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Fabricar dinero no es suficiente

BCE y FMI alertan de que no basta la expansión monetaria, se reclaman más políticas fiscales y de oferta, y el G-20 pide más inversión porque las reformas tampoco resuelven todo

Ocho años después del estallido de la crisis, y tras una ambiciosa operación de expansión monetaria sin precedentes (se ha emitido moneda por un importe equivalente a más de siete billones de euros en EEUU, Reino Unido, Japón y la eurozona), nadie da por superada las más dura etapa de inestabilidad en 70 años: el PIB es tenue, la inflación sigue agazapada, el paro se mantiene muy alto (y allí donde baja lo hace con la contribución de muchos parados que dejan de figurar en las listas porque desisten de buscar empleo), la recesión ha reaparecido en Japón (la quinta en siete años), persiste en Rusia y se ha implantado en Canadá y Brasil, China desacelera, el comercio internacional está cayendo este año por vez primera en el periodo, los países emergentes tienen problemas, la Reserva Federal de EEUU lleva un año dudando entre subir tipos de forma incipiente o no y el BCE anunció el jueves la intensificación de su ofensiva monetaria porque lo hecho hasta ahora no ha sido suficiente.

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, mantiene desde agosto de 2014 -y lo repitió el jueves- que la fabricación masiva de dinero no basta y que, además de la política monetaria, se necesita recurrir a las políticas fiscales de estímulo público y a las de oferta con más reformas económicas.

También el FMI mantiene esta tesis y en similares términos se vienen expresando Nouriel Roubini, Larry Summers y otros economistas. Benoît Coeuré, consejero del BCE, dijo el 12 de noviembre: "Si la política de crecimiento depende sólo del BCE, esto va a terminar mal".

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Tampoco las reformas estructurales son suficientes por sí mismas, como dijeron en Ankara los ministros del G-20 en la reunión previa a la cumbre de Antalya (Turquía), en la que se emplazaron a impulsar las inversiones, una vez que, materializada la mitad de las políticas de oferta pactadas en la anterior reunión de Brisbane (Australia), no rindió todo el resultado esperado.

La demanda de más acciones, con más contundencia y con el recurso a políticas y mecanismos de respuesta de diferente naturaleza es consustancial con el hecho mismo de que las terapias ensayadas durante estos ocho años hayan tenido resultados insatisfactorios. Y es también coherente con la experiencia.

| Dificultad de diagnóstico. La superación de anteriores crisis de gran magnitud (la de los años 30 y la de los 70) pusieron de manifiesto que las recetas han de ser directamente inversas a la naturaleza del mal. La Gran Depresión se superó con políticas de demanda y de estímulo fiscal para corregir lo que fue una perturbación negativa de demanda, y los "shocks" petroleros de los 70 se atajaron con medidas de oferta (además de contracción monetaria antiinflacionista) para neutralizar lo que era en origen un impacto de oferta.

Desde 2008 se discute si se está ante una crisis de oferta o de demanda, y si se afronta una emergencia de paro clásico o de paro cíclico, cada uno de los cuales requiere soluciones diferentes. Esta indefinición no es insólita. Lo mismo ocurrió en las dos grandes crisis precedentes del siglo XX, en las que se erró en los primeros diagnósticos y en sus recetas, lo que prolongó y agravó aún más ambas recesiones.

Estos errores de apreciación son inherentes a las crisis, sean económicas o de cualquier otro tipo, porque la complejidad es intrínseca a su condición. "Las crisis de los individuos, como las de las naciones, sólo se juzgan con perspectiva a posteriori", escribió la novelista Doris Lessing.

En la actual crisis, que es de una enorme y perversa complejidad, y que además ha sido mutante -ha habido periodos en los que se creyó estar al borde de la estanflación (estancamiento con alta inflación) y en otros de la deflación (hundimiento simultáneo de la actividad y del nivel general de precios)-, y que ha transitado por casi todo el catálogo posible de contingencias (crisis inmobiliaria, luego financiera y de deuda privada, más tarde fiscal y de endeudamiento público, ahora de materias primas, y no falta quien vaticina que llegará la cambiaria, ligada a la cotización de las monedas), todo indica que se está ante desencadenantes de oferta y de demanda. Lo apunta la propia diversidad de los factores causales y lo sugiere la aleatoriedad oscilante con que se ha desenvuelto la inflación desde 2008: en las perturbaciones de demanda, precios y producción se mueven en el mismo sentido, y en las de oferta, en el inverso. Y las dos situaciones, aunque pasajeras, se dieron en estos años.

