La batea que se ultima en Moaña se podría parecer al esqueleto de un ovni. Sus 34 metros de diámetro y sus grandes tubos concéntricos le confieren un aspecto impresionante. Se trata del primer artefacto para el cultivo del mejillón en aguas abiertas del océano y tiene como objetivo lograr un mayor y más rápido crecimiento del molusco.

El proyecto, patentado por el inventor gallego Juan Ignacio Rodríguez Vázquez, ha sido impulsado por la empresa Aister, con instalaciones en Moaña, que es líder en la fabricación, instalación y montaje de puertos deportivos y pesqueros, así también como en la fabricación de embarcaciones para uso profesional. Hace unos meses Juan Ignacio Rodríguez se incorporó a este empresa que preside José Antonio Piñeiro, para dirigir la nueva división de acuicultura.

La "Bateamedusa", como se le ha bautizado a esta nueva batea, pretende ser la punta de lanza que el sector mejillonero necesita. Los actuales criaderos flotantes de mejillón tienen casi 70 años y las mejoras que se le han introducido son escasas para hacer frente al desafío que suponen las producciones de países como China, Chile o Grecia que están invadiendo los mercados con sus productos.

El origen

En la primeras décadas del pasado siglo se comenzó a investigar el cultivo de mejillón a través de cercados y estacas, pero no fue hasta los años cuarenta cuando se inicia el gran desarrollo de la miticultura gallega gracias a Alfonso Ozores Saavedra, señor de Rubianes y marqués de Aranda, propietario de "Viveros del Rial" que cambia el cultivo de mejillón sobre estacas y decide intentarlo sobre cuerdas suspendidas de una plataforma flotante. En 1945 se instala la primera batea en la ría de Arousa. A finales de ésa década se instalan las primeras bateas en la ría viguesa y seis años después el sistema se empieza a ver en las aguas próximas a Cambados, O Grove, Bueu, Redondela y Pobra de Caramiñal, para llegar diez años después a la rías de Sada y de la Pobra do Caramiñal. Desde entonces todo a seguido casi igual.

La batea circular inventada por Juan Ignacio Rodríguez, que estudió maestría industrial en Tarragona pero que se considera un autodidacta, surge de una larga experiencia profesional de más de 30 años. Especialista en la construcción de granjas de peces en alta mar, un día se le presenta el reto de solucionar problemas en unas bateas en la costa de Portugal.

"La idea de construir una batea de estas características surgió en el año después de que bateeiros de O Grove instalasen sus bateas en aguas portuguesas. Allí el mar rompe con fuerza y me llevaron para ver si podía hacer algo. El día que fui al polígono en una embarcación observé como olas de 5 a 6 metros hacían crujir la madera por todos los lados. Estaban a punto de irse a tierra como así ocurrió después. Todas las ideas que llevaba en la cabeza se me vinieron abajo porque cualquier solución era muy costosa", recuerda Juan Ignacio Rodríguez.

Pero se empeñó en la búsqueda de una solución y comenzó a preguntar todo lo que no sabía sobre las bateas y sus métodos de construcción.

En aquel tiempo trabajaba en las empresas Corelsa y Sea, del grupo coruñés de Isidro de la Cal. Allí desarrolla un primer prototipo experimental, que con el apoyo de la Xunta, se instala en la ría de Muros. La producción y el mantenimiento de la batea se repartió entre los bateeiros de la zona de acuerdo proporcionalmente a la importancia en el sector de cada uno.

"Se repartió como una tarta y eso provocó cierto caos en el mantenimiento y uso, pero los resultados de la producción y el tamaño de los mejillones fueron espectaculares", señala Juan Ignacio Rodríguez.

A esto se le añadió la falta de mantenimiento, ya que Corelsa y Sea, constructoras del artefacto, desaparecieron en 2008. El propio Juan Ignacio Rodríguez fue despedido de la empresa al no querer ceder sus patentes, entre ellas la de la Bateamedusa, al grupo de Isidro de la Cal.

Esta batea está construida en polietileno y está formada por varios círculos concéntricos de diferentes diámetros y a distintas alturas. "Una de las principales propiedades de este material es su alta resistencia y flexibilidad, lo que permite instalarla en aguas abiertas y con condiciones marinas adversas.

¿Por qué circular? Juan Ignacio Rodríguez explica que en una batea tradicional los mejillones que más crecen son los que se encuentran en la esquina se presenta frente a las corrientes marinas, y por lo tanto son privilegiados a la hora de abastecerse de placton.

"Esta batea tendrá un punto de anclaje en la zona central, lo que permitirá que gire muy lentamente por efecto de las corrientes. De esta forma, se turnarán a favor del placton y los mejillones de todas las cuerdas crecerán en la misma proporción", señala el inventor de la batea.

Su flexibilidad también le permitirá evitar que los golpes de mar produzcan pérdidas de entre el 40% y el 50% de los mejillones de las cuerdas, como ocurre en la actualidad.

Sobre las reticencias sobre su tamaño, Rodríguez afirma que la norma de que las bateas tuviesen 27 metros de largo "fue debida a que no había eucaliptos de mayores dimensiones. Lograr que este árbol pueda llegar a producir un tronco de estas dimensiones hace falta que haya tenido un siglo de vida", dice.

Esta batea tendrá el mismo número de cuerdas que las tradicionales (500), sin embargo con peso de 28 toneladas, frente a las 86 de las existentes, alcanzará las 150 toneladas de producción –dependiendo del lugar se pueden alcanzar las 200– mientras que ahora sólo se logra entre 80 y 90.

Rodríguez indica que el atraque de los barcos bateeiros – los encargados de efectuar las labores de mantenimiento y de recoger las cuerdas de las mejilloneras– está garantizado por la fortaleza de los flotadores que soportan los golpes que se pueden producir en los atraques. Las maniobras del personal de la batea serán muy similares a las que tienen lugar en las granjas de peces, ya que las estructuras son muy similares. Esta vez en lugar de jaulas se colgarán cuerdas.