Sin un coche competitivo, Fernando Alonso nunca hubiera ganado un mundial de F1. Con las tripulaciones del Vizconde de Eza, Emma Bardán y Miguel Oliver, pasa lo mismo. Su armadora, la Secretaría General del Mar -dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino- les embarcó en tres oceanográficos punteros en Europa en cuanto a funcionamiento y tecnología. Esta flota construida en astilleros vigueses rivaliza con cualquier país del mundo en investigación pesquera y desarrolla cada año una actividad inusualmente frenética. El currículo del más joven y su buque insignia lo dice todo. Al día siguiente de que la ministra Elena Espinosa lo presentase oficialmente, el Miguel Oliver zarpó hacia el Atlántico Nordeste.

El 7 de julio se cumple un año de su primera salida a la mar. Durante todo este tiempo y hasta principios del pasado mayo, sólo tocó puerto extranjero para repostar y rotar personal (tiene 30 camarotes para 22 tripulantes y 22 investigadores). Su merecida parada se acaba. En breve partirá hacia Panamá, Perú, Ecuador y la zona de la plataforma del talud patagónico. "No para. Donde España tenga intereses pesqueros, y líneas de cooperación con otros países, allá van estos barcos", apunta orgulloso Jerónimo Hernández, consejero técnico del secretario general del Mar, Juan Carlos Martín Fragueiro.

"Tecnología 100% española"

Este ingeniero naval habla "como si fueran mis hijos" de esa flota oceanográfica. Y como cualquier padre, presume que quiere a todos por igual. Por eso, aunque sabe de la superioridad en general del Miguel Oliver -70 metros de eslora-, menciona repetidamente a sus hermanos pequeños (el Vizconde, de 53 metros; y el Emma, de 29). Su devoción por los tres le viene de seguir paso a paso su construcción en el astillero MCíes y de interesarse por sus tripulantes. En una travesía por la ría para probar equipos realizada el pasado martes, nada más subir a bordo del Oliver pregunta a uno de ellos, Miguel Canosa, por el futuro futbolístico de su hijo: "¿Qué, ya fichó por el Atlético?".

Entre los aspectos que diferencian estos barcos de los adscritos a otros ministerios, el consejero técnico destaca dos: la "apuesta" por la tecnología española y por capitanes y oficiales procedentes del mundo de la pesca. "No tendría sentido meter a titulados de la Marina Mercante en barcos de investigación pesquera", reconoce. Otros buques, llamados a rivalizar en investigación y tecnología con el Oliver, como el Sarmiento de Gamboa, no cumple esos requisitos que apunta Hernández. Y curiosamente, pese a iniciarse su construcción seis meses antes, el Sarmiento todavía no ha iniciado ninguna campaña.

Pero quizá el adjetivo que mejor defina al Miguel Oliver es el de silencioso. Tanto que hay que tomar una referencia de tierra para comprobar que está navegando. Y todo gracias al anclaje de la propulsión Diésel-Eléctrica -"100% Made in Spain"-, formada por cuatro grupos generadores operados por motores diésel de 845 kw a 1.500 rpm., y que accionan a su vez dos motores eléctricos propulsores capaces de alcanzar los 15 nudos. Este entramado mecánico, que en caso de avería la detecta vía satélite la casa fabricante, va asentado sobre varios niveles superpuestos para amortiguar la vibración. Una complicada instalación persigue un objetivo: que el casco transmita al medio marino el nivel más bajo posible de decibelios. Por ello, el Oliver superó la normativa internacional más estricta en materia de ruido y vibraciones, la ICES 209, que otorga a sus informes la más alta fiabilidad.

Este buque capitaneado por Luis Gago es un auténtico campus flotante. Dispone de seis laboratorios (química, acústica, húmedo, biología, física e informática); un sistema de sísmica de alta resolución; sondas de detección de cardúmenes; y un departamento de cartografiado y topografía.

Al margen de sus cualidades técnicas, el Oliver también destaca por contar con aseos de hombres y mujeres; y por el confort de sus catres (con baño incluido y muchos de ellos, con ordenador) y el de sus salones. Y sin olvidar el gimnasio/sauna o la biblioteca.

En la travesía del martes, su tripulantes aprendieron a manejar uno de sus robots de exploración subacuática: el ROV Swordfish, capaz de captar imágenes a 650 metros de profundidad. "Tiene una gran utilidad, y no sólo para la investigación. En el hundimiento del O Bahía este mismo modelo sirvió para localizar el pecio e indicar a los buzos la posición de los cadáveres", explica Jerónimo Hernández.

Para operar con este sumergible dirigido desde a bordo, es necesario que el buque permanezca prácticamente inmóvil. "Aquí no necesitamos fondear", presume el el capitán. Basta con accionar el SPD (Sistema de Posicionamiento Dinámico), que permite situarlo en un punto fijo gracias a la corrección automática de los movimientos. Durante la demostración del ROV frente a Cíes, el margen de error del SPD fue ridículo. "Según el ordenador, se movió unos tres centímetros", indica el buenense Luis Gago, todavía maravillado por todos los mecanismos de un barco, en muchos aspectos, pionero.