Todo esto aconsejaría hacer frente a la debilidad económica global con una ofensiva conjunta y simultánea de políticas a la vez de reformas y estímulo, tanto monetario como fiscal. Este órdago se justifica aún más cuando, a la heterogeneidad causal de la Gran Recesión, se suman los enormes excesos acumulados en el periodo de bonanza (y que exigen una prolongada corrección, retardataria de la salida de las dificultades) y la propia naturaleza financiera de la crisis, lo que le otorga una mayor resistencia a las terapias. Se ha dicho que las crisis financieras sólo son comparables en sus estragos con las bélicas.

| Políticas de oferta y demanda. El recurso a políticas simultáneas de oferta y de demanda cobra sentido tanto por la resistencia enquistada de los problemas como por la propia complementariedad de ambas recetas. Las políticas de ofertas (reformas de mercados, de factores y de la estructura productiva para flexibilizar la economía, dotarla de mayor competitividad y productividad, y hacerla más flexible y adaptativa, y capaz de absorber impactos negativos) actúan desde la microeconomía y desde los fundamentos internos del tejido productivo, ejercen su influencia de forma más lenta pero a más largo plazo y con efectos más prolongados y consistentes, y persiguen el aumento de la capacidad productiva de la economía, aumentando el crecimiento potencial, aquél en el que se emplean más recursos sin generar inflación.

Las políticas de demanda (sean fiscales o monetarias) son acciones desde la macroeconomía que aspiran a estimular la producción desde el sector público generando una mayor demanda, bien directamente por el Estado -con un mayor gasto e inversión públicos- o induciéndola en el sector privado con rebajas fiscales o con inyecciones masivas de dinero desde los bancos centrales. Sus efectos suelen ser más inmediatos y más eficaces en el corto plazo, aunque son menos duraderos, y su objetivo es aumentar el PIB para acercarlo al crecimiento potencial, sobre el que se actúa con las reformas estructurales y productivas.

Todas estas políticas tienen limitaciones y asimetrías (las recetas monetaria y tributaria son más efectivas cuando son contractivas que cuando son expansivas) y todas tienen efectos secundarios no deseados. Las ventaja de utilizarlas de forma simultánea es que esos posibles daños colaterales pueden mitigarse si todas las políticas interactúan.

Así, la ofensiva monetaria con bajada de tipos de interés y compra de bonos de los Estado amortigua los déficits causados por las políticas fiscales expansivas, propende a frenar la desinflación generada por los ajustes y las reformas, y alivia, en el caso de los endeudados, las mermas de rentas.

A la inversa, las políticas fiscales de gasto e inversión públicos, en tanto que generan demanda efectiva segura, compensan la insuficiencia de las expansiones monetarias y de las rebajas fiscales porque ambas pueden incurrir en liquidez ociosa cuando los agentes prefieren desendeudarse, optan por el ahorro o no perciben oportunidades de inversión productiva rentable.

Las reformas estructurales mejoran la competitividad y el potencial de crecimiento, lo que debe contribuir a acrecentar la expectativa de ingresos y dinamismo, dando más recorrido al efecto de los estímulos y permitiendo avances de productividad que la expansión fiscal y la monetaria tienden a diferir: en tanto que dopajes, inducen a aplazar la solución de los problemas de fondo.

| España, EE UU y Japón. España es hoy un buen ejemplo de que las políticas son complementarias porque el dinamismo de su economía, aunque en proceso de desaceleración, está apuntalado en las reformas hechas y en que, abaratando salarios y otras medidas, se redujo el umbral mínimo para entrar en crecimiento, pero también en unos factores externos propiciados por el BCE (depreciación del euro, caída de los tipos de interés y compra de deuda estatal para reducir las primas), todo lo cual, junto con el abaratamiento del petróleo, permitió aliviar en buena medida los efectos negativos de los ajustes y la austeridad, y compensar la pérdida de poder adquisitivo de asalariados y pensionistas por la reforma laboral, las subidas de impuestos y los recortes en el gasto social.

El caso de los países que combinaron varias políticas, como EE UU y Reino Unido, parece indicar que la fórmula funciona mejor, como alega en sus memorias Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de EE UU hasta febrero de 2014. De hecho, se evitó la segunda recesión, en la que sí incurrió la UE. El caso de Japón, en el que las "tres flechas" de su primer ministro, Shinzo Abe (flexibilidad monetaria, expansión fiscal y reformas estructurales), no impidieron la quinta recesión, quizá no sea significativo: por el camino hubo contracción fiscal (subida del IVA), se le achaca debilidad en las reformas y un saneamiento financiero y de la "burbuja" postergado, y el país sufre el impacto directo de la desaceleración de China y de los emergentes.

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