El plan de rescate acordado en mayo de 2010 por la Unión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) para inyectar 110.000 millones de euros en la trastabillante economía griega no ha logrado disipó las dudas sobre si el país podrá volver a financiarse en los mercados cuando venza el plan de ayuda. Tras doce meses de auxilio, sus títulos de deuda pública sólo se colocan si ofrecen al inversor una rentabilidad desmesurada del 24% para compensar el riesgo que los prestamistas perciben en sus bonos.

El Eurogrupo está dispuesto a debatir un nuevo plan de financiación para entregar a Grecia otros 60.000 euros con la participación "voluntaria" de la banca privada acreedora, previa negociación entre las partes. Fuentes comunitarias dan por seguro que incluirá, como mínimo, la renovación de los préstamos y la extensión del periodo de madurez de los bonos de deuda hasta plazos de 10 y 15 años.

Grecia está abonada a los ajustes. El viernes prometió reducir sus gastos y aumentar sus ingresos en 78.000 millones de euros entre recortes y privatizaciones –ferrocarriles, puertos, aeropuertos, bancos, y compañías de agua y electricidad, entre otros–. Pero el ajuste aún frenará más –como ocurre en casi todos los países, incluido España– la salida de la crisis: no habrá una recuperación sólida de la actividad si empresas y familias no se han desendeudado, la banca reduce el crédito para no disparar más su morosidad y para atender al imperativo de recapitalizarse y si, además, los estados se ven forzados por los mercados de deuda a recortar de forma intensa el gasto.

Así las cosas, la única vía de crecimiento económico –y, por ello, de recuperación de los ingresos fiscales– son las exportaciones, pero, con una moneda fuerte como el euro, Grecia, que es un país poco competitivo y poco exportador, tiene dificultad para ganar cuota de mercado. Las alternativas a este cuadro crítico han sido pasto en el último mes de los rumores y las especulaciones. Se ha hablado de una posible reestructuración pura de la deuda pública helena, que ya supone el 142,8% de su PIB; es decir, 1,6 veces la media de deuda de los países del euro (85,1%) y 2,37 veces el peso de la deuda estatal española (60,1%). Pero esta opción entrañaría un coste sobrevenido para el conjunto de los socios y sobremanera para el sector financiero europeo. No menor sería la tormenta sobre la moneda común, de producirse el otro escenario que se barajó a inicios de mayo de forma especulativa y que el viernes quedó totalmente descartada: la salida de Grecia del euro y el restablecimiento del dracma como divisa nacional. Todo ello desencadenaría una espiral especulativa de sospechas y de desconfianza sobre otros países y la viabilidad del euro.

El aniversario, pues, de la gran crisis monetaria y de deuda de la zona euro de hace un año no podía haber sido más intranquilizador.

Entre el 5 y 10 de mayo de 2010 el sistema monetario europeo estuvo al borde del desastre. Los ataques masivos forzaron un viraje de política económica en todos los países y obligaron a replantearse posiciones axiomáticas, como las del BCE, que hasta el día 7 se negó rotundamente a comprar deuda pública y en la madrugada del 10 se avino hacerlo en contra de sus preceptos fundacionales.

La crítica madrugada del 10 de mayo, en la que Europa cambió su política y puso en marcha, con el concurso parcial del FMI, el mayor plan de rescate de la historia (110.000 millones para Grecia y 750.000 millones para dotar un mecanismo a tres años para el salvamento de países), situó al euro al borde de un precipicio del que aún no ha logrado distanciarse del todo.

Los países europeos habían incurrido en un elevado gasto público, de acuerdo con el consenso internacional del G-20, para intentar paliar el derrumbe de la iniciativa privada, que sobrevino, sobre todo, en septiembre de 2008. Un año más tarde, en septiembre de 2009, España adoptó las primeras medidas de ajuste y poco después la UE se concertó en un compromiso de convergencia con los niveles de deuda (60%) y de déficit (3%) pactados en el nacimiento del euro. Pero lo hace con plazos asumibles.

El descubrimiento, en diciembre de 2009, de que el anterior Gobierno conservador de Grecia había falsificado sus cuentas públicas y que su deuda y déficit eran superiores a los declarados colocó a Europa, y sobre todo a los países periféricos, en una tensión brutal. Los mercados (inversores y acreedores) se pusieron nerviosos y la desconfianza se generalizó. Ese escenario de pánico fue aprovechado por los especuladores a la baja, dispuestos a hacer negocio con el miedo de los demás. La prima de riesgo de los países periféricos se disparó a partir de enero de 2010, con ataques selectivos en oleadas y a golpe de rumor. Los hubo interesados y fabricados ex profeso con afán de lucro o con fines políticos. España fue pasto de ellos. Sucesivas veces a lo largo de 2010 se aseguró con todo detalle que el rescate de España era inminente y que el plan ya estabapactado.

Aquel crítico fin de semana de mayo de 2010 cambió el rumbo de Europa. España, y de inmediato Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Portugal, Irlanda y otros países, pusieron en marcha draconianos y súbitos planes de ajuste y de reformas para evitar acabar como Grecia. Lo prudente –que era lo previsto hasta mayo de 2010– hubiese sido atemperar el ritmo del ajuste, para no estrangular la recuperación, pero el pánico de los acreedores a causa del engaño griego lo impidió. Se desencadenaron movimientos sociales de protesta y huelgas generales contra las nuevas políticas. La izquierda hizo recortes sociales y la derecha también. Pero eso no impidió que la tempestad de la desconfianza siguiera devastando algunos países.

Tras Grecia sucumbió Irlanda. El país convertido en paradigma del éxito de las políticas neoliberales, y que se habría propuesto como modelo virtuoso desde los años ochenta, tuvo que pedir el rescate financiero en noviembre para eludir la suspensión de pagos. La tensión sobre España y Portugal se redobló. El Estado luso sólo fue capaz de aguantar hasta hace un mes. Ha sido el tercer país en caer. Pero por primera vez las turbulencias en los países periféricos no contagiaron a España.