Al Celta, equipo enérgico y ambicioso, se le desató su espíritu benéfico para recuperar esa vieja tradición que consiste en dar aire a quien llega a Balaídos herido de muerte. Nuno fue el agraciado en esta ocasión. El Valencia se llevó de Vigo una victoria exagerada, desmedida, gracias a su escalofriante efectividad (cinco remates a puerta; cinco goles) y a la defensa navideña que tuvo enfrente, decidida desde el pitido inicial a facilitar el trabajo a sus delanteros. El Celta, que pese a su falta de inspiración no perdió su esencia y fue mejor en muchos tramos de partido, se encontró con una sucesión de golpes a los que no pudo dar respuesta. Se repuso del primero -un gol de Alcácer a los doce minutos en una magnífica maniobra en la que superó a Fontás- pero no fue capaz de digerir el resto.

Al Celta los problemas se le acumularon de manera inexplicable cuando menos lo imaginaba. El Valencia se encontró con el 1-2 en la última acción de la primera parte cuando en su cabeza solo existía la idea de llegar entero al descanso después de que el Celta le sometiese a un duro castigo. Había empatado Augusto en una fase en la que el Valencia descubrió esa tortura que supone visitar Balaídos cuando el Celta se revoluciona. El 1-1 no parecía tener demasiado futuro ante aquel desembarco en el área ché. Se salvó gracias a Jaume, a los fallos en el remate célticos y a un grave error del árbitro que anuló un gol a Wass por no conceder una ley de la ventaja de manual, un a muestra grave de incompetencia que debería terminar con Vicandi en la nevera.

Y de repente se les apareció Parejo. El centrocampista incrustó en la escuadra el libre directo con el que se cerró la primera parte y que llegó como consecuencia de una contra mal gestionada por el Celta, cuya defensa se pasó todo el partido emitiendo señales inquietantes. Un aviso del colapso que vendría tras el paso por los vestuarios. Treinta segundos después Jonny concedió un regalo inexplicable al convertir una cesión a Sergio en un asistencia a Alcácer. El delantero tuvo treinta metros para encarar al meta gallego que, demasiado anclado en su posición, se tragó el amago del delantero. En apenas un minuto -el tiempo que separó los goles de Parejo y Alcácer- el Celta había dejado prácticamente enterradas sus opciones. El marcador era cada vez más difícil de explicar para quien no estuviese viendo el partido. A los de Berizzo le pueden quitar muchas cosas, pero hay algo que nunca pierden: el espíritu. Incluso en días como el de ayer, que arrancan torcidos y en los que el rival encuentra siempre el momento justo para golpear. Después de guardar luto por el gol de Jonny durante diez minutos el Celta trató de ajustar el marcador y llevar el final a un partido igualado. Lo hubiera hecho de no mediar las deficiencias en el remate, el poste, los defensas que aparecen bajo palos o la manopla de Jaume. Porque los de Berizzo encontraron la manera de generar situaciones para encender la llama de la esperanza en un día en que echó de menos un mayor desequilibrio de su trío de atacantes. Solo Orellana ejerció de factor desequilibrante. Nolito estuvo más tiempo en el suelo -con la complicidad de Vicandi que no entiende eso de la reiteración- y Aspas, demasiado sepultado entre los centrales valencianos. Aún así, el Celta abrió diferentes rutas hacia la portería de Jaume. Le ayudaron su ambición que el Valencia dio dos pasos atrás. No es el de Berizzo un equipo amigo de la resignación. Pese a que la tarea resultaba homérica se emplearon en ella y a falta de la inspiración y genialidad de otras tardes, tiraron de empuje y nervio. Se sucedieron las oportunidades (el remate al palo de Aspas fue la más clara) y el Valencia dio por momentos sensación de perderse, de cierto desvarío. El Celta olisqueó el nerviosismo y aumentó su apuesta0 aún a riesgo de desprotegerse en la zona del campo donde más inseguro se siente. El Valencia solo necesitaba otra jugada para enterrar aquel intento de sublevación. La encontraron a la espalda de Augusto, en una gran combinación entre Alcácer y Parejo que resolvió el mediocampista con un sutil remate con la puntera. A su alrededor los defensas del Celta daban vueltas como patos mareados. Podía haber pitado el final el árbitro en ese instante, porque ya no hubo nada más. Solo tiempo para que el Valencia marcase el quinto (en su quinto remate entre los tres palos) y Berizzo diese descanso a alguno de sus hombres más baquetados. El Celta tampoco perdió el espíritu. Guidetti, Radoja y Drazic, que entraron desde el banquillo, mantuvieron el nivel de intensidad que cabe esperar de quien comprende que no está en condiciones de desaprovechar ni uno de los minutos que el entrenador le concede. El Celta puede perder, pero siempre lo hace en pie. Aunque el marcador, mentiroso, suene demasiado rotundo.