Las naves de Frinsa se encuentran en el polígono de Xarás, ubicado en un monte desde el que se observa la marinera villa gallega de Ribeira, la capital del atún gracias al empeño de Ramiro Carregal. Antes de fundar este imperio conservero, este arousano tuvo una vida llena de avatares y experiencias que le llevó de una punta a la otra del mundo. "En 62 años no falté ni un sólo día al trabajo por enfermedad o accidente. Lo tengo acreditado", señala mostrando un cuadro con su vida laboral.

- Usted empezó muy joven en el mudo de la empresa.

-A los 17 años estudié Teneduría de Libros (actualmente Contabilidad), que entonces duraba tres años y yo la hice en un año y tres meses. Por este motivo se fijó en mí la dirección de Metalúrgica del Noroeste (MNSA), un grupo multinacional del que era presidente el marqués de Revilla, un general auditor del Ejército -oriundo de Ribeira-, que tenía como consejero delegado a otro general auditor natural de Laredo. La empresa siderometalúrgica tenía su sede en Vilagarcía y se dedicaba también a la explotación de minas de estaño y wolfran.

- Pero Galicia se le quedaba pequeña y empezó enseguida a recorrer mundo.

-En España las minas de estaño se agotaban y por eso la empresa tuvo que salir a buscarlo al extranjero. La única solución entonces era hacer empresas mixtas con los países mineros. Yo acompañaba a los dos generales, que eran muy buenos relaciones públicas, a buscar socios. Una vez localizados yo me quedaba para montar la fundición de estaño, porque si no montábamos una industria local los gobiernos no nos dejaban exportar. Empecé en Portugal en varias minas. Allí viví en Oporto, Lisboa, Visseu y Amarante. Desde allí teníamos relación con Angola y Mozambique. Cuando se independizaron tuvimos que buscar nuevos horizontes. Me fui a Bélgica para trabajar con el Congo Belga. Llegó la revolución y también nos tuvimos que ir a París para trabajar con el Congo francés y pasó otro tanto de lo mismo...

-Las revoluciones les fueron persiguiendo...

-Sí, África se nos había cerrado. Así que nos fuimos a Bolivia donde se encontraban las principales minas del mundo de estaño. Allí había un tal Patiño, "rey del estaño" que se había retirado a Portugal. Entonces llegamos a un acuerdo con el dictador Hugo Banzer para quedarnos con esas minas. El mismo día que llegué a Bolivia habían matado al Che Guevara. Cuando llegué a La Paz leí en la prensa: "El Che está en Bolivia". Al día siguiente el titular era: "El Che fue capturado" y al poco tiempo lo mataron.

-¿Entraron ustedes solos en el negocio del estaño en Bolivia?

-No, teníamos unos socios que eran argentinos que residían en Buenos Aires y otros brasileños de Río de Janeiro. La Paz era una ciudad inhabitable así que residía una temporada allí y alternaba con Buenos Aires y Río.

-Y por fin encontraron cierta estabilidad en Bolivia.

-Fue la corrupción y no la revolución la que nos echó de allí. Al empezar a ir mal las minas responsables del Gobierno nos vendían unos minerales que yo controlaba y que eran buenos. Sin embargo, el mineral que transportaban los barcos a España no era de la misma calidad, nos daban el cambiazo. Nosotros discutíamos con el Gobierno boliviano pero no le podíamos decir que eran sus ministros los corruptos y no nos quedó otra opción que marcharnos.

-¿Cuál fue su relación con Hugo Banzer?

-Fue muy buena al principio, pero a última hora echaba la culpa del fracaso del negocio de las minas a los españoles y el español que daba la cara era yo. Me retiró el pasaporte, yo no sé si era para intimidarme. Nosotros no le pagábamos más que el mineral que llegaba bien por lo que había unas cuentas pendientes.

-¿Cómo se resolvió la situación?

-El ministro del Aire, que era amigo nuestro, me dijo que sin pasaporte no estaba bien. Puso en secreto a mi disposición un avión de las Fuerzas Aéreas Argentinas y me trasladé a Buenos Aires. Hace unos años acompañé a Manuel Fraga a un viaje a Bolivia y me encuentro con el presidente Banzer, que en aquella ocasión había sido elegido por el pueblo. Me preguntó por mi vida y le conté que se había muerto mi mujer y él me dijo que se iba a Estados Unidos porque padecía un cáncer de cabeza. Después de la conversación Fraga me preguntó: ¿De qué os conocéis tanto? Y yo le respondí: "Porque me quiso matar" (suelta una gran carcajada).

-¿Y qué fue de su "libertador", el ministro del Aire?

-Le sacaron el pasaporte y lo enviaron a la Isla del Sol, en el lago Titicaca, a la que acostumbraban a mandar a la gente poco afín al régimen que cuando no cabían hacían sitio tirando a unos cuantos al agua. Esto me lo contó Banzer cuando le pregunté por mi amigo Echenique, que así se llamaba el ministro del Aire, a lo que el presidente me respondió: Tuvo mala suerte, fue a la Isla del Sol.

