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Elecciones en Galicia 2016

La frágil memoria de los pactos

La opción de un acuerdo de izquierdas reaviva la historia del bipartito, pese a que no fue el primer caso de coalición en Galicia

Fernando González Laxe (PSdeG) y su vicepresidente, Barreiro Rivas (CG). // Novoa

La incapacidad de los partidos en para forjar un gobierno tras las elecciones de diciembre, la repetición de junio y la posibilidad de tener que acudir a las urnas antes de que acabe el año otra vez -parece que ahí sí todos coinciden en acometer los cambios necesarios para evitar que sea finalmente el día de Navidad- alimenta la ya extendida idea de que en España falta cultura de pacto. Y puede ser. Las coaliciones de gobierno, incluso entre fuerzas alejadas en sus planteamientos ideológicos, son habituales en los países de nuestro entorno. O esa es también la teoría extendida en el rifirrafe político de este año que va sin Ejecutivo. Somos de memoria frágil. A otros niveles administrativos, en autonomías y ayuntamientos, los ejemplos de negociación y de formaciones que acabaron dándose la mano para sacar adelante una legislatura son variados y numerosos. En Galicia, sin ir más lejos, las pasadas municipales dejaron a todas las grandes ciudades sin mayorías absolutas, con la única excepción de Vigo. Y no son las únicas. Es la situación en un tercio del total de concellos en estos momentos.

La gestión autonómica también es muestra de que las coaliciones no son una ensoñación en la historia gallega. Una de las claves de esta carrera al 25-S viene de la opción de que los tres partidos de izquierda puedan lograr un acuerdo en caso de que los populares no consigan los 38 escaños para seguir en solitario en San Caetano o tampoco sea suficiente un tándem con Ciudadanos. No sería una novedad. El primer gobierno que tuvo Galicia en 1981 salió de un pacto de la derecha, entre Alianza Popular y la UCD. Ni la segunda vez que ocurriese, que fue el tripartito de 1987 encabezado por Fernando González Laxe. Ni siquiera la tercera ocasión porque ese lugar lo ocupa el bipartito de socialistas y nacionalistas de 2005, del que vuelve a hablarse en campaña, dos legislaturas después, por los parecidos supuestamente razonables con lo que puede venir el domingo.

"Niego la mayor", se apura a decir Enrique Varela, profesor del Área de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Vigo, ante esa manida teoría de que España cojea en pactos políticos. "Lo que es verdad es que la sucesión de mayorías absolutas ha dejado una impronta en partidos, en medios de comunicación e incluso en analistas de que ha sido así -añade-. Pero no lo es. Me hace mucha gracia que se diga. Además de las autonomías o de los ayuntamientos, en los años 80 y 90 hubo pactos entre posiciones nacionalistas que hoy parecen irreducibles, hablamos de PNV o CIU, con los partidos más jacobinos como PP o PSOE". El imaginario colectivo parece haberlo olvidado. Quizás, como apunta Varela, por la última década en el país, "con la escenificación de la mayoría absoluta de Aznar en 2000". ¿Por qué ahora entonces parecen demonizados? "Cuando se necesitaron, no se demonizaron -responde el profesor de Ciencia Política-. De hecho, Aznar tuvo que ceder ante Pujol en algo tan rancio como era el cambio en la ley orgánica de funcionamiento del Estado de los nombres, no de las funciones, de los gobernadores civiles por la de delegados del Gobierno".

El destierro de las mayorías absolutas como dogma de fe para gobernar sale de los propios electores, según Varela. "Le han dicho no y otra vez no a los partidos", insiste. Uno de los razonamientos que dan los defensores de esa hipótesis sobre la ausencia de experiencia para negociar apunta al papel de máximos responsables en los partidos. Su culpabilización. Lo estamos viendo en las voces que piden la retirada de los cuatro candidatos a la presidencia del gobierno. "Los líderes no son reyes absolutos -matiza el profesor vigués-. Tienen influencia, pero no poder. Un líder se mantiene porque la estructura del partido se lo permite".

