Mourinho agita, extrema, divide, conmociona; Karanka aburre, relaja, narcotiza, aquieta. Hay un Real Madrid que irrita y otro que aletarga. Ayer ganó en Vigo el Real Madrid de Karanka, que es contra lo que se piensa el que maneja los hilos. Karanka es el ventrílocuo y Mourinho, su muñeco.

Quiere decirse que tal vez lo anómalo sea lo natural y al fin Karanka se ha quitado la careta adusta que era Mou. El celtismo recibe al Real Madrid de uñas, como en la Copa, cuando Cristiano se manejó a voces y Pepe a patadas. "Cristiano vende toallas", empezó a corear el estadio. Pero no cuajó el griterío porque el astro merengue estuvo comedido. No hubo desplantes ni recados a la grada. Incluso se interesó por la salud de Álex López. Y Pepe, igual de suave, chocando la mano con Iago Aspas en lo que uno hubiera presumido como duelo a golpes. El central, al que Balaídos tildó de "asesino" en la anterior visita por la coz a Lago, declarará a la conclusión del choque: "Espero que el Celta salga de esta situación y no descienda".

Los ogros se han convertido en osos amorosos. El Real Madrid, que vivía en el infierno hasta hace un par de semanas, camina ahora por un mundo de regaliz, algodón de azúcar y chocolate. El dedo de Karanka, hecho para la caricia, señala el camino.

Tanto amor descoloca cuando te has preparado para la ira. El rival gana pero como no queriendo, igual que en Old Trafford. De hecho, Mourinho conserva el rostro de funeral desde que se entretuvo consolando a Ferguson y remarcando la injusticia de su propio éxito. El preparador portugués se levanta de vez en cuando del banquillo pero modoso, sin estridencias, haciéndose notar poco. Karanka lo lleva al riego. Es su bromuro.

Es una época extraña, de trombas de agua en la Ría y granizadas salvajes. Quizás el apocalipsis se avecina, aunque sea a deshora de los mayas. El celtismo lo afronta con serenidad, no a lo Mourinho sino a lo Karanka. Nada que ver el ambiente actual con el crispado de los dos últimos descensos, cuando al equipo lo despedían en casa con improperios. El lustro en Segunda División le ha devuelto el diminutivo familiar a la escuadra. Es otra vez el Celtiña, ese hijo problemático al que le perdonas los pecados porque tiene buena intención. Afición y equipo caminan juntos.