Era una noticia esperada que sin embargo sorprendió al mundo empresarial gallego en medio del descanso estival de agosto. Epifanio Campo Fernández, propietario de Cerámica Campo, falleció ayer por la mañana en su refugio veraniego de Vilalonga (Sanxenxo), donde esta tarde, a las 18.30 horas, será despedido por familiares, empleados, socios y amigos.

Con el mayor de los hijos de Antonio Campo Núñez se va un empresario total, que se inició en la industria de la cerámica en 1975 y en los últimos 40 años tocó todos los sectores. El industrial, con la cerámica, la minería, la energía -combustibles y renovables- o la siderurgia y la construcción, como promotor y como accionista de Abeconsa. Su mayor trayectoria la desarrolló en los servicios, como socio fundador de Banco Gallego, accionista de la firma que explota las estaciones de Inspección Técnica de Vehículos (ITV) en Galicia, en firmas de gestión de residuos, como gestor de mercados municipales, de hostelería, seguridad y lucha contra la contaminación marítimas y náutica. Hasta hizo sus pinitos en el sector primario, en el negocio vitivinícola y piscícola.

Con naturalidad

Epifanio Campo padecía desde hace al menos dos años un cáncer terminal del que hablaba con naturalidad con sus amigos y allegados. Por eso, la noticia de su fallecimiento no sorprendió al mundo empresarial, entre el que su estado era conocido desde hace al menos un año. El proceso sin embargo se aceleró en los últimos meses en los que su salud empeoró sensiblemente y se despidió poco a poco de los suyos.

Quienes le conocieron destacan no solo su visión para los negocios sino una calidad humana fuera de todo tópico y un profundo compromiso con la economía gallega, con su familia y sus amigos.

El propietario de Cerámica Campo era además apreciado entre sus trabajadores, a quienes "cuidaba como si fuesen de su familia". A sus allegados no les extrañaría que, como ya ocurrió en el sepelio de su hermano Demetrio, muchos de sus empleados se desplacen a Sanxenxo a darle su último adiós, como ocurrió en León y contó entonces "El Diario de León". La despedida será sin embargo discreta, como le gustó ser al propietario de Cerámica Campo, que huía de los focos. De ahí que sean escasas las imágenes suyas que guardan en sus archivos los más importantes diarios gallegos.

Campo Fernández, nacido en el municipio leonés de Puente de Domingo Flórez (próximo a Ponferrada), se afincó en Galicia junto a su numerosa familia desde muy joven. Con apenas 22 años se hizo cargo del conglomerado que en los años 50 creó su padre en torno a la extracción de arcillas en Vilalonga (Sanxenxo). De allí surgió el grupo Cerámica Campo, una empresa de materiales de construcción que tiene actualmente tres sedes en Galicia: A Laracha (Epifanio Campo S.L y Pretensados Campo S.L.), Sanxenxo (Nueva Cerámica Campo S.L. y Refractarios Campo) y Mesía (Campo Brick S.L).

Su hermano Antonio fue alcalde de Ortigueira entre 1999 y 2007. Y Demetrio ejerció como empresario del sector pizarrero, dentro del grupo Cerámica Campo. Estaba afincado en Ourense y falleció en 2005.

El propietario del grupo Cerámica Campo, que controlaba -como todas sus empresas- a través de la sociedad patrimonial Rodonita y a medias con su mujer, se empleó a fondo en el desarrollo y la expansión del negocio de los materiales de construcción durante un cuarto de siglo. Pero ya en los noventa diversificó sus intereses.

Fue uno de los socios fundadores de Banco 21, junto con Amancio Ortega, Juan Manuel Urgoiti y la familia Entrecanales. El banco tenía su sede en Madrid y dos años después compró Banco Gallego, con el que se fusionó en 1998 para crear la entidad en la que Caixanova entró entonces con un 49,7%. Campo se mantuvo hasta el final, con un 11,5% del capital, que perdió en el proceso de reestructuración bancaria que acabó con la entrega del banco al Sabadell. Él y el resto de accionistas pleitearon contra el Estado y una "injusta" operación acordeón que les dejó sin acciones y sin su inversión, pero el pleito está todavía por cerrarse. En 2001, Epifanio Campo se embarcó con su amigo Manuel Añón en el levantamiento de una siderúrgica, que en cuatro años se convirtió en uno de sus mejores negocios. Tras ampliarla con una fundición en Baiona (Francia) se la vendieron al empresario Francisco Rubiralta, del grupo Celsa, por 425 millones de euros.