Hace algunos años, cuando tras un inicio prometedor -llegó a presidir el Consello Galego da Xuventude- en el socialismo gallego José Blanco asumió el reto, entonces aparentemente imposible, de desbancar al PP en la provincia de Lugo pocos le tuvieron en cuenta. Allí desplegaba entonces todo su poder Francisco Cacharro, que a través de la estructura del Partido Popular y de la Diputación Provincial lo abarcaba todo, lo conseguía todo y era, en Galicia, un auténtico poder fáctico del que se decía que era “como el de Fraga, pero a escala provincial”.

Blanco supo desde el primer momento que la batalla no podía ser frontal, que había de plantearse desde un refuerzo de la organización interna de los socialistas y una presencia externa creciente, sobre todo en Madrid, tanto en Ferraz, la sede del PSOE, como en las Cortes generales y sobre todo en el Congreso. Para el que va a ser ministro en unas horas, la lucha política por Lugo primero y por Galicia después había que darla desde el otro lado del Padornelo, habida cuenta de que desde éste ya se había fallado bastante, incluyendo en la lista de fracasos la etapa del Tripartito después de la moción de censura articulada por José Luis Barreiro Rivas y que a medio plazo produjo la famosa “carga de caballería” de Manuel Fraga.

José Blanco, pragmático y con un reloj laboral de cuarenta horas diarias, sabía que lo que el PSOE gallego necesitaba era una renovación a fondo que eliminase los débiles taifatos provinciales y lograse unidad, organización y liderazgo. El referente entonces, fracasadas otras opciones -desde Antolín Sánchez Presedo hasta Miguel Cortizo, pasando por Abel Caballero- era Francisco Vázquez, cuyo curriculum autonómico era largo pero, a diferencia del municipal, con abundantes fracasos.

Blanco, que hace diez años había iniciado ya una tarea de hormiga en el Grupo Parlamentario Socialista del Congreso, aglutinando la long gray line, la larga fila gris de los diputados sin rostro, pactó con Vázquez en Galicia una apuesta por uno de esos perfiles -Emilio Pérez Touriño, secretario de Estado y profesor universitario- y se preparó para aprovechar la primera oportunidad que se presentase.

Curiosamente esa oportunidad le llegó a él antes que a Touriño: tras el fracaso electoral socialista frente a Aznar en el año 2000, el PSOE necesitaba una catarsis, y la hizo: en un congreso preparado para el triunfo de José Bono, el presidente manchego, los hombres y mujeres de Blanco -aquella larga fila gris- dieron la sorpresa y en el último instante llevaron a la secretaría general a José Luis Rodríguez Zapatero, que era, entonces, uno de ellos, de la long gray line.

Al lado de Zapatero

Rodríguez Zapatero nunca lo olvidó, y situó a su lado, primero como secretario de Organización y después como vicesecretario general, al ágil gallego de Palas de Rei, un artista en la distinción entre los asuntos que hacen ruído y los que pasan desapercibidos y un auténtico artesano de la organización, interna en el Partido, y externa en la calle, de las movilizaciones. José Blanco fue el hombre que hizo del “Prestige” y de la guerra de Irak las palancas que movieron el poder de Aznar y del PP hasta que en 2004, los acontecimientos del 11-M provocaron su salida del gobierno. Los atentados de aquel día fueron una tragedia, pero el país estaba maduro para pedir cuentas por ella y a esa madurez no era ajena la tarea de José Blanco.

En términos estatales, la labor de este apparachtik -al que alguien bautizó, repitiendo lo dicho de otro de diferente color político, como “el hombre que siempre cae de pie” por su habilidad en los equilibrios necesarios para sobrevivir en política- le dió al PSOE y al gobierno de Rodríguez Zapatero la cobertura necesaria, la estructura adaptada a los nuevos tiempos y la capacidad de camuflaje -hay quien le llama cinismo, pero son los menos- imprescindible para afrontar los problemas que le han permitido a los socialistas ganar otras elecciones con más ventaja todavía. Y ahora, parece, el premio le llega con otro encargo, si se confirma, difícil: no bajar el pulso de la inversión en tiempos en los que el dinero ha de dedicarse a otras cosas, entre ellas las políticas sociales. Otro desafío para quien sabe caer de pie.

Esa habilidad, conste, no es sólo teórica: en Galicia la ha demostrado en dos ocasiones distintas, opuestas más bien: en 2005 vió la posibilidad de que Manuel Fraga perdiese la mayoría absoluta y abrió diálogos con el Bloque mucho antes de que se celebrasen las elecciones, dejando claras las líneas maestras que dieron lugar al Bipartito. Menos de cuatro años más tarde, en situación a la inversa, supo advertir primero que la fecha prevista para los comicios no era la idónea y, después, que la disposición del PSdeG para afrontarlos distaba mucho de garantizar el éxito. Es ya casi una leyenda urbana el relato de una reunión, pocos días antes de las votaciones, en la que José Blanco habría descalificado las encuestas de la Xunta mostrando las de su equipo, que anunciaban una pérdida segura del poder, y por mayor margen aún del final, que se redujo por el último esfuerzo de los hombres y mujeres de la larga fila gris.

(Blanco, a quien pocos llamarán ya Pepiño, y Pérez Touriño, se distanciaron muy poco después de que Fraga dejase la Xunta, Las reacciones del nuevo presidente, sus desconfianzas y sus actitudes con el Partido y con los aliados llevaron al vicesecretario general a ser puente para mediar, lo que -como es natural- no podía gustar en Monte Pìo, la residencia oficial del jefe del ejecutivo gallego. Siempre se desmentirá ese papel del apparat central, pero, como las brujas, haberlo, lo hubo. Y le dió a José Blanco un conocimiento aún más exacto y cercano de los intríngulis de la vida política de su propio país.)

Es posible que por esto -y algunas otras cosas que podrían añadirse- muchos dentro y fuera del PSdeG crean que si Blanco quiere será el candidato a la Presidencia de la Xunta dentro de cuatro años. Y, como queda dicho, su posible llegada al Ministerio de Fomento -en lugar de la malhadada Magdalena Alvarez: si es así, el poder andaluz no se debilitaría, porque Manuel Chaves en persona sería vicepresidente- se convertiría en la ocasión para que alguien como él, especialmente dotado para la agit/prop, pudiera reconquistar la Presidencia.

En ese marco, el congreso de los socialistas gallegos, anunciado para el 25 de este mes de abril, toma una especial significación. Quien salga de él revestido de secretario general -y Manuel Pachi Vázquez tiene casi todas las papeletas- podría desempeñar el papel de precursor, preparador o bautista del futuro candidato: curiosamente, José Blanco es el máximo valedor, y lo dejó bien claro en unas declaraciones a FARO DE VIGO, de ese otro perfil propio de la long gray line, de la larga fila gris eficaz y disciplinada, en la que se apoyan los gobiernos y sobre las que prosperan los países. ¿No...?