Pablo Crespo arrancó su vida profesional trabajando en un banco, y desde la dirección de la sucursal de una caja de ahorros en Vilagarcía dio el salto a la política de la mano de José Cuiña, quien le conocía porque su padre era alto cargo de la Diputación de Pontevedra. El PPdeG fue su trampolín y cuando su carrera en el partido se truncó acudió a las amistades selladas, supuestamente a golpe de favores y contratos, para irse a la capital y labrarse un futuro mejor, tanto que el joven que empezó como empleado de banca en los últimos días antes de su detención se traía entre manos la producción de una película en Hollywood, que costaría diez millones de euros y cuyo guión estaría basado en una novela histórica. Esto sólo le puede pasar a uno cuando tiene mucho, mucho dinero.

Y debía ser el caso de Pablo Crespo, pues a su puerta llamaron unos empresarios norteamericanos, con el propio alcalde de Alburquerque (Estados Unidos) de por medio, porque andaban buscando inversores en España para un proyecto inmobiliario, que en la práctica suponía la construcción de una ciudad y alrededor de ella de un parque eólico.

El ex político gallego se reúne con sus potenciales socios, estudia el proyecto que ponen encima de la mesa, pero no le gusta. Sin embargo, en la conversación surge un plan que le convence más. Entrar en Hollywood y producir una película. Ahí es cuando Crespo deja abierta la posibilidad a una futura colaboración, pero lo más probable es que no llegue a buen puerto, pues ahora el ex secretario de Organización del PPdeG está en prisión e imputado por múltiples delitos, entre ellos blanqueo de dinero, cohecho, tráfico de influencias y asociación ilícita.

Negocios en EEUU

Construir una ciudad, producir un film, ... éstos eran los negocios en los que Crespo buscaba invertir el dinero que supuestamente no ganaba de forma lítica en compañía de Francisco Correa, así se comprueba en las conversaciones grabadas por orden judicial al ex político gallego. Sus charlas, aunque estáconvencido, y con razón, de que le habían intervenido el teléfono, terminan delatando su modo de vida.

Pablo Crespo ordena la compra de diamantes en Amberes, reparte instrucciones para el aprovechamiento de fondos e inversiones depositados en el extranjero, contacta con la empresa norteamericana que coloca las gradas del circuito de Indianápolis y que va a subcontratar para el Gran Premio de Fórmula Uno de Valencia, y multiplica gestiones para que también Valencia sea la sede de la celebración de los Grammy Latino de 2009.

A Crespo, además, le toca encargarse de la compra de un coche de lujo para uno de los hombres de confianza de Francisco Camps, Ricardo Costa; mover contactos para resolver los problemas con el Ayuntamiento que paralizan el chalé que su jefe, Francisco Correa, se está construyendo en Ibiza; o hablar con el encargado del astillero donde el líder de la trama de corrupción tiene su barco. Esto y también asumir los trámites para que Correa tenga la residencia en Panamá y responsabilizarse de que Antoine Sánchez disponga de dinero suficiente, pues a fin de cuentas el primo de su jefe es el que pone el nombre y la cara en el entramado de empresas de la conspiración.

Así consumía sus días el hombre que, para el juez Baltasar Grazón, es sin lugar a dudas "el número dos" de la trama de corrupción que salpica desde hace ocho meses al Partido Popular en diferentes comunidades. Para el magistrado, Pablo Crespo pagaba sobornos a funcionarios y codiseñó junto a Francisco Correa la estrategia de ocultación de los fondos millonarios que obtenían con supuestos negocios ilícitos.