Quienes le conocen dicen que si alguien nació para ser juez es precisamente este hombre menudo, barbado, nacido en Pontevedra, donde ejerció durante casi toda su vida pofesional, y que ha forjado a lo largo de sus más de sesenta años a cientos de estudiantes de Derecho, a docenas de aspirantes a la magistratura y que llevó a vestir esa toga a cuarenta personas, dos de ellas sus propios hijos.

Las anécdotas que completan su perfil no son demasiado conocidas, aunque la mayor parte están en internet, adheridas a currículos más o menos extensos y a matices incluidos en algunas entrevistas. Confiesa que unos cuantos de sus dolores de cabeza proceden de la boca, y no en el sentido odontológico sino más bien en el dialéctico. Y añade que lo que cuentan sobre él –que llora a veces en el cine– es lo que le hace llorar cuando se lo preguntan. Pero si hubiera de resumirse su historia profesional quizá bastaría con afirmar que es la historia de un compromiso. Un compromiso con el cambio.

Algunos de los datos que más se conocen de Luciano Varela confirmarían precisamente ese resumen. Fundador de Jueces para la Democracia, llevó por esa vía su idea de cambio a lo que entonces y ahora, se entiende como "poder judicial": ponente en la Ley del Jurado Popular, quiso extenderla hasta la administracióm de la Justicia. No se sabe si comparte del todo la frase que atribuyen a un escéptico profesor de facultad –"hacer Justicia es fácil; lo difícil es hacer lo justo"– , pero el curriculum de este juez, ahora magistrado del Supremo, apunta a que intenta ambas cosas. Y el "caso Garzón" lo demuestra.

Los pasos de ambos, Varela y Garzón, Garzón y Varela, se cruzaron en Pontevedra ya cuando las primeras grandes redadas contra el narcotráfico, el tiempo en que se gestó lo que primero fue operación y luego juicio de "la nécora", que llevó al banquillo al equivalente gallego de la Cosa Nostra y a casi todos sus capos. Instruyó Garzón y algunos le acusaron ya entonces de ser poco riguroso, lo que habría provocado defectos de instrucción y sentencias menores de las que se esperaban y deseaban, pero fueron sólo críticas.

Más tarde los dos colaboraron en el marco de la lucha contra la mafia, aunque Varela Castro fue siempre más discreto en los casos que le tocaban que Baltasar Garzón, acaso porque las estrellas sólo le gustaban en el firmamento. Pasó a Garzón asuntos de "arrepentidos", entre ellos el de Ricardo Portables –en cierto modo precursor–, que después se conformaron como elementos importantes en la persecución de las bandas, aunque no llegaron a aportar los resultados que en un primer momento se esperaban.

Pero no sólo se cruzaron los pasos de Luciano Varela y Baltasar Garzón en relación con asuntos de la Audiencia de Pontevedra y de la Nacional. El hoy magistrado del Tribunal Supremo coincidió unos años con don Mariano Rajoy Sobredo, padre del actual líder del PP y de la oposición política en España. El señor Rajoy, hombre recto y jurista de reconocido prestigio, fue presidente de la Audiencia pontevedresa durante varios años de los veintitrés que pasó allí el ahora instructor del "caso Garzón". Que más tarde aspiraría a sucederle en el cargo, pero sin éxito a la hora de la elección correspondiente.

Los caminos de los ahora jueces enfrentados coincidieron más veces, en ocaciones por motivos profesionales, en ocasiones por otros motivos. Por ejemplo, Luciano Varela presentó a Baltasar Garzón en algunas conferencias, una de ellas en el Club FARO, el más importante foro de cuantos hay en Galicia, y debió hacerlo a satisfacción plena del presentado porque éste, en clave de humor, llegó a decir que firmaría porque lo hiciese siempre, en todas sus conferencias. Nadie podía imaginar entonces que llegarían las polémicas de los viajes de Garzón a Estados Unidos y el patrocinio de alguna entidad bancaria.

En este punto hay que añadir, para conocer mejor a Luciano Varela Castro, que su presencia en la Audiencia coincidió con el comienzo o el desarrollo de la auténtica lucha contra delitos que ahora están en el foco de atención pero que hace veinte años tenían otros perfiles. A partir de 1982, cuando llegó el PSOE al poder y a Pontevedra como gobernador civil el socialista alicantino Virginio Fuentes Martínez, se abrieron las grandes operaciones contra el tabaco ilegal. Aquel contrabando no era hasta entonces mal visto por una parte de la sociedad, para la que los contrabandistas eran una especie de bandidos generosos que "sólo" robaban a Hacienda y dinamizaban la economía de los pueblos fomentando la construcción y hasta el deporte financiando, como Sito Miñanco, clubes de fútbol modesto, lo que les otorgaba agradecimientos municipales y alguna medalla.

Fue aquella la época de los grandes juicios de los contrabandistas y su red, los procesos contra las tripulaciones de los barcos "Tessa" y "Ceder" –que marcaron el principio fin del tabaco ilegal a gran escala–, y el momento en que empezó a conocerse como abogado defensor de las grandes organizaciones un letrado de Vilagarcía de Arousa, Pablo Vioque, ya fallecido, al que acusaron años después de organizar desde la cárcel una trama para asesinar precisamente a Baltasar Garzón. Era ya el tiempo en que las redes de tabaco se habían reconvertido en red de introducción y tráfico de drogas y Vioque pasó golpe a golpe a la condición, en su sector de la mafia, de capo di tutti capi.

Y otro dato que quizá le hace precursor. Fue Luciano Varela, juez de y en Pontevedra, el que abrió una causa especialmente sonada en Galicia a raíz de una denuncia anónima, contra el entonces alcalde de la capital de la provincia, José Rivas Fontán, primer secretario de la Xunta de antes de las elecciones de 1981 –lo que se llamó la "preXunta"–, un maestro muy popular en la ciudad. Le acusó de haber aceptado el regalo de los muebles de la cocina que para el chalé que se estaba construyendo el político, que le había hecho un empresario que trabajaba para el Ayuntamiento. Rivas Fontán, que recibió el apoyo total de Manuel Fraga –quien llegó a proclamarle "el mejor alcalde de España"– siempre negó que hubiese habido un regalo, fue condenado por la Audiencia y absuelto posteriormente por el Tribunal Supremo. Pero el juicio provocó un terremoto político y social en una ciudad que entonces apenas llegaba a los sesenta mil habitantes y era considerada como "conservadora".

En todas estas etapas –que, y conviene no olvidarlo, fueron en cierto modo precursoras– fue partícipe discreto pero incansable Luciano Varela Castro, un juez, hacedor de jueces, del que sus amigos dicen que quería hacer Justicia y, además, lo justo. Quizá por eso ahora se ha convertido en elemento clave en el "caso Garzón". Sólo por eso, sin necesidad de buscar otros motivos de enemistad o desavenencia entre dos personajes que, al parecer, nunca estuvieron lo cerca que algunos creyeron que estaban.