Traje siempre perfecto, bien de gomina, sonrisa reluciente. José Ramón García tenía la presencia de los triunfadores. Era el hombre de moda en Galicia desde que 2008 su empresa, alimentada con la fabricación en cadena de reproductores de MP3 de bajo coste, se convirtió en una corporación de vocación, como su propio nombre dejaba claro, global. Muchos lo veían como un nuevo Amancio Ortega, pero en versión tecnológica. El protagonista del que podría ser el nuevo milagro empresarial nacido en la economía gallega. Blusens repartía por medio mundo sus productos de electrónica de consumo con filiales en Europa, China y Latinoamérica. Con planta de producción en Asia, la compañía presumía de dedicar un 10% de sus ingresos a I+D y conquistar el competitivo mercado tecnológico con patentes gallegas. Llegó la crisis y el milagro se convirtió en espejismo.

Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Santiago, doctor en Economía Aplicada y especializado en análisis contable y patrimonial, José Ramón García gestó Blusens en 2002 en compañía de dos socios. El empresario (Compostela, 4 de febrero de 1971) venía de la filial de consultoría del grupo vasco Mondragón. Cuando el concepto start up era cosa todavía de extraterrestres, García y sus socios sacaron adelante la suya con unos 3.000 euros. Diez años después facturaba más de 60 millones.

Patrocinó motociclismo. Baloncesto. Incluso llegó a crear una plataforma de música para artistas noveles. Pero la débil estructura interna de la financiación, donde se multiplicaban los créditos, se encontró con la dura realidad del cierre del grifo de crédito y el 30 de junio de 2013 presentó preconcurso de acreedores. La última filial se liquidó a mediados del pasado año, justo después de la condena a otro de sus exdirectivos por un fraude con el IVA.