La opción de una alternativa a Feijóo con un tripartito de izquierdas funcionó desde antes incluso del comienzo de la campaña en Galicia como arma de ataque de los populares a sus competidores. El mensaje de que las elecciones se movían entre la repetición del presidente de la Xunta en el cargo, o el caos. Por eso Ciudadanos tuvo en bandeja la que es su letanía en estas dos semanas: "Queremos ser decisivos -repite diariamente su candidata- para controlarle". Enrique Varela duda de que Alberto Núñez Feijóo pueda sacar provecho de las críticas a "la herencia recibida" tras el bipartito ocho años después. "El único límite de Feijóo -indica el profesor- es consigo mismo, con su equipo". Y el tablero de juego ha cambiado. "No son los problemas electorales de antes, cuando el sistema se basaba en si eres de izquierdas o de derechas, religioso o no, urbano o rural -explica Varela-. La gente vota en función de los problemas que vive y si han resuelto o no".

La sombra del bipartito fue alargada por las disputas de los últimos meses de aquella legislatura. "Problemas de ego y de rentabilidad política", indica uno de los altos cargos de entonces. La polémica creció a medida que se acercaba la cita con las urnas y estalló definitivamente por el concurso eólico con un enfrentamiento público entre el área del PSdeG y la del BNG, que era quien llevaba el reparto de los megavatios. Los primeros plantaron las comisiones de valoración de los proyectos y el cruce de acusaciones empañó todo lo que se pudiera haber hecho hasta aquel momento. Con el paso del tiempo, las caras visibles de aquel pacto reconocieron las tensiones -el expresidente Emilio Pérez Touriño habló de "matrimonio de conveniencia"- y la habilidad del PP para aprovecharlo.

"La clave para un acuerdo es tratar bien los puntos esenciales. Se hace mucha política en abstracto y hay que hacerla concreta con las cosas que influyen en la gente. De hecho la política debería ser pactar, pactar y pactar", cuenta Carme Adán, hasta ahora diputada del BNG y que fue secretaria xeral de Igualdade en la etapa de viaje con el PSdeG. Otros altos cargos que prefieren no aparecer nombrados sostienen que el día a día del gobierno a dos "era fluido". "El trabajo a nivel técnico, en los segundos y terceros niveles de responsabilidad, no daban problemas", apunta uno de ellos. Adán lo confirma. "Tratábamos la mayoría de asuntos y teníamos muy claros los objetivos", señala. "Se aprobaron cuatro presupuestos, que el la herramienta de gestión fundamental en la política. Yo reivindico una labor magnífica", incide Abel Losada, número 1 del PSdeG por Pontevedra y director xeral do Gabinete da Presidencia con el bipartito.

Carme Adán llama la atención sobre lo fácil que resulta meter "el eslogan fácil" desde las administraciones hacia la opinión pública. "Los medios deberían reflejar más el trabajo", señala. ¿Cuánto influyó en la coalición las ganas de unos y otros por promocionarse? Losada admite que "algo de eso" pudo haber. "Aunque si ese es el mayor problema de la coalición -argumenta-, era un problema menor". "La rentabilización fue tema de disputa y probablemente si se hubiera gestionado de otra manera el concurso eólico, las cosas serían diferentes", añade otro alto cargo, que da por hecho que con los perfiles de los candidatos de PSdeG, En Marea y BNG, "no debería haber problema en intentar una alternativa a Feijóo".

¿Por qué entonces no hay un reconocimiento expreso de su parte? "No van a hacer una declaración de ese tipo por la expectativa de reforzar su resultado", indica Enrique Varela. Pura estrategia. Hay que arañar votantes ante un momento político en el que el electorado demostró su capacidad para decidir a quién respalda en el último momento. "No hace falta tampoco que lo hagan explícito -continúa-. El que vota al PSdeG, En Marea o BNG, además de a quien votan, saben que votan para que no gobierne Feijóo".

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