Los minutos discurren más lentamente en los hogares de las familias de los tripulantes del Alakrana. No ven el momento de conocer alguna noticia sobre sus seres queridos, pero deben esperar. Manuel García Gómez, conocido por "Mañó" entre sus vecinos de Pedornes, en el municipio pontevedrés de Oia, se resignaba ayer a no saber de su hijo, José Antonio García Álvarez, hasta mañana lunes. Apenas ha podido dormir desde el viernes, cuando se produjo el secuestro. Es consciente de que será su nuera en Valga, donde vive la familia desde hace ocho años, la que peor lo estará pasando en estos momentos. Pero recuerda que "só o que tén fillos sabe o que doen". Además de acordarse constantemente de su "Requio", apodo de José Antonio desde pequeño, Manuel reclama medidas de seguridad para evitar los ataques piratas. "Non hai dereito a isto; ademáis de estar tantos meses fóra da casa; hai que traballar con medo", denuncia.

Manuel sabe bien a lo que se refiere cuando habla de estar lejos del hogar. Está jubilado después de 47 años en el mar, la gran mayoría de ellos en grandes buques como el que ahora sirve de prisión a su vástago. "Eu cheguei a estar ata un ano enteiro faenando no Cabo de Buena Esperanza, a bordo do Álamo e tamén campañas de 7 e 8 meses no Capitán Emilio...". Podría hablar de su larga vida laboral durante horas, y de toda su familia de marineros. Su otro hijo también lo fue, pero está retirado. Su padre murió ahogado y todos sus hermanos se dedicaron a la pesca. Pero ahora lo que le preocupa es la situación de su vástago y también la de sus compañeros. Este lobo de mar también es "íntimo amigo" del patrón que ahora está a bordo, el baionés Ricardo Blach y de su familia. "Aquí coñecémonos todos e, claro, preocupámonos uns polos outros", recalca.

Por momentos se para a pensar en lo que puede suponer un secuestro como el que padecen los tripulantes del Alakrana y no puede ni imaginárselo. Conoce las aguas del Índico, incluso trabajó allí para la misma empresa que ahora lo hace su hijo, Echebaster. Algún representante de la misma llamó la mañana del viernes a su casa preguntando por José Antonio. Todavía tenían la dirección de la casa paternal. "Primeiro pensei que querían falar comigo porque eu tamén traballei alí, pero logo pedíronme o contacto da miña nora e xa pensei que algo malo pasaba", explica.

No sólo él y su nuera son víctimas del nerviosismo durante las largas horas de espera de información sobre el barco. Sus nietos pequeños, Emilio y Sara, también se dan cuenta de lo que ocurre. "Eu estou moi preocupado polo meu tío", afirma el niño durante la conversación con su abuelo.

Manuel se emociona al escuchar a su nieto e insiste en que el secuestro no tendría por qué haber ocurrido. "Como os gobernos non tomen medidas, isto vai acabar mal. Que se unan os estados para acabar cos ataques da piratería. Que poñan soldados se fai falla.. A xente sufre tanto alá coma aquí, nas casas", reclama.

La presencia militar es la reivindicación más repetida entre las familias de los secuestrados, que también mostraban ayer su indignación por las declaraciones de representantes del Ministerio de Defensa, que aseguraban el viernes que el Alakrana se encontraba fuera del perímetro se seguridad cuando lo abordaron. "Me parece muy fuerte que quieran culparlos de lo ocurrido en estos momentos, pero no vamos a entrar a discutir con Defensa porque no es nuestra prioridad. La prioridad debería ser ponerlos a salvo y no buscar culpables", indicaba ayer Silvia Albés, la esposa de Pablo Costas, otro de los tripulantes del pesquero.