En otras épocas, los políticos gallegos se subían a la tribuna de oradores a aporrear el trombón, recuerden a José Luis Baltar, o rodeados de miles de gaiteiros, en un intento de acentuar su galleguismo, como era el caso de Manuel Fraga. Los tiempos han mudado y los políticos de ahora exhiben sus dotes musicales con soltura, tras años de aprendizaje. Uno de ellos es Luís Villares, nacido en Lugo hace 38 años, que toca la gaita, el acordeón y la zanfona. El sábado en Cangas le pusieron una gaita en la mano y cerró el mitin tocando una pieza. Su afición musical le viene de familia. Su padre también le da a la gaita, su hermano Xabi, que fue número cinco en la candidatura de Lugonovo en las elecciones municipales de 2015, se maneja con el tamboril y su ahijado ya hace sus pinitos en la música. El candidato de En Marea compite en sus habilidades musicales con la cabeza de cartel del BNG. Ana Pontón es pandereteira y en tiempos pretéritos cantaba en Dirindainas, el grupo que formó con sus amigas de Sarria.

A Villares, recién llegado a la política profesional, con poco más de un mes de experiencia, el gusanillo de la política le picaba desde jovencito. En su etapa universitaria en Santiago, donde estudió Derecho, se movió en la órbita nacionalista, pero luego se decantó por la carrera judicial, y la política la aparcó. Villares, que tiene pareja y de joven aprendió inglés trabajando en Londres, es juez de carrera desde 2005. Uno de los pocos jueces que dictaba sentencias en gallego. Ejerció como titular del juzgado de Instrución de A Fonsagrada entre 2007 y 2010. También estuvo en comisión de servicios en la Audiencia Nacional y fue juez titular en el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, donde vivió el cese de la violencia.

En abril de 2012, regresó a Lugo para hacerse cargo del juzgado Contencioso-Administrativo nº2, y desde ahí daría el salto al TSXG. El retorno "mucha gente no lo entendió, decían que estaba tirando mi carrera por la borda, pero para mí era el camino de la felicidad, volver a mi ciudad y a mi tierra. Y allí también me di cuenta de cómo la Administración puede hacer trampa. Denegar prestaciones, por ejemplo, para cuadrar las cuentas. Y como desde las instituciones se puede ayudar a la gente o no". Ahí terminó de cuajar su apuesta por la política. El próximo domingo sabrá si merecía la pena colgar la toga y someterse al escrutinio del ojo público.