. Mira, no me preguntéis más. Desde que ganó el PP, yo apagué la televisión y no quiero saber nada".

Y se va. Deja atrás este inabarcable esplendor urbanístico que hoy, con el ocaso de aquella minería que convirtió a Ponferrada en "la ciudad del dólar" y con el fracaso estrepitoso de las estrategias de reindustrialización, resulta doblemente doloroso. Tienen un Ferrari, pero no tienen para la gasolina.

Ese es parte del legado de Ismael Álvarez, que ha vuelto a la primera línea de la actualidad y que en absoluto se esconde a la hora de hablar ni de la moción ni del caso Nevenka. En él confluye todo. Regenta un hotel en la plaza mayor. Desde su despacho con galería acristalada se ve el Ayuntamiento. "Yo cumplí, cumplí con creces. Y no me inhabilitaron. Yo soy inocente al cien por ciento. Si hubiera sido un poco culpable, y digo un poco, hubiera pedido perdón. Porque no me cuesta pedir perdón. ¿No me inhabilitaron los jueces y ahora me quieren inhabilitar otros? Esto es muy injusto y hay días en que aplanan a uno. Pero yo no pienso renunciar a lo que creo que soy y menos por lo que me digan los de fuera. He llorado amargamente estos días y muchas veces, antes y ahora. Y yo me pregunto: ¿Qué hice yo ahora, después de once años? No hay derecho a que hagan sufrir a dos familias (en referencia también a la de Nevenka) una vida entera. Estuve ocho o nueve años apartado de la política y luego volví porque lo llevo en la sangre. Formé la agrupación independiente para defender esta tierra. Ya desde los 19 años, que estaba en un equipo de fútbol empecé a colaborar con mi pueblo. La gente por la calle me da muchos ánimos. Yo ahora he renunciado al puesto de concejal. Dentro de dos años, Dios dirá".

En un momento de la charla, suena el móvil. Lo coge. Dice: "Dime, cari". Escucha un segundo. Dice: "Un besín". Cuelga. Explica: "Mi mujer".