El último superviviente de toda una generación de Rockefellers y la cabeza visible de la familia durante las últimas décadas, David Rockefeller, falleció ayer a los 101 años de edad.

El multimillonario financiero y filántropo murió en su domicilio de Pocantico Hills, en Nueva York, tras una larga vida dedicada a los negocios, la promoción del capitalismo y el apoyo a las artes.

Rockefeller llevó con orgullo el estandarte de su familia y fue durante muchos años una de las figuras más influyentes del gran capitalismo estadounidense.

Con su muerte desaparece el último nieto vivo del fundador de la dinastía, John D. Rockefeller, aún considerado como el estadounidense más rico de todos los tiempos y como la persona más acaudalada de la historia moderna.

Profesionalmente, la carrera de David Rockefeller estuvo marcada por su paso por el Chase Manhattan Bank, una institución estrechamente vinculada a su familia y cuya expansión internacional lideró durante los años 70.

Rockefeller comenzó a trabajar para el banco en 1946, cuando al frente de éste se encontraba su tío Winthrop Aldrich, y ascendió rápidamente, convirtiéndose en presidente en 1961 y en consejero delegado en 1969.

Utilizando su nombre y su carisma, multiplicó las operaciones de la entidad en el extranjero antes de dejar el cargo en 1981, aunque durante años continuó asesorando al banco en sus negocios internacionales y como una suerte de embajador.

Su afición a los viajes y su influyente nombre le convirtieron también en uno de los grandes representantes en el extranjero del gran capitalismo estadounidense, con continuas visitas a empresarios y líderes políticos en todos los continentes.

Rockefeller fue fundador de la Comisión Trilateral, creada en 1973 y considerada una de las organizaciones privadas más influyentes del mundo, y miembro del comité consultivo del grupo Bilderberg.

Mantuvo esa pasión por conocer mundo durante toda su vida y, a pesar de su avanzada edad, siguió viajando de forma continuada en los últimos años.

Un enamorado de Marruecos, con cien años continuaba visitando regularmente Fez para hacer compras, según aseguró en una entrevista en 2015.

Varios presidentes de Estados Unidos le ofrecieron a lo largo de los años ocupar la Secretaría del Tesoro, algo que siempre rechazó. Rockefeller no dudó además en criticar abiertamente a algunos inquilinos de la Casa Blanca cuando sus decisiones le parecían incorrectas.

Junto con los viajes, su otra gran pasión fueron las artes, que promocionó con cientos de millones de dólares continuando con la tradición de su familia y de otras grandes dinastías de la Costa Este.

Entre otras cosas, financió en la Gran Mazana el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), el Rockefeller Center, la Universidad Rockefeller o la construcción del World Trade Center, que incluía las desaparecidas Torres Gemelas.

Además, reunió una de las colecciones de arte más importantes del planeta, valorada en cientos de millones de dólares y con obras de Picasso, Cezanne o Matisse.

Ayer, la revista Forbes le atribuía pocas horas antes de conocerse su muerte una fortuna de 3.300 millones de dólares, a pesar de las cuantiosas donaciones que llevó a cabo en sus últimos años.

Rockefeller contó su vida en una autobiografía publicada en 2002, las únicas memorias escritas en tres generaciones de una de las familias más poderosas del mundo.

El fallecido banquero neoyorquino se casó con Margaret McGrath, y eran padres de seis hijos: David, Abby, Neva, Peggy, Richard y Eileen.