-¿Cree que ese fin tuvo que ver con su huida?

-Creo que sí.

- Y de las minas de nuevo a España para participar en otro proyecto completamente distinto como es el mundo de los frigoríficos industriales. ¿De quién fue la idea de entrar en este sector?

-El armador bilbaíno Ramón Vizcaíno fue el pionero en el uso de los atuneros congeladores, pero nunca había hecho una factoría en tierra. Al conocernos Metalúrgica del Noroeste nos propuso que montásemos en Ribeira una planta de frío industrial y nos pusimos a ello. Me nombraron responsable y me dí cuenta que lo beneficios crecían muy lentamente con el almacenaje de pescado y que tardaríamos mucho en ser una gran empresa. Entonces decidí algo que no estaba previsto que era comercializar los productos en vez de ser únicamente un almacén para los conserveros, donde yo les cobraba por congelar y por el mantenimiento. Así que me dedique a comprar en las lonjas y a congelar. Ese pescado se lo vendía a los conserveros gallegos y a los extranjeros.

-¿Fue entonces cuando la producción conservera dejó de ser estacional?

-Aquí congelábamos sardina, jurel, caballa y otras especies. Esto no se había hecho antes y permitió a las fábricas producir durante todo el año en lugar de los meses de pesquerías.

-El gran salto lo dan cuando se dedican a la congelación de túnidos.

-En Bermeo había una gran flota de embarcaciones de 250 toneladas. Al no tener otra cámara industrial en España optaron por venir a descargar a Ribeira. Le comprábamos el producto y después lo comercializábamos vendiéndoselo a conserveros españoles y extranjeros. Fue entonces cuando las factorías gallegas ganaron a sus competidoras del resto de España porque podían trabajar durante todo el año.

-¿En ningún momento se le ocurrió convertirse en armador?

-No, pero me enteré de que en las Canarias había mucho atún y contraté a 60 embarcaciones de Bermeo -los mismos que hacían la costera del bonito desde las Azores- y los envíe a Tenerife. Esa flota tenía un total de 1.200 tripulantes que pescaban el atún que yo les compraba y congelaba en Santa Cruz de Tenerife. Allí los metíamos en buques frigoríficos y los traíamos a la Península a través del puerto de Ribeira.

-La flota atunera vasca de gran altura -Pacífico e Índico- continúa descargando en Ribeira.

-La relación nunca se rompió. Aquellos barcos de 250 toneladas se fueron alargando hasta convertirse en los mayores atuneros del mundo. Los conserveros comenzaron a comprar directamente a los barcos con lo que me comenzaron a hacer la competencia, constituyendo sociedades mixtas con los mismos armadores.

- ¿Qué hizo para superar esa competencia?

-Montar una base frigorífica en Las Palmas para comprar toda la producción de la flota cefalopodera gallega en el banco canario-sahariano que entonces estaba bajo soberanía española. Los armadores sólo me vendían a mí, porque era gallego, como ellos y yo se lo vendía a los japoneses que lo compraban absolutamente todo.

-También se dedicó a la pesca de ballenas.

-Montamos una factoría moderna aquí en Ribeira. Como tenía contactos con los japoneses logré que me enviasen a 60 operarios para enseñar a nuestra gente a despiezarla. En la planta entraban entre tres y cuatro ballenas diarias. Aquello duró seis años hasta que empezaron los ecologistas a protestar en todo el mundo y el Gobierno español aceptó la moratoria.

-¿Considera que esa pesquería de ballenas era perjudicial para la conservación de la especie?

-Nada de nada. La costa gallega está llena de ballenas que comen todo el krill y el camarón. Arrasan. Ahora van tan tranquilas por ahí y ¿para qué las quieren?. Practicábamos una pesca racional y con una veda natural que era el invierno, cuando la condiciones de la mar no dejaban pesca.

-¿Y cómo se llega a ser la mayor conservera de España?

-Hace doce años nos ofrecieron la oportunidad de instalarnos aquí, en el polígono de Xarás. De los 75.000 metros disponibles ocupamos 65.000. Levantamos la planta frigorífica y como nos quedaba espacio montamos la fábrica de conservas de atún. De hecho hacíamos prácticamente todo el proceso: lo descongelamos, lo limpiamos, lo cortábamos y lo cocimos. Sólo nos faltaban una fase, meterlo en latas con aceite. Nosotros en lugar de enlatarlo se lo vendíamos a los demás. Ahora ya no. Somos la tercera fábrica del mundo después de una tahilandesa y una italiana.

-¿Por qué no tienen marca en el mercado?

-Hay otras fábricas en España centenarias que nos llevaban mucha ventajas. Así que nos dedicamos ha hacer las marcas de las grandes superficies comerciales. En total procesamos 400.000 kilos de atún y fabricamos 4 millones de lata cada día. Hemos reservado un par de marcas "Frinsa" y "Ribeira" para aquellos clientes que nos piden las conservas con marca.