Como ya todo el mundo comprende, la tendencia en los nuevos modelos urbanos es devolverle al peatón su lugar en la ciudad. Esto surge del evidente fracaso del modelo impuesto por la evolución de la modernidad en el que las máquinas se apoderaban de todos los espacios.

Los trenes llegaban a sus estaciones del casco urbano, mientras los coches hacían el resto llevando a los ciudadanos hasta el mismo centro de la ciudad. Al final, las ciudades del siglo XX terminaron marginando al peatón que se veía obligado a esquivar coches en calzadas y aceras. También los ciclistas prácticamente desaparecen por el peligro que representaba circular en bicicleta.

Para poner orden a todo este despropósito hay una sola vía de escape. Hoy está demostrado que la movilidad peatonal es la más básica y natural de todas. Es la primera en orden de importancia e insustituible. Es la manera más sana y aconsejable, según los técnicos especializados, por lo menos en distancias que no superen los 3 kilómetros o media hora a pié hasta nuestro destino. Cualquier otro medio, salvo la bicicleta, no mejoraría nuestro desplazamiento mientras impacta negativamente sobre la ciudad en varios aspectos.

La motorización supuso enormes avances que nos permitieron llegar cada vez más lejos y en menos tiempo, pero su funcionalidad fue tan invasora que creó la ilusión, muy fomentada, de que podía servir para todo e ir suplantando progresivamente las formas naturales de desplazamiento, en particular, las peatonales. Andar unas cuantas decenas de minutos, aparte de ser muy natural y muy sano, es consustancial al ser humano, salvo impedimento físico.

Además será lo que democratice la ciudad. Todos podemos ir andando y la supresión de barreras arquitectónicas permite el libre desplazamiento de los que no pueden andar con normalidad. Discapacitados físicos o ciegos, por ejemplo, serán quizás los colectivos más beneficiados. El espacio vuelve a ser público y no un lugar para quien posea un coche y lo deje aparcado en una parcela que la convierte en su propiedad.

Sobre esta base se plantea el nuevo modelo de ciudad de Pontevedra, una ciudad que por sus dimensiones se presenta como el lugar ideal para poner en practica estas mejoras que beneficiarán a la ciudadanía en distintos aspectos. A saber, la seguridad vial a superado incluso las expectativas iniciales consiguiendo que la ciudad del Lérez alcance cifras récord en dicha materia.

Otras medidas han reforzado este objetivo. Los vehículos privados no circulan por el casco histórico desde el año 1999 salvo las excepciones lógicas. Hoy los que lo hacen no pueden superar los 20 kilómetros por hora. En el resto del casco urbano no se pueden superar los 30 kilómetros por hora y en algunas calles se instalaron lombos. Por supuesto, todas estas medidas resultaron antipáticas en una primera instancia. Llamativamente, actualmente hay vecinos que exigen más obstáculos al tráfico en sus calles.