Albert Rivera, el político que pidió paso no permiso, cumplió ayer su sueño, entrar en el Congreso de los Diputados, aunque eso sí con un número de diputados bastante inferior al que imaginó en el mejor de sus sueños, pero suficiente como para intentar desde la oposición conseguir cambiar España.

Rivera llegó a creer que el suyo sería el segundo partido más votado e incluso pensó que podría superar al PP, ayer los ciudadanos optaron por la seguridad que les dan los "viejos" partidos, como a él le gusta llamar, y se deberá conformar con intentar desde la oposición hacer que España, como el dice, vuelva a ser un gran país.

Ciudadanos nació hace nueve años en Cataluña como una plataforma ciudadana, entró en el Parlamento catalán con tres escaños, pasó en 2012 a tener nueve y logró su gran triunfo en las pasadas elecciones catalanas celebradas en septiembre donde su partido, liderado por Inés Arrimadas, consiguió 25 escaños.

Esa victoria llevó a Rivera a pensar que su fuerza era imparable y en los meses de octubre y noviembre el crecimiento del partido parecía que no tenía límites a juzgar por los distintos sondeos de opinión, que le llegaron a situar hasta en segunda posición.

Rivera, un comunicador nato, con un discurso exquisito, fresco, responsable, en el que defiende la unidad de España y la lucha contra la corrupción ha calado entre la ciudadanía pero no tanto como a él le hubiera gustado.

Es cierto que siempre dijo que no tenía suelo ni techo. No tenía ningún escaño en el Congreso de los Diputados y todo iba a ser ganancia, y lo cierto es que nunca se quiso aventurar a decir cuántos escaños obtendría, pero ayer los resultados fueron inferiores a las expectativas creadas.

Ahora surgen las preguntas, ¿qué ha pasado para que el efecto Rivera no volara tan alto como se había imaginado? Quizá haya sido el conformismo de los ciudadanos por lo que ya conocen y no aventurarse a lo nuevo, la participación -inferior al 80%- o una campaña electoral que no le ha favorecido y se le ha hecho larga.

La campaña de Rivera empezó bien, con fuerza, pero hubo un momento, el gran acto de la conjura de Vistalegre, que marcó un antes y un después.

A partir de ahí, no se sabe bien que pasó, si fueron las circunstancias, o el cansancio de muchos meses de trabajo, Rivera empezó a desinflarse y a medida que avanzaba la segunda parte de campaña, la fuerza decreció.

En cualquier caso, nadie duda de que Rivera con sus 40 escaños deberá vigilar al futuro Gobierno, aunque es pronto para saber cuál será su papel en un Parlamento tan fragmentado como el que ayer se dibujó.

Muchos españoles ayer pidieron cambio, pero esa petición no ha sido tan intensa como hubiera querido Rivera, que pensaba que este 20 de diciembre se iniciaría una nueva etapa que acabaría con el bipartidismo y la España dividida en bandos.

Rivera siempre habló de los tres grandes proyectos que han tenido lugar en España, y que fueron liderados en los 70 por Adolfo Suárez, en los 80 por Felipe González, y en los 90 por Aznar, a él le hubiera gustado ayer erigirse como el ideólogo del siguiente, el cuarto gran proyecto para España.

De momento no podrá ser, habrá que esperar.