Son las encargadas de acondicionar los hoteles para convertirlos en casi la segunda residencia de los turistas. Barrer, recambiar sábanas, fregar, mover muebles... Toda una responsabilidad que recae sobre sus espaldas, pero no solo en sentido figurado. También sobre sus articulaciones, que arrastran las cicatrices de años de movimientos repetitivos que ponen a prueba su cuerpo. Son las camareras de piso, las conocidas como kellys, que dan un paso al frente para desprenderse de la precariedad que rodea a su sector. "Durante muchos años hemos estado calladas y sin protestar por miedo a que nos acabasen despidiendo, pero esto ya no puede seguir así", explica Lucía. Ella es una de las 250.000 camareras de piso que hay actualmente en toda España y que prefiere mantener su verdadero nombre en el anonimato por miedo a represalias.

Tras elevar el tono de sus protestas en los últimos meses, la lucha de las kellys llegó a La Moncloa la semana pasada. Fue entonces cuando representantes de este colectivo formado casi íntegramente por mujeres llegaron a sentarse con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para exponer la precariedad que padecen en su sector y pedir medidas para revertir esta situación, aunque las camareras de piso esperan más bien poco de esa reunión. "Es más una campaña de imagen que otra cosa", denuncian.

Su principal demanda pasa por acabar con el instrusismo de las ETT -empresas de trabajo temporal, que ahora cuentan con vía libre para descolgarse de los convenios sectoriales o autonómicos y fijar peores condiciones salariales- y que pasen a ser contratadas directamente por los propios establecimientos hoteleros.

Las kellys responsabilizan a las ETT de promover una espiral de reducción de costes y de derechos laborales en la que ellas son el eslabón más débil. Ganan menos, pero no para repartirse el trabajo entre más compañeras. "En el hotel en el que yo trabajo somos cuatro personas para atender cada día unas 60 o 70 habitaciones" denuncia Lucía.

Una media de 14 habitaciones por cabeza, que obliga a estirar una jornada que solo es a tiempo parcial sobre el papel. "Hay días que podemos estar trabajando entre 10 y 12 horas porque no puedes marcharte hasta que no las hayas limpiado todas", reconoce Sonia, que denuncia que esta situación "se agrava aún más en verano", conforme la ocupación del hotel se acerca al 100%. "Si te vas a tu hora y queda alguna habitación sin atender sabes que se la vas a cargar a una compañera y eso es algo que no puedes hacer", comenta Sonia.

14 habitaciones por día, unas 280 al mes y todo ello por un salario neto que apenas logra acercarse al mínimo legal. Un premio de poco más de dos euros por acondicionar toda una habitación. "Lo peor que en la nómina se incluyen partidas como transporte para llegar al mínimo legal", explica Celia, otra trabajadora del sector, que prefiere no revelar su identidad.

Tanto ellas dos como Sonia y Loisinette se consideran "hasta cierto punto afortunadas". Tras sus reivindicaciones lograron que se les pasar a aplicar el convenio de hostelería. "Aún queda mucho por hacer como que pasemos a estar contratadas por el propio hotel, pero algo es algo", reconoce Loisinette, que se acuerda del resto de compañeras de profesión que lidian con condiciones peores a las del convenio de hostelería. Aquellas condiciones a las que se enfrentaban ellas antes de su primera conquista. "Yo cuando empecé a trabajar cobraba 400 euros y ya casi daba gracias", comenta Celia.

Las "heridas de guerra"

Las jornadas interminables realizando movimientos repetitivos multiplican el esfuerzo de sus articulaciones y espaldas, que acaban padeciendo sus particulares heridas de guerra. "Hay compañeras que tienen que tomarse pastillas para soportar este dolor", denuncia Lucía, que señala que esta situación se agrava en su caso por las condiciones del establecimiento en el que trabaja. "Donde yo trabajo, las camas pesan muchísimo y acabas la jornada reventada. Yo hago las tareas domésticas antes de ir al trabajo porque cuando llego por la noche solo tengo fuerza para tumbarme en el sofá", lamenta Celia.

Ante la propagación de este tipo de lesiones las kellys sitúan el otro foco de su batalla en que estas sean reconocidas como enfermedades profesionales, algo que hasta ahora no ocurre. "Yo sufrí una tendinitis en el supraespinoso y mis compañeras padecen ansiedad y codo de tenista, pero sigue sin hacerse nada en el tema de prevención laboral y sin reconocerse como enfermedades profesionales", comenta Sonia.

Para soportar el dolor de estas largas jornadas de trabajo las kellys echan mano de kellysibuprofenos. Una baja laboral no es una opción para ellas a no ser que quieran en poner en riesgo su trabajo y un salario que sirve de sustento para sus familias. "Mi compañera y yo estuvimos de baja por tendinitis y la empresa nos llamó para decirnos que estábamos despedidas", relata Loisinette. "Recurrimos a la CGT, nos movilizamos y, al final, tuvieron que readmitirnos", aunque reconocen que esto no ocurre en otros lugares.

La fuerza que podrían tener las 250.000 kellys que hay en España se diluye cuando se dispersan entre los cerca de 15.000 hoteles de todo el país. "En estos casos la unión hace la fuerza y cuando quieres negociar por tu cuenta lo más normal es que acabes consiguiendo unas condiciones bastante precarias", reconoce Suso, de la Confederación General de Trabajadores de Vigo.