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Temblores y desequilibrios en China

El coloso asiático encara con grandes incertidumbres el agotamiento de un modelo económico basado en exceso en la demanda exterior y la inversión

China representa el 17% del producto interior bruto (PIB) mundial, un poderío económico (también militar y político) que ha desnudado durante décadas la hipocresía de las democracias occidentales, capaces de mirar para otro lado frente a la dictadura de Pekín y las violaciones de los derechos humanos mientras sus empresas deslocalizaban los procesos industriales, colaborando con el régimen comunista para convertir al coloso asiático en la gran fábrica del mundo, pensando también en que con el tiempo se transformaría además en el gran mercado del mundo.

China está en esa transición de gran fábrica a gran mercado, de mutación en última instancia de su forma de capitalismo de Estado, que compagina una intensa intervención del gobierno en la economía, así como el control público de un núcleo duro de las finanzas y de la industria, con un desarrollo del sector privado y la apertura a la inversión extranjera.

La transición es descrita por los expertos también como el agotamiento de un modelo de crecimiento volcado durante décadas hacia la exportación -que ha procurado ingentes reservas monetarias a Pekín y con ello capacidad de comprar y de influir en Occidente- y en la inversión, motor que China aceleró durante estos años de crisis global para amortiguar el descenso de la demanda exterior por las dificultades en las economías de mercado más maduras. Pero la rentabilidad de las inversiones en infraestructuras o en viviendas es finita, incluso en un país con 1.400 millones de habitantes. Y el aumento de los salarios misérrimos sobre los que se cimentó la competitividad de las fábricas chinas ha moderado la ventaja en costes para la exportación.

Pese a la mejora en las condiciones de trabajo de una parte de los chinos y a que durante 35 años el desarrollo ha procurado ocupación laboral y sacado de la pobreza de la zona rural a cientos de millones de personas, el mayor desequilibrio de la economía está en el peso del consumo privado. El gasto de los hogares representa menos del 40% del PIB, cuando en EE UU se acerca al 70%, según datos del Banco Mundial. España está en el 60%.

El régimen que lidera Xi Jinping sabe que ese es el eslabón más débil de la economía. También que la legitimidad de la dictadura comunista pende de que se mantenga la mejora del nivel de vida de la gente. Xi Jinping, con buen cartel entre la población por haberse enfrentado a la corrupción dentro del Partido, tiene por delante el desafío de mantener el crecimiento económico sobre niveles que permitan atender y dar trabajo a las ingentes cantidades de chinos que siguen emigrando del campo hacia las ciudades. De allí viene mucha de la mano de obra que hizo posible la gran fábrica del mundo, a menudo en condiciones de semiesclavitud, y que sacudirá China si en lugar de un aterrizaje suave se produce un frenazo brusco que dispare la pobreza y la tensión social. Temblaría China y temblaría el Mundo.

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