Pontevedra es una ciudad pequeña y compacta que se extiende por alrededor de 3,25 kilómetros cuadrados. En el casco urbano viven poco más de 50.000 personas y es la capital de una provincia con 960.000 habitantes y de una comarca que alcanza los 225.000. Es decir, es un importante centro administrativo, comercial y de servicios para mucha gente y que tiene una densidad de población elevada.

Estas características son diferentes en comparación con el resto de capitales españolas, y los problemas que generaban el tráfico rodado exigían medidas originales para solucionarlos.

La Avenida de Santa María es un o de los rincones emblemáticos que se benefician con los cambios.

El tráfico de la ciudad era un problema crónico que se fue agravando sensiblemente a partir de los años 70. Al llegar el año 1996 un estudio prolijo sobre el problema revela datos que hoy nos cuesta reconocer. Al centro de la ciudad llegaban 74.000 vehículos, muchos de ellos pesados que generaban contaminación acústica y del aire, además de los graves problemas de comodidad para los peatones.

El libre aparcamiento alcanzaba incluso a las plazas emblemáticas de la ciudad, y los coches invadían aceras y espacios públicos, de modo que limitaban los desplazamientos a pié o en bicicleta. Los discapacitados, prácticamente ni se planteaban la posibilidad de dar un pequeño paseo por su barrio.

Durante los años 80 y 90 se probaron decenas de planes y medidas para solucionar el problema. Reordenaciones de direcciones, onda verde semafórica, recortes de aceras para facilitar la circulación, la implantación de una tarifa para estacionar en ciertas calles y la puesta en funcionamiento de un autobús circular como alternativa al coche. No hubo resultados muy positivos.

Evidentemente, hacían falta planteamientos revolucionarios serios y una nueva filosofía. Un modelo que rompiera con lo anterior y que descartara soluciones fallidas o parciales que no eliminaran de raíz el problema.

Esta nueva filosofía tiene una premisa clara y será la piedra fundamental del nuevo modelo urbano que está haciendo famosa a Pontevedra: "necesitamos una gestión racional del tráfico y que acceda al centro de la ciudad solo quien realmente lo necesite".

Evidentemente, esto genera en principio una resistencia generalizada porque las nuevas medidas van a cambiar por completo los hábitos, costumbres y, de alguna manera, el modo de vida de los pontevedreses. Es sabido que todo cambio genera estrés y una reforma semejante no podía ser la excepción.

Tanto los comerciantes como sus clientes, así como los vecinos propietarios de coches, estaban acostumbrados a aparcar en la puerta de su comercio o su casa. Esto no podía seguir así, pero tampoco parecía haber solución alternativa. Con el tiempo se demostró que las nuevas infraestructuras, como los aparcamientos subterráneos construidos y los parkings disuasorios, servían para que el espacio público volviera a ser de todos los ciudadanos y no de los dueños de los coches.

Medidas y alternativas

Una serie de reformas tan significativas requerían infraestructura y la implantación de medidas para gestionar los cambios. Evidentemente los coches que se sacan del centro histórico y comercial había que meterlos en algún otro sitio. Se proyecta entonces una buena dotación de estacionamientos. Hoy contamos con 5 parkings subterráneos privados en el entorno del centro y varios espacios con estacionamiento gratis. Los denominados parkingns disuasorios están en diferentes puntos cardinales de la ciudad, todos a menos de 10 minutos del centro. Otra medida con bastante acierto es la de ofrecer zonas de servicios con derecho a aparcar durante 15 minutos, lo que facilita el acceso con el coche a las zonas comerciales. Por ultimo hay que destacar la implantación de zona 30 para mayor seguridad del peatón.