Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), ha vuelto a ser salir al rescate.

Las primas de riesgo de los países de la periferia cayeron ayer de nuevo, el euro siguió cediendo posiciones frente al dólar (se situó en 1,3691 unidades) y las bolsas volvieron a recibir dinero y remontaron con alegría. El índice selectivo español (Ibex 35) marcó otro máximo anual: cerró en 10.677 puntos.

El diferencial de la deuda española se situó en 159 puntos básicos por vez primera desde 2010. La prima de riesgo de España está aún el 60,6% más alta que en mayo de 2010, cuando, en pleno estallido de la crisis soberana y con la prima en 99 puntos, el Gobierno de Zapatero se vio forzado a cambiar su política. Pero los 159 puntos de ayer se sitúan muy lejos del nivel máximo de riesgo al que llegó España en julio de 2012, cuando marcó un diferencial crítico de 640 puntos. A España la sacaron de aquella emergencia trece palabras: las que pronunció Draghi el 26 de julio de 2012. Bastó que el banquero central dijera que "el BCE hará todo lo necesario para salvar el euro. Y será suficiente".

Ahora ha vuelto a ocurrir lo mismo. En la economía, como en los Evangelios, hay palabras que "bastan para sanar". El anuncio este jueves por el BCE de que no movilizará de momento más recursos ni resortes para vigorizar el débil crecimiento del PIB ni para atajar el riesgo de deflación pero que está preparado para actuar, y que, llegado el caso, recurrirá a una en su caso insólita "expansión monetaria", al estilo de EE UU y Japón, con la fabricación de euros y sin veto alemán, ha sido suficiente para la subida de la bolsa, la caída del euro y la reducción de las primas. Eran los efectos buscados.

Una expansión cuantativa es inflacionaria (lo que debería neutralizar la desinflación), abarataría el euro e impulsaría la bolsa por las mejores expectativas empresariales y porque la emisión de euros tendría como contraparte la compra de deuda soberana y otros activos financieros, lo que forzaría la bajada de los tipos de los bonos y otros activos de renta fija, lo que alentaría la renta variable.

A estos efectos se suman que un euro más barato favorecería que países como España puedan hacer frente a sus débitos exportando más fuera de la eurozona, mientras que la generación de cierta inflación por la depreciación del euro permitiría a España aliviar la carga real de su fabulosa deuda privada y de su enorme endeudamiento público, en niveles récord en 2014.