La noche del 20-D la alegría inundó las sedes de las candidaturas rupturistas, conscientes de que habían protagonizado un hito, si bien en algún caso no cumplir las expectativas infladas por las encuestas a pie de urna de superar al PSOE rebajó el jolgorio. Todo resulta miel ahora, pero la configuración de esas alianzas constituyó un reto que estuvo a punto de fracasar.

Las bases de Podemos aprobaron concurrir en alianzas bajo la fórmula de una coalición con su nombre en primer lugar seguida de un socio. Galicia marcó el camino a seguir y se negó. Lo mismo sucedió en Cataluña o Valencia, donde el debate interno fue agudo.

De hecho, fue la intervención de Ada Colau, que impulsó solo la fórmula En Comú, en evidente conexión con Barcelona en Comú con la que tomó la Alcaldía de la ciudad condal, la que propició un acuerdo al que se sumó la agrupación catalana de IU horas antes de que cerrase el plazo y tras descolgarse del pacto horas antes. Consiguió dos puestos de salida finalmente, sumándose a Podemos, Equo o Iniciativa per Catalunya.

En Valencia, Compromís resulta una coalición de partidos. Si bien Iniciativa, del que forma parte Mónica Oltra, apoyó la alianza desde un principio, el Bloc Valenciá se sometió a un desgastador proceso de críticas internas hasta finalmente aceptarlo por apenas 10 votos de diferencia. IU, al revés que en Galicia y Cataluña, lo rechazó.

En una legislatura donde serán clave los pactos y donde la negociación de, por ejemplo, inyecciones presupuestarias territoriales puede generar intereses divergentes, esa pluralidad interno puede resultar determinante.