H asta las grandes compañías, los propietarios de los imperios empresariales, son esclavos de sus palabras y dueños de sus silencios. La historia de ACS y Unión Fenosa es la crónica de un sí quiero, el que los grandes accionistas del grupo constructor dieron a Emilio Botín para hacerse con el 22% del Santander en la eléctrica, con un final que suena a no puedo. ¿Qué ha pasado en menos de tres años para que una de las operaciones estrella de la historia económica de España esté a punto de darse la vuelta? A principios de año, cuando Florentino Pérez propinó el último bocado al capital de la eléctrica con la compra del 4,83% que elevó su presencia hasta el 45,3%, la operación se presentaba como "una reafirmación" del "compromiso con el sector energético" y el "apoyo explícito" a la "etapa de crecimiento de la compañía". Claro que por entonces, ACS tenía ya un pie y un brazo metidos en Iberdrola, Fenosa valía más de lo que vale -la cotización estuvo esta semana en mínimos de los últimos dos años- y la crisis del ladrillo sólo era un estornudo. El cartel de "se vende" permite al grupo controlado por la familia March gastar toda su fuerza en pelear por la eléctrica vasca y, aunque no lo diga, aliviar la deuda de la sociedad, más de 18.000 millones de euros, que con la gripe inmobiliaria, los bancos y cajas están muy incómodos y quieren blindarse.

El anuncio de ACS de los contactos para deshacerse de Unión Fenosa es menos sorprendente que su aparición en escena cuando la compró. El mercado todavía no había digerido el primer asalto sobre Endesa por parte de Gas Natural -las palabras de su máximo responsable, Salvador Gabarró, con la metáfora de la "semillita" y dándose nueve meses de plazo para completar la Oferta Pública de Adquisición son la mejor ilustración de la revolución iniciada entonces en el sector energético-, y el 22 de septiembre de 2005 se cerraba con el inminente acuerdo del presidente de Inditex, Amancio Ortega, el de San José, Jacinto Rey, y Caixanova, para comprar el paquete del Santander en la eléctrica que un día había sido gallega.

El desayuno de la jornada siguiente tenía un anuncio bien distinto. Ni la palabra de Botín a la alianza gallega, en la que la Xunta había puesto todas sus esperanzas para de una vez por todas tener un grupo de referencia de la comunidad en energía, fue suficiente ante los tres euros más por acción que ofreció el ex presidente del Real Madrid y los March -máximos accionistas de ACS-, dispuestos a pagar 2.000 millones de euros por quedarse con la compañía y jugar un papel protagonista en el reordenamiento del sector energético español.

Y en esa situación vuelve a estar. Como la tercera pieza de un puzzle de difícil encaje que todavía no encontró su sitio. Con el punto y final del cambio de manos de Endesa, que finalmente se llevaron Acciona y Enel -en negociaciones, según se ha publicado en los últimos meses, para repartirse el pastel- tras la retirada de Gas Natural primero y la de E.ON después; y con Iberdrola que optó por ser el pez grande para engullir la escocesa Scottish Power y consolidar una posición de líder en renovables en el mundo, Unión Fenosa vuelve a estar en el mercado como la tercera en discordia. El plato apetecible para todos aquellos que puedan pagar la astronómica cifra de 5.000 millones de euros -como mínimo, que es la inversión que acumula ACS en la eléctrica- y disfrutar de una actividad, la energía, en la que parece que no hay ni desaceleración, ni crisis.

Para ejemplo, los últimos resultados de la compañía, al cierre del primer semestre de este 2008. El beneficio creció un 27,8%, hasta los 652 millones de euros. Los ingresos, que superan ya los 3.400 millones, registraron un aumento de casi el 20%. El margen de intermediación en el negocio nacional -es decir, la capacidad para generar beneficio sobre los gastos del producto- se sitúa por encima del 11% y en positivo en el mercado internacional, pese al efecto negativo por el tipo de cambio. La mejor carta de presentación para ofrecer la mitad del capital de la empresa, presente en una docena de países con la suma de la producción y la distribución. La cartera de clientes llega a los 9,1 millones de euros, repartidos entre Portugal, Colombia, Panamá, Guatemala, Nicaragua, Moldova y españa, donde tiene instalados 8.865 megavatios (MW) del total de 11.699 operativos, con explotación en México, Colombia, Panamá, Kenia, Costa Rica y República Dominicana, sin contar con su división de gas en la que la joya de la corona es la planta de Damietta, en Egipto.

En Galicia, además de los orígenes -Fenosa es el resultado de la fusión de Fuerzas Eléctricas del Noroeste, creada por el Banco Pastor, y la madrileña Unión Eléctrica en 1982- están varias de las infraestructuras más importantes del parque de generación de la compañía. Sólo en el régimen ordinario, más de 1.200 MW en aprovechamientos hidroeléctricos; la central térmica de Meirama, con una potencia de 563 MW; el ciclo combinado de 500 MW que acaba de poner en funcionamiento y la posibilidad de aumentarlo en otro grupo; en la misma localidad, la central de fuel oil de 460 MW; y hasta nueve parques eólicos con la sociedad Eufer y la intención de sacar algún proyecto más a raíz del concurso puesto en marcha por el Gobierno gallego. A lo que se suma el 22% del capital de la planta regasificadora de Mugardos.

Ahora se abre una etapa más en el tercer grupo energético español, que poco tiene que ver con la Sociedad General Gallega de Electricidad en la que tiene su germen en 1.900 y que probablemente tampoco se parezca demasiado a la que saldrá de la nueva fase de la reordenación del sector, desde donde no descartan -de hecho, ven con muchas posibilidades- que quede en manos de un grupo empresarial extranjero. "Lo que tiene que hacer Unión Fenosa es crecer en lugar de ser siempre la tercera eléctrica", decía Guillermo de la Dehesa, consejero externo de la compañía, cuando llegó a manos de ACS. Una frase que sigue estando de moda tres años después.